Tal día como hoy del año 1916, hace 109 años, frente a las costas de Búzios (Brasil), naufragaba el barco de transporte de viajeros Príncipe de Asturias, propiedad de la empresa Naviera Pinillos —de Cádiz (Andalucía)— y en ese momento la segunda de su sector en el mercado estatal español, después de la Compañía Transatlántica. El Príncipe de Asturias realizaba el trayecto entre Barcelona y Buenos Aires, con escalas en València y Montevideo. Había sido construido y botado por los astilleros Russell & Co. —de Glasgow— dos años antes de su naufragio (1914) y tenía una capacidad para transportar a 1.900 pasajeros.

En su último viaje, el Príncipe de Asturias transportaba a 600 personas (170 tripulantes y 430 pasajeros). La inmensa mayoría del pasaje estaba formado por parejas o por familias procedentes del Estado español (catalanas, valencianas, andaluzas), que emigraban a Uruguay y Argentina en busca de un futuro mejor. Dicho pasaje se concentraba, principalmente, en las bodegas de fondo (que podían albergar a hasta 1.500 personas), mientras que las cabinas de primera clase (con una capacidad para 150 viajeros y un coste de 3.000 pesetas de la época —el equivalente a 6.000 euros—), en ese último viaje, iban prácticamente vacías.

El día antes de la tragedia, el estado del mar era muy malo, con rachas muy potentes de viento y olas de hasta 8 metros. El Príncipe de Asturias intentó acceder al puerto de Santos (Brasil), pero las condiciones meteorológicas lo impidieron y el barco quedó expuesto a los elementos. A las 4.40 h de la madrugada del 5 de marzo de 1916, la tripulación advirtió que el barco se aproximaba peligrosamente a unos escollos y el capitán Lotina ordenó "toda máquina hacia atrás", pero ya era tarde. El Príncipe de Asturias chocó contra unos escollos que agujerearon el casco y provocaron importantes vías de agua.

Sin embargo, la situación parecía controlada, porque el casco del barco estaba provisto con unos compartimentos estancos, diseñados para equilibrar la nave en caso de sobrecarga o colisión. Pero, poco después, las calderas explotaron y un número indeterminado de personas murieron escaldadas por el agua hirviente. El terror se apoderó del pasaje y muchos se tiraron al agua para alcanzar la costa —que estaba a media milla—, pero las olas los arrastraron y los proyectaron hacia la costa, donde murieron al impactar contra las rocas.

El gobierno español del momento, presidido por Álvaro de Figueroa —conde de Romanones—, del Partido Conservador, se negó a publicar las listas de las víctimas. La opinión pública conocería el alcance de esa tragedia —la mayor de la marina mercante española hasta esa fecha— a través de la prensa, que, transcurridas 48 horas, ya hizo pública la cifra total de víctimas: 452 muertos, principalmente pasajeros —mayoritariamente emigrantes— y en una proporción del 25% originarios de Catalunya y el País Valencià. Una de las víctimas de ese naufragio sería el periodista Joan Mas i Pi, nacido en Vilanova i la Geltrú (1878) y establecido en Buenos Aires (1905).