Tal día como hoy del año 1131, hace 886 años, moría en Barcelona el conde Ramón Berenguer III. Conde independiente de Barcelona, Girona y Osona –el núcleo territorial del futuro Principat–, durante su mandato incorporó a sus dominios los condados de Besalú y de Cerdanya. De esta forma la casa condal barcelonesa pasaba a dominar de forma directa las tres cuartas partes del territorio de la Catalunya Vieja. El resto –los condados del Rosselló, Empúries, el Urgell, los Pallars y la Ribagorça– conservaban su independencia, pero se mantenían en la órbita política, económica y militar de Barcelona. Con Ramón Berenguer III se había dado el paso definitivo.
Las familias condales catalanas estaban unidas por lazos de parentesco. Un mismo origen que tenía su raíz en Bera y Romilla –una pareja de occitanos que fueron los primeros condes francos de Barcelona (801). Antepasados directos de Ramón Berenguer III y del resto de condes catalanes independientes, recibieron el título –por el poder central– de marqueses de Gotia, una extensa región del imperio franco que cubría la costa entre Nimes y Barcelona: el país de la antigua nación norteibérica –un triángulo con vértice en Nimes, València y Zaragoza–. Los descendientes de Bera y Romilla convertirían el cargo en hereditario y establecerían una intensa red familiar liderada por Barcelona.
Ramón Berenguer III y la sociedad letrada de su época eran muy conscientes de la unidad cultural de la antigua nación norteibérica, el sustrato, claramente diferenciada de las culturas peninsulares y continentales. Se casó con la heredera del Cid –que dominaba, a título particular, la mitad norte del actual País Valencià–, con el claro propósito de incorporarlo al Casal de Barcelona. La invasión almorávide y la muerte del suegro lo impidieron. Entonces fijó la mirada en el norte y en el mar. Se casó con la soberana de Provenza: el inicio de la expansión catalana en Occitania. Y dirigió varias expediciones a las Illes: el origen remoto de la expansión catalana en el Mediterráneo.