Tal día como hoy del año 1717, hace 307 años, los campesinos catalanes celebraban, por primera vez y a la fuerza, la fiesta de su nuevo patrón, San Isidro, impuesto por el régimen borbónico después de la ocupación de 1714. San Isidro, patrón de los campesinos castellanos, fue impuesto para suplantar la figura de San Galderic, patrón del campo catalán desde finales del siglo X. Esta suplantación también implicó el cambio de fecha de la celebración. Tradicionalmente, los payeses catalanes celebraban la fiesta de su patrón el 16 de octubre, coincidiendo con el final de las tareas agrarias anuales; a diferencia de la nueva fecha, que quedaba situada al inicio de la campaña.
La imposición de San Isidro formaba parte de una amplia batería de medidas cuyo objetivo era destruir la cultura catalana, y que formaban parte de la estrategia borbónica de reducir Catalunya a la categoría de simple provincia de una Castilla convertida en la matriz de la nueva e impostada nación española. Y con esa imposición se perseguía un impacto de gran alcance. En la Catalunya de principios del siglo XVIII —como en todos los países de la Europa de la época—, el sector socioeconómico agro-ganadero concentraba 2/3 de la población del país, y esa sociedad —también como todas las sociedades europeas de la época— era de pensamiento espiritual.
Isidro el Labrador, la persona que inspira la figura de San Isidro, está en las antípodas de la tradición catalana. Había sido un personaje de la baja nobleza —un propietario agrícola acomodado— que había nacido y vivido en Madrid a caballo entre los siglos XI y XII, y al que se le atribuían varios milagros (el del agua del pozo que había subido de nivel para hacer flotar al niño que había caído dentro, o el de los ángeles que labraban el campo mientras él rezaba). Había sido canonizado en 1622 por el papa Gregorio XV a instancias del rey hispánico Felipe IV y había sido proclamado patrón de Madrid y elevado de la categoría de patrón del campo castellano a la de patrón del campo del conjunto de la monarquía hispánica.
Esa proclama no había tenido el efecto esperado. En Catalunya, los payeses habían conservado la advocación en San Galderic. Esta tradición arrancaba en el siglo X (cien años antes de la existencia de Isidro el Labrador), y decía que Galderic, la persona que inspiraba la figura de San Galderic, había nacido en un pequeño pueblo junto a Carcasona. Su fama, como obrador de varios milagros, se había extendido por toda la Marca de Gotia (la región carolingia situada en el arco mediterráneo entre Nimes y Barcelona) y después de su muerte había sido enterrado en el monasterio de Sant Martí del Canigó, en el condado de Conflent. Por ello, era el patrón de los campesinos languedocianos y catalanes.