Empezamos con algunos datos de interés. De los diecisiete parlamentos autonómicos que hay en España, Vox tiene presencia en dieciséis (el único lugar donde no ha conseguido poner los pies es en la cámara de Galicia). En todas estas ágoras, el PP tiene más escaños que Vox, con una notoria excepción: ¡Catalunya! Eso se explica por un factor doble. En primer término, en las últimas elecciones al Parlament, el partido de Santiago Abascal consiguió patrimonializar la oposición al procesismo y a la política de Sánchez, consistente en querer domar al independentismo a fuerza de los indultos (que eran, ahora ya lo podemos afirmar, el preludio necesario de la amnistía). A su vez, y por mucho que pueda desagradar al lector de este texto, hay que recordar que el partido de Santiago Abascal es un invento esencialmente catalán, urdido por Alejo Vidal-Quadras y Roca y actualmente comandado por un barcelonés: el abogado del Estado Jorge Buxadé.
Eso explica también que seguramente, a pesar de no poder repetir los resultados espectaculares de los últimos comicios al Parlament de 2021, Vox siga prosperando en el lugar donde más se justifica, por pura dialéctica confrontacional con el independentismo. Eso lo sabe muy bien Ignacio Garriga Vaz (Sant Cugat del Vallès, 1987), que ha tramado esta campaña electoral no contra el separatismo, sino precisamente atacando al PSC (al cual define a menudo como el "Partido Separatista de Cataluña"), pero también contra la doble moral del PP. Garriga sabe que hay un votante popular que podría decantarse por un candidato catalanista parecido a Piqué o Curto; no obstante, entiende que hay otro más hardcore que recela de las contradicciones entre lo que dice el aznarismo madrileño resucitado por Díaz Ayuso y la ambivalencia gallega de Feijóo, quien estaría encantadísimo de vivir en la Moncloa pactando con la antigua CiU.
Solo hay que ver el discurso del capataz de Vox en la presentación de los candidatos para las elecciones para admirar cómo Garriga cargaba las tintas contra los indepes, faltaría más, pero donde dedicó el mismo frenesí a acusar de blandos "a los constitucionalistas cobardes". El candidato de Vox sabe que el PP volverá a subir por inercia, después de los resultados brillantes en Galicia, del ascenso de la sectorial en el País Vasco, de la férrea determinación de Alejandro Fernández para resistir como candidato y, finalmente, gracias a la agonía de Ciudadanos. En estos comicios, insisto, veréis menos gritos de "Puigdemont a prisión" y muchas más arengas contra Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. Garriga hace santamente, porque el tope del voto de derecha españolista en el Parlament es de veinte diputados y, aunque Fernández recobre la mayoría, resistir con un grupo propio de siete u ocho escaños sería todo un éxito.
Hay que recordar que el partido de Santiago Abascal es un invento esencialmente catalán, urdido por Alejo Vidal-Quadras y Roca y actualmente comandado por un barcelonés: el abogado del Estado Jorge Buxadé
Vox tiene una base lo bastante sólida para asumir la embestida creciente del PP, pero —por estas coñas que tiene la política catalana— a Garriga se le ha aparecido un enemigo inesperado que, ahora sí, viene del lado del independentismo. Los puntos fuertes del partido ultraderechista son el españolismo y la inmigración; en este segundo aspecto, Sílvia Orriols ha contraprogramado a los voxistas con un discurso todavía más directo contra los recién llegados, especialmente los de origen marroquí y religión islámica. En este sentido, tiene gracia ver como Garriga se presenta ante el electorado que recela de los inmigrantes como el primero en haber puesto el tema en la palestra. Por este mismo motivo, volveremos a ver puestos de Vox en barrios multicolor de renta baja como Rocafonda, Can Gibert o Gornal, lugares todavía poco explorados por la líder de Aliança Catalana, a quien le da mucha pereza viajar más allá de las redes sociales.
El hecho diferencial de Vox se demostró sobradamente en el acto inicial de campaña, donde Garriga fue la estrella principal de la función... mientras Santiago Abascal se perdía la fiesta con la excusa de estar al lado de su amigo Viktor Orbán en Budapest, con ocasión de la Conferencia de Acción Política Conservadora (Abascal sí que presenció el pistoletazo de salida en el País Vasco). Este hecho nada casual, sumado a la ascendencia meteórica de Garriga como secretario general, portavoz parlamentario y vicepresidente único de Vox en toda España (con intervenciones estelares como la de octubre de 2020 en el Congreso, donde defendió la moción de censura contra Pedro Sánchez), certifican, me atrevo a insistir, el hecho de que sin el problema catalán, la formación radical probablemente ya no existiría. Tiene gracia que la única cosa que pueda hacerla bajar de ritmo no sea la derecha españolista, sino el racismo más nuestro.
La lucha entre Garriga y Orriols podría ir de poquísimos votos, especialmente en el diputado que los voxistas tienen tanto en Girona como Lleida. Pero también hay cierta esperanza en este combate falsario contra los recién llegados, pues la pugna podría acabar provocando que dos inventos bien catalanes como Vox y Aliança se acabaran mordiendo entre ellos. Incluso el barro más detestable, por desgracia, es capaz de provocar el nacimiento de alguna rosa. En cualquier caso, y pase lo que pase, Garriga continuará fiel al invento catalán de Vidal-Quadras, y quién sabe si algún día lo acaba liderando. Así este invento catalán podrá ser comandado nuevamente por un hombre de la tierra. ¡A los catalanes, solo faltaría, que nos respeten lo nostro!