Tal día como hoy del año 1218, hace 800 años, moría en Toulouse (Occitania) Simón de Montfort y de Beaumont, que durante las guerras entre las cancillerías de Barcelona y de París por el dominio de Occitania había sido el verdadero quebradero de cabeza de los catalanoaragoneses y de sus aliados occitanos. Su destacada participación en la batalla de Muret (12 de septiembre de 1213) dirigiendo a los caballeros cruzados (mercenarios a sueldo de la monarquía francesa) fue decisiva para derrotar la alianza militar formada por los ejércitos de la corona de Aragón y los condados independientes de Tolosa, del Quercy y de Lodève. Después de la derrota de Muret, la casa de Barcelona perdió toda la influencia política sobre Occitania que había ejercido, incluso, desde antes de la independencia (985).
Las fuentes revelan que Simón de Montfort adquirió fama y fortuna como jefe de un grupo de caballeros de segunda fila que se dedicaban al negocio de la guerra. También lo describen como un católico devoto que imponía la celebración de la misa antes de entrar en combate y, a la vez, como un personaje extremadamente cruel tanto en el campo de batalla como con la población civil. Así, ordenaría miles de mutilaciones, descuartizamientos y entierros de personas vivas. Uno de los capítulos más sangrientos de su trayectoria lo escribió en Bram (Occitania): después de conquistar la ciudad, vació los ojos y amputó los brazos de todos sus habitantes, excepto de uno, que lo dejó tuerto, para que exhibiera a los mutilados por la región con el propósito de crear desánimo entre los resistentes.
La guerra de Occitania se convirtió en terreno abonado para la actividad de Montfort. La monarquía francesa y el Pontificado veían la expansión catalanoaragonesa en Occitania como una amenaza al equilibrio de poderes en la Europa occidental y disfrazaron aquel conflicto de cruzada contra la confesión cátara, mayoritaria en el territorio. Montfort, utilizando sus métodos sanguinarios, se enfrentó repetidamente a las élites occitanas aliadas de la casa de Barcelona, hasta ahuyentarlas del poder o exterminarlas físicamente. Algunas fuentes afirman que sería el mismo Montfort quien asesinó al conde-rey Pedro I de Barcelona y II de Aragón en una escaramuza en las afueras de la villa occitana de Muret (1213). Monfort moriría, cinco años después de Muret, en el asedio de Tolosa.