Siempre que subo a Montjuïc tengo la impresión que los únicos catalanes que hacen ahí vida, desgraciadamente, son los muertos del cementerio. Si durante siglos fue una colina dominada por militares españoles, ahora es una montaña llena de turistas que esta mañana observan el skyline de Barcelona desde el Mirador del alcalde. Dos de ellos se hacen un selfie a mi lado y me preguntan si sé quién es toda esta gente que un martes al mediodía ha convocado cámaras y redactores bajo un sol de justicia. "A political act of the catalan republican party", les respondo con mi inglés del Penedès, pero ellos, que tienen acento americano, no lo entienden demasiado. ¿"But, the Spain is a monarchy, no?", pero cuando les intento explicar que se trata de un partido de izquierdas y a favor de la república catalana, temo que todavía lo enredo más. "In United States, the republicans are not left-wing", me dice él mientras pienso que el acto de Esquerra que está a punto de empezar, curiosamente, contará con la presencia de hombres como Carles Campuzano o Francesc-Marc Àlvaro, hasta no hace mucha gente poco sospechosa de ser de izquierdas.

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Joaquim Nadal y Francesc-Marc Álvaro comentando el calor que hace a Montjuïc. / Foto: Montse Giralt

De momento el primero en llegar es Oriol Junqueras, que lleva una boina de peaky blinder y parece estar dando una clase magistral a unos cuantos periodistas mientras señala con un dedo la ciudad. Me acerco por curiosidad y oigo que explica no sé qué de la construcción del puerto en la época de los layetanos, para después hablar del monte Tàber donde se acabarían estableciendo los romanos. Algunos parece que no lo escuchen demasiado y no paran de mirar el móvil, sin embargo, por eso Junqueras les dice, con tono sagaz, que tienen suerte que ya no les pueda suspender. "No puede parar de explicar cosas", me comenta su jefa de gabinete a quién le confieso que hace quince años lo conocí exactamente así, metiéndonos una chapa igual pero durante la lección inaugural de la Facultad de Letras de la UAB, el año 2008. Le explico que algunos días comíamos en la misma mesa del bar y un mediodía, después de confesarle que soñaba ser escritor, él fue la primera persona en la vida que me propuso escribir artículos en la prensa. "En un periódico digital que se llamaba Directe.cat", le digo mientras ella me dice que seguro que se acuerda, "porque Oriol se acuerda de todo".

Junqueras, con su boina, mientras el conseller Elena controla a la Guardia Civil trabajando en el Puerto. / Foto: Montse Giralt

Dudo mucho de que se recuerde, cómo tampoco me acordaba yo de que el conseller Joaquim Nadal fuera tan tremendamente moreno. Llega al acto con una piel tan bronceada que me da ganas de preguntar si acaba de volver de unas vacaciones a Tenerife, de hecho. Detrás suyo aparecen Dolors Bassa y Diana Riba, que muestran la ambivalencia de calzado tan típica de esta época del año con mañanas frías y mediodías tórridos: la exconsellera, con sandalias; la eurodiputada, con unas botas Dr. Marteens de aquellas que vendían en la calle Tallers. Quien ha escogido mal el outfit es el conseller Joan Ignasi Elena, que está sudando la gota gorda con americana, camisa y corbata. Carme Forcadell, en cambio, parece haberse tomado a rajatabla eso de ir de excursión a la montaña, por eso lleva una cazadora de neopreno. José Rodríguez a.k.a. Trinitro ha preferido ir bien fresquito con una de aquellas camisas de cuello Mao que tanto se ven en las terrazas de verano, a la hora del gin-tonic. Cuando aparece Elisenda Alamany, inmediatamente detecto que su estilazo tiene todo aquello de cuqui que tanto me gusta elogiar de los Comuns, pero también que si está aquí es porque hace cinco años decidió trabajar por un futuro mejor para los barceloneses, como todo el resto de políticos que la acompañan aquí arriba, dando el paso hacia Esquerra.

