Tal día como hoy del año 1670, hace 347 años, en la villa de Prats de Molló (Vallespir) empezaba la revuelta antifrancesa de los Angelets de la Terra, la segunda y la más sangrante en la Catalunya del Nord. Hacía 18 años y pico que las monarquías hispánica y francesa habían resuelto el fin del conflicto que las enfrentaba con una paz que mutilaba Catalunya. Por el Tratado de los Pirineos (1659) la monarquía hispánica cedía a la francesa los condados catalanes del Rosselló y la Cerdanya –la actual Catalunya del Nord. La transferencia de dominio no estuvo exenta de conflictos. Las autoridades francesas incumplieron –desde el principio– la parte del tratado que garantizaba las leyes y las instituciones del país.
El primer choque vino por el impuesto de la sal, un tributo que recaudaba el gobierno municipal de Perpinyà. Las autoridades borbónicas no solo lo confiscaron, sino que lo incrementaron exponencialmente. También los campesinos –el cuerpo social mayoritario en el conjunto del territorio– se sintieron especialmente perjudicados. Sobre todo, los grandes propietarios de rebaños. La sal era un elemento básico para el ganado. La primera revuelta (1667-1668) estalló con la negativa de los campesinos a pagar el impuesto, denominado gabella. La reacción del Consell Sobirà –el órgano de gobierno provincial– fue declarar una guerra al campesinado, que se resolvió con un pacto que rebajaba el impuesto de la sal.
Una herida mal cerrada que se reabrió dos años después. La detención del Hereu Just –uno de los líderes de la primera revuelta– por causas no contadas pero que hacían referencia a venganzas personales, fue la chispa que encendió la mecha. Se desencadenó una guerra de guerrillas –los Angelets de la Terra– que atentó contra los funcionarios y los intereses franceses. Los angelets asaltaron vàrios cobradores –gabellots– y las villas de Arles y de Ceret y ejecutaron al alcalde. El Borbón francés respondió enviando a un ejército de 4.000 hombres, que llenó de muerte el país. Los líderes de la revuelta –Descatllar y Puig– fueron capturados, encarcelados, torturados, degollados y descuartizados.
La represión borbónica desató una persecución implacable, traducida en sanciones desorbitadas, incautaciones de bienes, condenas en galeras y ejecuciones sumarias. Los Borbones, que ya habían tenido una actitud deshonesta en la revolución independentista de los Segadors (1640), alimentaban su desprestigio en el Principat. El clima de odio era tan insostenible que el Borbón francés ordenó iniciar negociaciones con el Habsburg español para intercambiar los condados norcatalanes por los Países Bajos hispánicos –la Valonia, de lengua francófona. La negativa de la Cancillería de Madrid –especialmente interesada en castigar al Principat por la revolución independentista– consagró la mutilación definitiva de Catalunya.