Tal día como hoy del año 105 a.C., hace 2.129 años, se libraba la Batalla de Arausio, que enfrentó a las legiones de Roma contra un ejército germánico formado por las tribus de los ambrones, de los cimbrios y de los teutones. Aquella batalla se libró en la actual ciudad de Orange (Provenza-Francia) y se saldó con la derrota de los romanos, que perdieron 100.000 efectivos (entre combatientes, auxiliares y familiares). La derrota de Arausio sería la más mortífera de la historia de Roma, y superaría el máximo saldo de pérdidas, que, hasta entonces, ostentaba la Batalla de Cannes (216 a.C.), donde el ejército cartaginés del general Aníbal había masacrado cinco legiones romanas (60.000 soldados).

La batalla de Arausio fue el punto culminante de una crisis que se había iniciado seis años antes (111 a.C.), cuando tres tribus germánicas (los ambrones, los cimbrios y los teutones) habían iniciado un desplazamiento masivo y conjunto hacia el Mediterráneo (se estima que sería de unas 500.000 personas) en busca de tierras de labranza y de pasto. Esta migración, inicialmente pacífica, había seguido el curso del río Ródano hasta su valle bajo (provincia romana de la Galia Narbonense) y, aunque habían intentado obtener un acuerdo con Roma para ocupar aquel territorio (108 a.C.), las negativas del Senado habían convertido aquel fenómeno en un gran foco de tensión.

El 105 a.C. el Senado romano envió a dos ejércitos consulares (ocho legiones, es decir, unos 96.000 soldados y unos 10.000 auxiliares), dirigidos, respectivamente, por Cneo Malio Máximo y Quinto Servilio Cepión, con el propósito de expulsar a los germanos. Pero la pésima relación personal entre los dos generales romanos y sus errores estratégicos convirtieron aquella campaña en un gran desastre. Los romanos atravesaron los Alpes por la cornisa mediterránea y acamparon en la orilla oriental del Ródano, sin pensar en que si los germanos los atacaban por el este, quedarían atrapados entre la línea de choque y el río, con una posibilidad de maniobra mínima.

Los germanos, dirigidos por sus comandantes Bolorix y Teutobod, atacaron a los romanos por el este y los empujaron, dentro de sus propios campamentos (los ejércitos de Máximo y de Cepión estaban divididos en dos cuerpos), entre la línea de choque y el río. Según las fuentes romanas, las legiones reaccionaron tarde y mal, por la división de fuerzas (por el enfrentamiento personal entre los dos generales) y por la imposibilidad de maniobrar en un espacio tan limitado. Las legiones fueron masacradas, y cuando la batalla ya se había inclinado hacia el bando germánico, se produjo una desbandada romana hacia el río y muchos legionarios, al no saber nadar, murieron ahogados.

Los germanos también arrasaron el campamento, lo que provocó la muerte de miles de auxiliares (personal de oficios diversos que daba servicio a las legiones, como carpinteros, herreros, peleteros, zapateros, prostitutas, etc.). También, según las fuentes coetáneas romanas, las familias de los legionarios (en aquella época los soldados se desplazaban a las campañas militares con su prole) murieron o quedaron totalmente desamparadas. Los supervivientes, totalmente abandonados, intentaron volver a la península Itálica deshaciendo el camino por el que habían venido con las legiones. Pero la mayoría murieron por el camino durante el invierno que siguió a la derrota, sin haber logrado su objetivo.