Oriol Junqueras durante su Sermón de la montaña. / Foto: Montse Giralt

Ni hecho expresamente, pero la diversidad estética de los asistentes es una buena metáfora de la procedencia diversa de todos ellos, por eso Junqueras empieza su discurso enorgulleciéndose que Esquerra se convierta en un lugar de encuentro y de acogida, desde gente de la CUP hasta personas del mundo convergente pasando por excargos del PSC, Iniciativa por Catalunya-Verds o Podemos. Acompañado de una docena de candidatos y cargos del partido que hace dos, cinco o diez años eran rivales políticos, Junqueras gira la mirada hacia la ciudad, imponente al fondo, mientras argumenta que somos un país de 8 millones de ciudadanos en el que todo el mundo, piense como piense, es imprescindible para construir un proyecto compartido. La estampa me recuerda vagamente al Sermón de la montaña, pero si en la Biblia representa la constitución del Reino del Cielo, eso de hoy suena más bien a la constatación de una manera de entender políticamente el camino hacia la República. Por suerte, como todo el mundo se está tostando de calor, el acto acaba tan deprisa que los turistas de aquí al lado no solo podrán pensar que Catalunya es el país del mundo donde las declaraciones unilaterales de independencia duran ocho segundos, sino que donde también los mítines políticos duran menos de diez minutos.

La presidenta Forcadell comentándole a Diana Riba que ahí es nada|bastante como|cómo abriga el neopreno. / Foto: Montse Giralt

Mientras recojo la tablet y temo no tener nada donde agarrarme para escribir con acidez la crónica de La contracampaña, una voz que viene desde detrás me sorprende. Cuando me giro, me encuentro al protagonista del acto diciéndome que ya le han dicho que vagamente nos conocemos, y cuando le explico que quizás sin aquellos primeros artículos en su medio digital yo no estaría hoy aquí, Oriol Junqueras me propone sentarnos a tomcar alguna cosa en el bar donde decenas de turistas están bebiendo sangría. Pedimos un bitter y le pregunto al presidente de Esquerra si hacer este acto aquí arriba tiene alguna cosa de misticismo. "A mí me gusta mucho aquel libro que se titula Apocalípticos e integrados, de Umberto Eco, y como a mí también me gusta la semiótica, hemos hecho el acto aquí porque no hay nada que se me inspire más que el paisaje". Le confieso que hay muchos apocalípticos en este momento actual en Catalunya y que yo mismo no tengo nada claro si votaré. El noventa por ciento de mis amigos también apuestan por la abstención, le digo, pero él me defiende ser parte de los integrados, "por eso este acto de hoy y por eso querer reunir a tanta gente diversa como sea posible en nuestro equipo".

Uno pesado que mete la tabarra en ElNacional.cat y Oriol Junqueras. / Foto: Montse Giralt

Hablamos de cómo ha cambiado todo desde que nos conocimos hace quince años o de su paso por la prisión donde hizo de profesor de matemáticas a Luis Bárcenas o Rodrigo Rato. Mientras un guiri sin camiseta y quemado como una langosta pasa por nuestro lado, le pregunto cuál es su receta ante el gran reto que tiene Catalunya en los quince próximos años: que el país, cultural y económicamente, no se vea zampado por la globalización. Mientras hace un trago, pensativo, me dice que hemos resistido a anteriores amenazas, como intentos de asimilación cultural y de represión militar, pero si Catalunya no ha desaparecido es porque el mundo siempre acaba respetando los pueblos que sobresalen en aquello que hacen, los que no solo resisten a los embates, sino que al mismo tiempo se proyectan al mundo. "Mira esta ciudad, por ejemplo: para muchos, Barcelona es sinónimo de talento y de sueños cumplidos".

Oriol Junqueras integrado en el paisaje que lo inspira. / Foto: Montse Giralt

Junqueras me hace sentir, el año 2024, en una de aquellas aulas de la UAB donde me dio clase el año 2009, sobretodo cuando me comenta que esta mañana ha explicado a sus hijos la historia del primer órgano, inventado por Heró de Alejandría para regalarle a una chica que se llamaba Clea después de haberse enamorado viéndola tocar el arpa. "Todo lo hacemos por amor", le digo mientras termino el cigarrillo y le pregunto cuál es la locura más grande que ha hecho nunca por amor. "Defender mi país y pagar las consecuencias de ello", me responde Junqueras antes de que dos guiris se acerquen a la mesa y en un sorprendente catalán con acento alemán le pidan hacerse un selfie con él. Son de Dusseldorf y Colonia, dicen, y nos explican que hace más de diez años que viven aquí y que "adelante con Catalunya". Resulta que no eran turistas, sino catalanes nacidos en otras partes del mundo que han decidido hacer un paseo por Montjuïc un martes por la mañana, por eso me quedo tan sorprendido que pienso que quizás sí que tiene razón el presidente de Esquerra cuando me dice que tenemos que tener fe en el futuro. Puede ser. Quizás, incluso, porque tal como me recuerda Junqueras que afirmaron antes Voltaire, Picasso o Paco Candel, hay gente que cuando viene a Catalunya no se enamora solo de Barcelona, sino sobre todo de la libertad.