Tal día como hoy, hace 213 años, se protocolizaba el traspaso del dominio de la colonia de Louisiana. Este acto ceremonial se llevó a cabo en el Palacio del Cabildo de Nueva Orleans –la capital de la colonia– y era consecuencia del acuerdo de compraventa entre París y Washington. Francia estaba inmersa en un proceso posrevolucionario –la proclamación de la República– que había desembocado en el imperio napoleónico y estaba en situación de quiebra. Y los Estados Unidos –que se habían independizado dos décadas antes– tenían una política de expansión territorial muy ambiciosa, que con la compra de Louisiana los proyectó hacia el oeste americano.
El año 1803 Nueva Orleans era una pequeña ciudad colonial de unos 8.000 habitantes. Poco más o menos el mismo volumen de población que Lleida, Tarragona o Girona. Se estima que la mitad de la población eran negros esclavos. Y que la otra mitad estaba compuesta por colonos franceses y catalanes. El historiador Miquel Llauradó –estudioso del tema– ha calculado que la colonia catalana estaría formada por un contingente de 1.000 a 2.000 personas, que representarían entre el 25% y el 50% de la población blanca de la ciudad. Estos colonos catalanes eran básicamente comerciantes importadores de vino catalán y pescadores que trabajaban en el delta del Misisipi.
En aquellos años Reus era la segunda ciudad del Principat y la gran capital de la industria del alcohol catalán. Por lo cual –a pesar de no disponer todavía de fuentes que lo confirmen– todo apunta que una parte de los catalanes de Nueva Orleans procedían del Camp de Tarragona. En la misma época, la zona costera del Empordà había conocido una explosión demográfica que había impulsado las colonias de pescadores y saladores catalanes en Andalucía, en Galicia y en el Caribe. También todo apunta que este colectivo era de origen ampurdanés. Con la nueva dominación norteamericana los catalanes de Nueva Orleans quedaron diluidos en la realidad sociocultural anglófona y su testimonio desapareció completamente.