Tal día como hoy del año 1835, hace 189 años, un grupo de voluntarios liberales españoles, que actuaban militarizados y encuadrados en un regimiento llamado Tiradores de Isabel II y comandado por un oficial español llamado José Rodríguez, asaltaban el monasterio de Ripoll, asesinaban a dos monjes y se entregaban al saqueo, profanación y destrucción del templo, de los panteones condales del Casal de Barcelona, de la sacristía y del archivo. Pocos días antes de aquellos hechos, los Tiradores (una reunión de delincuentes excarcelados para combatir a los carlistas) habían tenido una participación destacada en la explosión de violencia de Barcelona, denominada Bullanga (25 de julio de 1835) que se había saldado con el incendio y la destrucción de varios conventos y de la fábrica Bonaplata (la introductora de la máquina de vapor en la industria peninsular).
Desde los hechos Barcelona hasta el saqueo del monasterio de Ripoll, los Tiradores habían deambulado por las comarcas centrales del país, sembrando el terror por donde pasaban. Manuel Llaudet, capitán general de Catalunya, que después de la Bullanga los había expulsado de Barcelona, notificó: “El estado de indisciplina en que se halla el regimiento de Tiradores de Isabel II”. Totalmente incontrolados, pasaron por Vic y por Berga y, finalmente, el 9 de agosto de 1835, se apostaron en las afueras de la villa de Ripoll. Después de una abundosa comida con víveres que habían robado por los alrededores y en estado de embriaguez, asaltaron Ripoll, sin que la Milicia Urbana de la villa los pudiera parar. Una vez en el interior de Ripoll, y convertidos en una turba de asesinos, se dirigieron hacia su objetivo: el monasterio.
En el interior del monasterio asesinaron a dos monjes y dejaron otro malherido, profanaron el templo: destruyeron las estatuas, el órgano, los símbolos cristianos, robaron los objetos litúrgicos y profanaron los panteones condales, escupiendo sobre los huesos de los condes catalanes y amontonando y carbonizando los restos en una gran hoguera encendida en medio del templo, mientras se proferían consignas pretendidamente progresistas y abiertamente anticatalanas. En medio de aquella orgía de violencia, José Rodríguez clamó: “¡Al archivo, vamos a quemar el archivo!”. La turba se dirigió al archivo, lo incendió y con aquel fuego se perdió el fondo documental más importante de la alta edad media catalana y el que mejor explicaba el proceso de creación y formación de la nación catalana.