Durante cuarenta y cuatro largos días de 1919, varios señores durmieron fatal en Barcelona. Uno de ellos era Ferran Fabra i Puig, que antes de bautizar el paseo donde hoy se celebra la manifestación alternativa del Primero de Mayo fue, también, miembro del consejo de administración de la Barcelona Traction, Light&Power, más conocida como La Canadenca. A diferencia de lo que pasa ahora, en aquellos tiempos la gente llamaba en catalán a las cosas que se decían en inglés, pero en cambio hoy mola más decir que las vibes de este Día de la Clase Trabajadora en periodo electoral tienen cierta relación con las reivindicaciones de aquella huelga que mantuvo Barcelona a oscuras durante un mes y medio. Cuando menos, este es el mood que me transmite Laia Estrada, la candidata de la CUP, cuando bajo el sol de media tarde reclama en las puertas de la estación de Fabra i Puig la implementación de la jornada laboral de 30 horas semanales, diez menos de las que consiguieron los huelguistas de la CNT ya hace ciento cinco años.
De repente, un dandy con chaleco, corbata y pañuelo de seda rojo en la solapa de la americana aparece detrás mío y me da la impresión de estar plenamente el año 1919, pero cuando coge una bandera del Partit Comunista del Poble Català me doy cuenta de que no es Salvador Seguí, ni siquiera su fantasma. Si estuviera vivo, bien seguro que El Noi del Sucre estaría hoy aquí y aplaudiría las palabras de Estrada cuando afirma que hay que repartir el trabajo y la riqueza para evitar el empobrecimiento de las clases populares, pero el problema es que las clases populares, hoy, se sienten más atraídas por los cantos de sirena de la extrema derecha que por el sindicalismo militante de sindicatos como la Coordinadora Obrera Sindical. Curiosamente, a media intervención de su portavoz, Cati Morros, el claxon de un coche nos asusta a todos y dos chicos se animan a decir improperios al verlo pasar. Uno de ellos incluso parece que quiera bajarse los pantalones, ya que resulta que es una furgoneta vinilada de VOX tocando aquello que no suena, pero finalmente se lamenta de no haber podido 'hacer un calvo' y vuelve a coger la bandera de Palestina que había dejado momentáneamente en el suelo.
Poco a poco el cruce de la avenida Meridiana con el paseo Fabra i Puig empieza a llenarse de gente, pero no solo de simpatizantes y militantes de la CUP con esteladas o banderas de Arran, sino también de colectivos como la Marea Pensionista, la Intersindical Alternativa de Catalunya y todos aquellos sindicatos, en definitiva, que no han salido a la calle en la manifestación de esta mañana en la Via Laietana. "Nosotros no nos manifestamos con los sindicatos del régimen y los cómplices de los mass media", me dice un miembro de la CGT que viste una cazadora Harrington verde igual que la mía. Le pregunto si votará el 12 de mayo y después de un silencio dramático me dice que es anarquista, pero como quién confiesa sufrir almorranas, con la boca pequeña me reconoce que ya ha votado más de una vez a la CUP y que esta vez también repetirá. Junto con las catorce furgonetas de la Brimo que vigilan la manifestación, en el ambiente también abundan las latas de cerveza, las cazadoras tejanas con las mangas cortadas y los cánticos construidos como un dístico en que el primer verso lo grita una sola voz con un megáfono y el segundo, el de confirmación, lo entona todo el mundo al unísono.
"Qui sembra la misèria/ recull la ràbia" es el más escuchado con diferencia, como también con diferencia el símbolo más mainstream es una corona de laurel, el logotipo de Fred Perry que puede verse decenas de camisetas, polos y cazadoras. Mirándolo bien, quizás si Fred Perry estuviera vivo también estaría aquí, ya que el tenista, capaz de triunfar en un deporte considerado de clase alta, fue considerado en su época una oveja negra por su origen proletario. Cuando ganó por primera vez en Wimbledon argumentó que los pobres también pueden hacer los mismos golpes, los mismos ángulos y los mismos efectos que los ricos, quizás por eso su ropa acabó inspirando toda una generación de rebeldes y de tribus urbanas como los mods, los skins o los catalanes treinteañeros que últimamente peregrinan al outlet de la marca que hay en Olot, una vez al año, al igual que hace veinte años iban a la Festa de los Súpers en el Estadi Olímpic.
Los conozco bien porque son los catalanes de mi generación, los que viven peor que la generación de sus padres, los que no saben si tendrán una pensión, los que destinan un 45% de su sueldo a pagar un alquiler, los que malviven haciendo de autónomos para empresas que externalizan trabajos para evitar pagar la seguridad social además trabajadores o los que, en definitiva, han visto como la globalización les ahoga en una asfixia neoliberal llena de contradicciones. Quizás por eso también ellos son incoherentes y visten un polo Fred Perry fabricado en un país sin libertad sindical y sospechoso de explotación laboral como China, pero siempre es un consuelo recordar que hace poco más de un siglo también los huelguistas de la CNT le decían a Francesc Layret que era incoherente defender la lucha de clases desde un acta de diputado en Madrid por el Partit Republicà Català.
¿Se puede vencer la lucha de clases en el siglo XXI?, le pregunto a otra chica con sudadera Fred Perry con quien comparto marcha hacia Virrei Amat, y cuando me responde que pedir justicia social no es pedir la luna, me limito a pedirle fuego para encenderme un cigarro mientras ella me dice que fumar es enriquecer con impuestos al estado. Otra incoherencia, pienso, como todas las contradicciones que la CUP ha asumido desde que el año 2012 decidió hacer desde la política parlamentaria aquello que la Historia dice que solo se puede hacer desde las calles. Como todas las veces que Layret y Seguí se oyeron decir traidores por aceptar negociar con el gobierno. Como cada vez, en definitiva, que decimos que trabajamos para ganarnos la vida y olvidamos, en realidad, que si 'trabajar' deriva del latín tripaliare, que quiere decir tortura, es porque todavía hace falta luchar mucho para evitar que trabajar no haga perder nunca a nadie, más bien, las ganas de vivir.