Tal día como hoy del año 1703, hace 321 años, en Lisboa; los representantes plenipotenciarios Manuel Teles da Silva, en nombre del rey Pedro II de Portugal; y John Methuen, en nombre de la reina Anna I de Inglaterra, firmaban un acuerdo político, militar y comercial que sería llamado Tratado de los Paños y de los Vinos. Este acuerdo contemplaba que Portugal, que desde que había estallado el conflicto sucesorio hispánico (1701) había mantenido una posición de prudencia con respecto al nuevo eje borbónico París-Madrid, abandonaba esta postura y, desafiando la arrogancia española, se aliaba con las potencias de la alianza austriacista. En aquel momento estas potencias eran Inglaterra, los Países Bajos, Austria, el conglomerado del Sacro Imperio, y Saboya. Catalunya, País Valencià, las Mallorcas y Aragón no se sumarian hasta 1705.

En este tratado también se convino que se aplicaría una sustancial rebaja de aranceles a los vinos portugueses que se exportaban a Inglaterra y a los textiles ingleses que se exportaban a Portugal. La propaganda de Estado borbónica divulgó el rumor de que los ingleses habían traicionado a los catalanes y nunca más importarían sus destilados. Pero los capitales inglés y neerlandés tenían una participación importante en la fabricación de alcoholes en Catalunya; y la exportación de aguardientes catalanes a Inglaterra y los Países Bajos no se interrumpió nunca. Ni durante la época de prohibición borbónica de comercio con los enemigos del eje París-Madrid (1702-1705) —que se exportaba de contrabando—; ni cuando el régimen borbónico fue expulsado del Principat (a partir de 1705) —cuando se recuperó la actividad normal con los socios comerciales tradicionales—.

El Tratado angloportugués de los Paños y de los Vinos; que solo contenía tres artículos, se convertiría en el texto más breve de la historia de la diplomacia europea. Y en la actualidad, todavía ostenta esta categoría. No obstante, el ingreso de Portugal en la alianza internacional austriacista, sumada a la posterior entrada de Catalunya, del País Valencià y de las Mallorcas (1705) tendría una especial repercusión en el desarrollo de la primera fase del conflicto. El régimen borbónico español se vio atrapado entre dos fuegos, y las precipitadas huidas de Felipe V a Versalles, abandonando el trono español —como después del fracasado asedio sobre Barcelona (agosto, 1705)— o de la batalla de Torrero (1710); se convertirían en el hazmerreír de las cancillerías europeas (tanto de las austriacistas como de las borbónicas).