Tal día como hoy del año 1804, hace 220 años, en París —en la catedral de Notre-Dame—; el general Napoleón Bonaparte, hasta aquel momento primer cónsul de la República francesa (un equivalente a presidente de la República); se ceñía la corona imperial y se transformaba en emperador de los franceses. Aquella ceremonia de coronación pasaría a la historia por su naturaleza totalmente insólita. En el momento en que el papa Pío VII se disponía a ceñir la corona sobre la cabeza de Napoleón (los pontífices habían coronado a los emperadores europeos desde Carlomagno, en el año 800); el nuevo soberano de los franceses —en un gesto que delataba su verdadera personalidad— la tomó con un movimiento enérgico y violento y se la colocó a sí mismo.

Napoleón había derogado el régimen republicano francés (1793-1804) y había alcanzado el trono después de una exitosa carrera militar y política que en pocos años lo había llevado de la Academia de Saint-Cyr a la dirección de los ejércitos y a la presidencia (el consulado) —primero compartida y después en solitario— de la República francesa. Napoleón nació en Ajaccio en 1769, el año después que la isla de Córcega pasara de la dominación genovesa a la francesa (1768). En 1791, con veintidós años, era nombrado comandante de la Guardia Nacional francesa en Córcega; y en 1796, con veintisiete, comandante del ejército francés, desde donde forjaría el prestigio que lo llevaría a dirigir el país. Con su característico genio militar, derrotó repetidamente a los austríacos y generó miles de millones de francos en compensaciones para la República francesa.

En 1799, después de la polémica campaña militar francesa en Oriente Próximo —donde el mismo Napoleón había ordenado matanzas de miles de soldados otomanos que se habían rendido, de población civil que se había resistido y de enfermos del ejército francés abandonados a una muerte segura; perpetró un golpe de Estado (el 18 Brumario) y con Joseph Sieyès y Roger Ducos abolió la Constitución republicana y se convirtió en uno de los tres cónsules del nuevo régimen republicano dictatorial. Poco después (1801), Napoleón hizo un penúltimo movimiento, marginando políticamente a Sieyès y Ducos, y convirtiéndose en primer cónsul del país (presidente único) y con carácter vitalicio, que anticipaba su verdadera aspiración de transformar la República en un Imperio y convertirse en emperador de los franceses. Napoleón sería emperador hasta 1814. Y desde 1808 lo sería, también, de los catalanes.