Tal día como hoy del año 1350, hace 673 años, en el canal de la Mancha y frente a las costas de Winchelsea (entre Dover y Portsmouth), se libraba la Batalla de Winchelsea, que enfrentó a las fuerzas navales de las coronas inglesa y castellanoleonesa. Este enfrentamiento venía motivado por la actividad corsaria de los vascos y los cántabros (súbditos de la corona castellanoleonesa), que atacaban y saqueaban a los barcos mercantes ingleses y a los de sus clientes catalanes, venecianos y toscanos que exportaban lana en bruto hacia el continente. El propósito de aquellos corsarios (con patente del rey Pedro I de Castilla y León) era destruir a la competencia en la producción castellana de lana en bruto.

El rey Eduardo III de Inglaterra preparó un grupo naval de 50 naves para lanzar un ataque. Los capitanes castellanoleoneses tuvieron noticias de esos preparativos, armaron sus barcos con miles de mercenarios flamencos y alemanes y se hicieron a la mar. Según el cronista coetáneo Jean Froissac, el convoy castellanoleonés estaría formado por unas 40 naves, pero de un tamaño muy superior a las de los ingleses. Esta diferencia fue muy importante al inicio de la batalla. Las crónicas hablan de centenares de soldados ingleses masacrados en las cubiertas de sus barcos por los arqueros castellanoleoneses.

Pero la habilidad de Eduardo de Woodstock, que años más tarde recibiría el apelativo de "Príncipe Negro" cambió el destino de aquel combate. Ordenó a sus barcos encarar y chocar contra las naves enemigas. Y en el abordaje, los ingleses no tuvieron rival. Las crónicas, de nuevo, relatan que los marineros ingleses saltaban a las cubiertas de las naves castellanas casi sin oposición, trepaban por los palos, cortaban las cuerdas y las velas caían encima del enemigo, que quedaba indefenso y era fácilmente apuñalado. Las crónicas revelan, también, que los heridos y muertos castellanos —sin distinción— fueron lanzados todos por la borda.

Tras esa batalla, los armadores del Cantábrico castellano renunciaron a la actividad corsaria contra barcos ingleses. Pero el corso castellano contra naves catalanas, venecianas y toscanas continuó, y las cancillerías de Londres, Barcelona, Venecia y Florencia ordenaron que los convoyes mercantes fueran protegidos por galeras militares. Esta alianza impulsó un importante desembarque de comerciantes catalanes en Inglaterra, como los Botoner, los Palmer o los Spert. Los catalanes, que ya comerciaban con Inglaterra desde finales del siglo anterior, se convirtieron en un socio comercial preferente en la compra de lana y en la venta de frutos secos, aguardiente y armas.