En el contexto de una campaña cincelada como la elección entre Salvador Illa —y el tándem Pedro Sánchez/Begoña Gómez— y Carles Puigdemont, la única misión que le queda al president Pere Aragonès (Pineda de Mar, 1982) es la de salvar los muebles de ERC a fin de que el partido de Oriol Junqueras pueda hacer de árbitro de mayorías en el futuro Parlament de Catalunya. Ante el presumible porrazo de Esquerra el 12-M, es bien posible que Aragonès acabe abandonando el Parlament y la política, pues ver a un Molt Honorable haciendo oposición u ostentando un cargo menor sería algo bien extraño (a no ser que te llames Roger Torrent y tengas un amor desmesurado por la silla, claro). El actual inquilino de Palau podría convertirse así en el presidente más joven en acceder al cargo de Molt Honorable y también en el más joven a la hora de abandonarlo, lo cual le está regalando una tensa y melancólica aura de millennial prejubilado.
Aragonès ha intentado focalizar la campaña de Esquerra en una argumentación bien curiosa, sobre todo teniendo en consideración que es candidato de un partido supuestamente independentista: a saber, el 132 ha sacado pecho de haber iniciado el camino que ha llevado a acuerdos como la amnistía con el PSOE. Lo que Aragonès desconoce, y ya tiene coña porque de experiencia en este sentido le sobra, es que los convergentes siempre han sido y serán mucho más hábiles a la hora de patrimonializar las rendiciones de los demás. El president, por lo tanto, puede repetir hasta la náusea que ERC ha abierto el camino de la pacificación, pero la única cosa a la que aspira el votante independentista es a abrazar aquella pizca de épica que le recuerde los días álgidos del procés; y en esto, por muchas mentiras y falsas promesas que nos haya hecho, Puigdemont no tiene rival.
Aragonès también la acierta de lleno cuando denuncia el cinismo convergente; es decir, el sonsonete por la unidad independentista que predica el 130, cuando fue Junts quien la rompió largándose del Govern (¡en un referéndum ahora sí aplicado!). En eso, insisto, Aragonès tiene más razón que un santo: pero un político todavía joven pero con bastante mili encima como él tendría que entender que el cinismo es la base del partido heredero de Pujol. Si quiere repasar este hecho incontestable, puede recurrir a la historia inmediata y a un experto en el tema como es su boss, Oriol Junqueras, quien ya probó como Artur Mas lo dejaba en calzoncillos —patrimonializando el éxito del 9-N y el liderazgo de Junts pel Sí— y como, tiempo después, Puigdemont hacía lo mismo con el 1-O, sin pasar un solo día en la prisión. Los chicos de ERC, es cierto, no aprenden nunca.
Aragonès ha sido un president que siempre ha actuado con un tono mate de corrección perpetua que no ha emocionado, pero que tampoco nos ha avergonzado demasiado
A pesar de haber gobernado en solitario con una acumulación de conselleries inaudita en tiempos recientes, Aragonès no ha sabido marcar ningún tipo de línea política con suficiente calado para trascender. De hecho, durante gran parte de su reinado, Aragonès ha protagonizado el escaso impulso del Govern, poniendo sombra a la tarea de la mayoría de sus consellers; como ya he escrito alguna vez, y vale la pena repetir, solo la pertinaz sequía y un desdichado crimen en una cárcel nos han podido recordar la existencia de David Mascort y de Gemma Ubasart. De hecho, la consellera más currante y visible del Govern ha sido Tània Verge, a quien hemos pagado el sueldo (y lo escribo sin ningún tipo de ironía) para que nos descubra las mil formas —y dolores— con que las catalanas afrontan los problemas menstruales. Too little Too late.
En una entrevista de Roger Escapa a Lluís Prenafeta, la antigua mano derecha de Jordi Pujol definía al president Aragonès como "flaco, pero aplicado". Opino que la expresión de Lluís es tan cierta como dolorosa; porque, en este caso, la virtud es casi peor que el desprecio. En efecto, Aragonès ha sido un president que siempre ha actuado con un tono mate de corrección perpetua que no ha emocionado, pero que tampoco nos ha avergonzado demasiado, y ha aprendido a salvar un físico a menudo liliputiense y risible con una tirantez de espalda que pretendía aparentar una solemnidad mal digerida (sus asesores de prensa podrían haberlo esculpido un tanto mejor, como un hombre más de su tiempo, dada su conocida simpatía y —a poder ser— de una manera menos risible que la de sus últimos y espantosos vídeos simpáticos en las redes). Tanta postura, contrastada con tan poco contenido, hacen que "flaco" le pegue mucho.
A su vez, estoy seguro de que el actual Molt Honorable ha trabajado de una forma bastante "aplicada" y que ha afrontado su cargo con la máxima honestidad posible. Estrechos colaboradores del president me chivan que, de toda la cúpula de Esquerra que manda en Palau, Aragonès es de los tipos con quien más disfrutarías tomando cervezas. Pero ni así, pobrecito mío, ha podido librarse de una especie de aura desganada que valdría para una secretaría general, pero no para la grandeza que pide una presidencia. A pesar de su fama de buen gestor, reto a alguno de nuestros lectores a recordar un solo aspecto de la administración Aragonès que sea memorable; si se hace este ejercicio, se impondrá un silencio sepulcral, la misma quietud e indiferencia que despedirá su legado político; el president se irá discreto, bien consciente de que quien manda en su partido es Oriol Junqueras, que no dimitirá ni aunque saque un solo escaño.
Pero no todo son malas noticias para Pere. Esto de quedarse sin trabajo tan joven puede ser una oportunidad única: pues nunca es tarde, querido president, para buscar trabajo fuera de la sombra de un partido político por primera vez en la vida. ¡Ánimos, que ya dicen que los cuarenta son los nuevos treinta!