Tal día como hoy del año 1960, hace sesenta y cinco años, en Madrid moría Antonio Vallejo-Nájera Lobón, coronel y médico psiquiatra del ejército español y profesor de psiquiatría de la Universidad Central de Madrid, al cual llamaban “Mengele español” o el “Mengele de la psiquiatría franquista” por sus teorías racistas y por su destacada participación en las operaciones de torturas y depuración practicadas por el régimen franquista. Inició su periplo como inspector de campos de prisioneros de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y, posteriormente, amplió su formación en la Alemania de entreguerras (1918-1930).
Vallejo-Nájera adquirió un papel muy relevante durante la guerra civil española (1936-1939), como amigo personal del general Franco y a partir de la publicación de algunos estudios donde intentaba probar la relación entre la ideología marxista y la deficiencia mental. Después del conflicto civil (1940), divulgó la idea de que la raza española se había degenerado durante la etapa republicana. Sus pretendidas investigaciones presentaban a las personas de ideología izquierdista como infrahumanos. En una de sus publicaciones, titulada El factor emoción en la España nueva, sostenía que “la sonrisa equilibrada del Caudillo atraía a los seguidores del bien”.
Vallejo-Nájera dirigió un estudio con prisioneros de guerra republicanos que pretendía demostrar que la condición ideológica de aquellas personas era producto de una malformación genética que él llamó «el gen rojo». Para llevar a cabo estos pretendidos estudios, creó un sistema inspirado en la Inquisición hispánica y los sometió a condiciones físicas y mentales extremas (inanición, reclusión en agujeros similares a tumbas, frío extremo y otros tipos de torturas). Se sirvió, principalmente, de dos grupos de prisioneros: combatientes de las Brigadas Internacionales y mujeres de la prisión femenina de Málaga.
El estudio que llevó a cabo con las mujeres —siempre a partir de la premisa de que eran seres degenerados y, por tanto, proclives a la delincuencia marxista— le serviría para articular la peregrina teoría de la “criminalidad revolucionaria femenina”, en relación con la naturaleza animal de la psique femenina y el “marcado carácter sádico” que se desataba en las hembras cuando las circunstancias políticas y sociales les permitían “satisfacer sus apetencias sexuales latentes”. Estas teorías se esforzaron en justificar el secuestro de niños republicanos, que eran separados de sus madres para “proteger la salud de la raza española” y entregados a familias afectas al régimen.