Tal día como hoy del año 1939, hace 86 años, y en el contexto de la Guerra Civil española (1936-1939), las tropas rebeldes franquistas ocupaban la ciudad de Tarragona. En ese momento, la ciudad estaba semidestruida (había sido salvajemente bombardeada por las aviaciones italiana y alemana y había perdido más de la tercera parte de su parque inmobiliario) y semiabandonada (muchos de sus habitantes habían iniciado el camino del exilio o se habían refugiado en masías de los alrededores). Pero, para los rebeldes, aquella ocupación tenía un gran valor simbólico. Tarragona no era simplemente una capital de provincia más que añadir a su siniestra lista de ocupaciones.
Tarragona era, desde el siglo XII, sede arzobispal (ya lo había sido durante la época romano-visigótica) y era, también, sede primada (capital eclesiástica de la Corona catalanoaragonesa). Inmediatamente después de la ocupación, ordenaron la celebración de una misa de campaña, que era un acto habitual cada vez que ganaban una plaza importante. Generalmente, estas "misas de campaña" se celebraban en espacios públicos de grandes dimensiones y congregaban al ejército ocupante y a la población civil, que, voluntaria o forzosamente, acudía y se mezclaba con los uniformados. La fotografía de esos actos era un elemento básico de la propaganda del bando rebelde franquista.
En Tarragona, sede primada (había conservado esta categoría a pesar de la unión dinástica de los Reyes Católicos —1489— y la ocupación borbónica de Catalunya —1714—), decidieron que la misa de campaña se celebrara en la catedral. Al día siguiente, por la mañana, los soldados se desplegaron por las calles de la parte histórica y, a punta de bayoneta, sacaron a las familias de sus casas y las obligaron a ir a la catedral. Pero quien tenía que oficiar esa misa no estaba. El arzobispo-cardenal Vidal i Barraquer, amenazado de muerte por los anarquistas, había sido evacuado del país por orden del president Companys. Y el obispo auxiliar Borràs había sido asesinado por los anarquistas.
Los mandos franquistas decidieron que esa misa la oficiaría su cura castrense, un tétrico personaje de Salamanca llamado José Artero, quien, al subir a la trona, con el templo abarrotado y con la feligresía atemorizada, proclamó "Perros catalanes, no merecéis el sol que os alumbra". Las nuevas autoridades franquistas miraron para otro lado. Nunca nadie le obligó a rectificar y nunca nadie pidió disculpas. Y cuando, un tiempo más tarde, los dirigentes carlistas catalanes le pidieron explicaciones, se justificó diciendo que esa proclama era "fruto de la euforia del momento, que me calentó la boca".