Pep Guardiola dijo un día, en sede parlamentaria, que levantándose muy temprano muy temprano, los catalanes serían imparables y dado que el coach del Manchester City se ha convertido en todo un influencer, la máxima guardioliana la aplicaron el sábado 3.000 fans de Carles Puigdemont. Se levantaron a las 6 de la mañana si salían de las Tierras del Ebro o de Lleida para hacer 400 kilómetros de ida y otros de vuelta; a las 7 si salían de Barcelona y a las 8 los de Girona.  A quien madruga Dios le ayuda. Y todos hacia Argelers, el municipio de la Catalunya Nord donde se celebró seguramente uno de los mítines más insólitos de la democracia.  ¿Alguien imagina a Macron haciendo toda su campaña en Girona?

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Dado que su candidato continúa en el exilio y si vuelve ahora lo encarcelarán, a Albert Batet y a los estrategas de Junts per Catalunya no se les ocurrió nada más estrambótico y arriesgado que mover a su gente en vez de mover al candidato. Y efectivamente, como Mahoma no iba a la montaña, la montaña debía ir a Mahoma. Bien, los de la montaña, y los de la playa, los del norte y el del sur, los de pueblo, los de barrio y los de ciudad. La convocatoria era a las 12 y a las 10 y media, no había más remedio que aparcar a un kilómetro del Espacio Jean Carrère donde debía desarrollarse el mitin central de Junts. La entrada en el pabellón estaba todavía cerrada, pero la gente hacía cola para asegurarse una silla. Como era el sábado, y se esperaba mucha gente, habilitaron otro escenario al aire libre donde Puigdemont tuvo que empezar y de cerrar el acto, consolaron los que no habían podido entrar. Y sabían que se esperaba mucha gente, porque resulta que los que quieren ir se tienen que apuntar con algunos días de antelación por internet. Increíble, pero cierto. ¡Cuánta devoción y cuántos peregrinos!

Esta movida de Junts es tan insólita y significativa que justifica sobradamente que Pedro Sánchez haya visto la necesidad de intervenir personalmente, primero con su juego de la retirada, para irrumpir a continuación en una campaña catalana donde quizás sí él se juega más que nadie, porque Catalunya lo hizo presidente y sin Catalunya dejará de serlo. Así que pese a lo que digan las encuestas, todas las precauciones son pocas. Puigdemont demuestra un poder de convocatoria excepcional, pero según los expertos en táctica electoral, el objetivo es que los 4.000 que estuvieron el sábado en Argelers, o el millar largo que llena cada día el pabellón, vuelvan eufóricos a casa y hagan su propia campaña entre parientes y amigos.

Simpatizantes del president Puigdemont siguiendo su mitin desde fuera del recinto / Montse Giralt

Y sí, todo el mundo llegó antes de tiempo para hacer cola, un animador, micrófono en mano, Robert Gobern, entretenía a la gente como si se tratara de un show televisivo. "Vosotros, ¿de dónde venís?", preguntaba. “¡De Tivissa, de las Terres de l'Ebre!”, gritaban con orgullo y del otro lado de la cola gritaban otros que habían llegado de Mora la Nova. Por cierto que ahí estaba Joan Sabansa, antiguo alcalde republicano que dice que sigue siendo republicano y por eso está con Puigdemont. "¿Y vosotros?" "¡¡¡De Sants!!!", y Gobern cantaba "Sants, Sants, Sants... carrer de Sants". La competición entre los peregrinos por sus orígenes duró un buen rato. Otros lo contemplaban desayunando tras descubrir la existencia de un oxímoron gastronómico, el food truck casero. Cal Pastor ofrecía como “comida de casa”, un bocadillo de Frankfurt con bacon, queso y cebolla crujiente de la carnicería Bundó de l'Arboç o con pollo de Santa Perpetua.

Como suele ocurrir en todos los mítines de los partidos mayoritarios, la media de edad era elevada, pero como ir a Argelers supone toda una excursión, en esta ocasión también hubo un ambiente familiar con abuelos, hijos y nietos. Unas chicas, que debían pertenecer al tercer grupo, tarareaban y bailaban la música de fondo, la canción de Doctor PratsCaminen lluny con una letra que más oportuna no podía ser: "Dime que no hemos cambiado, que seguimos adelante, que esa lucha tendrá un final. Hemos venido a derribar las fronteras para ir más allá". Momentos antes de que empezara el acto, una niña llamada Mariona le regaló una caja de bombones a Laura Borràs, quizá de la pastelería Puigdemont, porque la niña venía de Amer con sus padres.

 

Fue Laura Borràs quien arrancó el mitin de manera hamletiana porque, a su juicio, las elecciones del 12 de mayo, “van de ser o no ser”, pero también “un acto de justicia poética” se entiende que en el sentido de la restitución de Puigdemont. En cambio, Jordi Turull, siempre más llano, advirtió a los contrincantes socialistas de que a pesar de que saquen “el Sant Cristo Grande” percibe un “rumor histórico” que le hace pensar que “un millón de hormigas pueden tumbar a un elefante”. Tiene gracia la consideración religiosa que le tienen a Pedro Sánchez.

Hay que decir, pero que la estrella del día, con permiso de Puigdemont, fue Salvador Vergés, el candidato por Girona. Dijo: “Uno puede ser independentista, de corazón o de cabeza; de corazón porque se siente catalán o de cabeza porque te das cuenta de que te están jodiendo la pasta. Unionista se puede ser de corazón y yo lo respeto, si se siente español, se siente español, pero no se puede ser unionista de cabeza, porque le joden la pasta igual y si lo piensa no le salen los números”. Para terminar gritó: “¡¡Tenemos una urgencia nacional de liderazgo!!!”

Y resulta que el líder, quizás porque no ha sido una semana personalmente muy alegre, tuvo una intervención suave, más bien emotiva: recuperamos la ilusión; contra la resignación, ambición; se ha acabado de ser súbditos, haremos lo que nos dé la gana". Y sonó la voz de Bruce Springsteen: No surrender.