Maria Pilar dice que ella siempre votaba a Jordi Pujol en las elecciones autonómicas, pero si hoy ha llegado al auditorio Eduard Toldrà de Vilanova i la Geltrú una hora antes del inicio del mitin del PSC es porque en las generales siempre votaba a Felipe González. Mi abuela del Vendrell hacía lo mismo, le comento, pero no solo votaba socialista en las municipales y las generales, sino que tenía en la pared un retrato firmado del presidente español tan grande como el póster de Stoichkov que decoraba mi habitación. Cosas de ser parienta de Joan Reventós y amiga de Pep Jai, supongo. Maria Pilar me reconoce que González "no era tan guapetón" como Pedro Sánchez, pero su nieta, que es quien la ha traído de Cubelles hasta aquí, añade que Sánchez no solo es guapo, sino también mono. "Yo antes votaba a Comuns, pero escuché un capítulo de La Pija y la Quinqui con el Perro Sanxe y me moló su rollo", me confiesa mientras se enrolla un cigarrillo y dice bueno yaya, voy en hechar un cigarro en la sombra mientras esto no empieza.
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En la calle hay tanta gente bajo el sol esperando para entrar que un peatón despistado, cuando pasa, pregunta si es que aquí regalan churros. Habría todavía más gente si no fuera porque justamente hoy, el día que el presidente visita la ciudad, una nueva avería de Rodalies ha dejado centenares de viajeros a la intemperie cerca de Sitges. Como cada acto que Sánchez ha hecho en Catalunya, todo indica que el auditorio hoy también quedará pequeño. El presidente del gobierno ya no baila canciones de Queen con Miquel Iceta, pero es el artista estrella de la caravana socialista y todo este gentío para ver el espectáculo de hoy lo demuestra, aunque quien el domingo puede ganar las elecciones no es él, en teoría, sino Salvador Illa. A diferencia de lo que le pasaba a mi abuela, sin embargo, la sensación general es que los votantes socialistas ya no entienden al PSOE y el PSC como dos primos, cada uno con su personalidad propia, sino como dos hermanos de edades diferentes y en que el grande manda y el pequeño, sin decir ni pío, obedece.
"Mira, yo no me considero indepe, pero siempre he creído que los catalanes tenemos que poder decidir", me dice la nieta de Maria Pilar mientras termina el cigarro, "pero mi abuela no quiere movidas y ahora está aquí, guay, al igual que hace años votó a Ciudatans". A nuestro lado aparecen de repente dos chicos pintorescos, con traje, sombrero de copa y un maletín donde se lee 'Cobrador del frac'. Me acerco para pedirles fuego y me explican que están aquí para reclamarle a Sánchez el espolio fiscal, pero mientras hablamos aparecen dos Mossos d'Esquadra y amablemente les piden identificarlos. De rebote, inesperadamente también me lo piden a mí y me coge aquel canguelo de cuando un policía te trata de Usted en algún control en una rotonda. Les digo que yo también reclamo el espolio fiscal que Catalunya sufre por parte de España, pero escribiendo columnas en un medio digital. Dos minutos más tarde me devuelven el carnet de identidad y con tono sagaz me dicen que estoy 'limpio' y que todo en 'orden', corroborando que por suerte no sufro la misma desgracia que los centenares y centenares de represaliados políticos que se dejaron la piel en las calles en aquellos años en que el PSOE aplaudía el 155 o se manifestaba con el PP, Ciutadans y VOX en Barcelona.
No estaba previsto que Pedro Sánchez estuviera hoy aquí, como demuestra que el auditorio escogido es tan pequeño que su presencia ha obligado a añadir un centenar de sillas delante de una pantalla a la recepción, como las graderías supletorias de Montilivi. Para el PSOE, parece que Salvador Illa sea un equipo de Segunda División, por eso cuando la estrella de la tarde aparece en el atril en medio de un calor sahariano, el público vilanovés estalla como si la carpa Juanita mismo se hubiera personificado en él. No bebe en porrón, sin embargo, sino que hace un sorbito de agua mientras suena Hungry heart de Bruce Springsteen. Aunque afirme haber vuelto de su break de cinco días decidido a no rendirse, hacer sonar No surrender habría sido demasiado descarado en este intento socialista de contrarrestar el peso electoral de una figura como Puigdemont. ¿Cuánto hace que no desconectas cinco días?, me dice un compañero periodista sentado a mi lado, y mientras lo pienso no puedo parar de imaginarme qué debió hacer Sánchez durante aquel receso. ¿Aprovechó para leer literatura catalana en castellano, quien sabe si Canto yo y la montaña baila? No, porque si lo hubiera hecho, hoy lo diría para hacer así propaganda electoral y alguien del Quadern de El País ya lo habría filtrado.
Quizás se pasó cinco días mirando mierdas en Netflix, o se cascó un Modo Carrera en el Fifa 23, o quizás estuvo estudiando la campaña del PSC y ahora nos sorprende a todos confesando que le gusta tanto la melodía de El Turuta que se la pone para hacer footing. Desgraciadamente no lo dice, pero el público le aplaude igual a los gritos de "Pedro, a Pedro", alargando las e como Penélope Cruz el día que Almodóvar ganó el Oscar. Cuando el discurso de Sánchez acaba, por fin sube al atril Salvador Illa y sorprendentemente no se expresa solo en castellano, como sí que hizo en 'Lérida' o el 'Bajo Lobregat'. Cuando habla, sin embargo, mueve los brazos como si los hilos de un titiritero marcaran el ritmo de sus movimientos y sus palabras. Son los hilos que el Movimiento Socialista de Catalunya fundado por Joan Reventós y Pep Jai, los amigos de mi abuela Enriqueta, procuraron cortar siempre con más o menos éxito. En las primeras elecciones a la Generalitat restituida, el año 1980, las encuestas daban una victoria tan sobrada a los socialistas como la que Illa promete al público, pero inesperadamente la figura de Jordi Pujol apareció en escena para convertirse en 126.º president, Español del año y durante unas décadas, también, virrey metafórico de aquella Catalunya que solo podía prosperar como una autonomía con identidad propia pero dentro de España.
Quien sabe si domingo el nuevo virrey será Salvador Illa, pero si no lo es, sospecho que la culpa la tendrán los que creen que ahora, cuarenta y cuatro años más tarde de aquellas primeras elecciones, Catalunya solo puede prosperar fuera de España. Contra eso, la receta del PSC hoy es vender la gobernanza a la Generalitat como un apéndice de la gobernabilidad en la Moncloa, un esquema que se parece mucho al que el gobierno de Felipe González diseñó para pacificar el País Vasco en los ochenta con el Plan ZEN (Zona Especial Norte). Quizás por este motivo, aunque esta tarde Illa no haya dicho 'Villanueva y la Geltrú', es fácil adivinar que para él convertirse en Muy Honorable Presidente tiene más que ver con dirigir una sucursal de Madrid bautizada como Zona Especial Nortoeste que no, por lo visto, un país denominado Catalunya.