Escribió Agustí Bartra que el campo de refugiados de Argelers era una 'ciudad de derrota', pero si alguna cosa me queda clara al llegar a la fanzone del recinto Jean Carrera es que el feriante de la food truck seguro que no hablará de derrotas después de estas elecciones. Me dice que el bocadillo y la Coca-Cola son diez euros y medio, por eso le comento que no estoy acostumbrado a los precios franceses y él me confiesa que tampoco, pero que cuando vuelva a casa, a Igualada, primero pasará por el Port de Barcelona para recoger el Porsche que ya tiene pedido después de quince días vendiendo frankfurts en los mítines que Junts+Puigdemont por Catalunya ha hecho aquí. Mientras me trastea la carne en la plancha y todo se empapa de aquel olor del Camp Nou en la media parte, de repente Carles Puigdemont aparece a la entrada del pabellón flanqueado por Jordi Turull, Míriam Nogueras, Josep Rius y Albert Batet. ¡"Ánimos!", le dice el cocinero de mi merienda al presidente, que responde de lejos con una mirada cómplice mientras yo no puedo parar de sufrir por la carne al fuego, ya que el bacon demasiado tostado es como hacer un buen resultado electoral pero no tener posibilidad de gobernar: en el primer mordisco parece que ya va bien, pero al cabo de un rato te das cuenta de que más vale pedir otro bocadillo.
Todo el mundo sabe que no hay que ganar las elecciones para presidir a la Generalitat, como ya pasó en el 2017 o en el 2021, por eso el gran temor en el ambiente no es que Junts quede en segunda posición, sino que lo haga con una distancia insalvable entre el Salvador Illa y Carles Puigdemont. Contra los nervios, sin embargo, cruyffismo. Cuando menos, eso es lo que desprende el jefe de comunicación del partido, Pere Martí, cuando dice "no sufráis, hoy nos lo pasaremos bien" a un grupo de periodistas. Mientras los miembros más destacados de la formación van apareciendo, Anna Erra y Jaume Giró, quizás para matar los nervios, proponen hacer una partida de futbolín. Los rivales son el diputado Quim Jubert y Elena Fort, la vicepresidenta del Barça que ha subido a personificar el 'salíd y disfrutad' que de manera casi terapéutica las filas juntaires piden esta tarde. "Las estoy pasando canutas por si la pifio, espero no sufrir tanto esta noche!", dice risueña la presidenta del Parlament, ya que Jaume Giró resulta tener una muñeca de categoría e inesperadamente se convierte en el rey de la pista, como aquellos lobos de bar que matan las noches aferrados a las barras de un futbolín, pero sin un palillo en la boca ni uno quinto apoyado al lado de la barra.
El primer sondeo electoral coge con una cerveza en la mano a casi todo el mundo, pero las caras de algunos cuando ven la estimación de escaños que ofrece TV3 es más propia de quién se ha quedado helado después de beber un granizado demasiado frío. Un diputado que hace cola para comprarse unas patatas fritas pronuncia el primer 'hoy sufriremos' de la noche y rápidamente, con los tímidos primeros votos escrutados, todos los grandes nombres del partido van agrupándose en una zona privada dentro del pabellón. Procuro sacar la cabeza, ya que veo a mi amigo Nicolas Garcia, pero cuando el alcalde de Elna sale a hacer una meadita me constata la sensación general: "esto será difícil", me dice mientras detrás suyo, más que esperar resultados electorales, la gente parece que haga guardia en la sala de espera de un quirófano en una operación a corazón abierto. No soy el único que lo percibe así, me parece, pero cuando vuelvo a mi sitio veo que el periodista de mi lado directamente ya ha dado al paciente por muerto: "Noche fúnebre en Argelès" le leo de reojo en el primer párrafo de su pieza, escrita más bien por alguien que parece desear desde hace mucho tiempo el entierro al cual dice estar asistiendo.
Cuando faltan once minutos para las once de la noche, una tormenta de aplausos estalla y Carles Puigdemont aparece, por fin, camino hacia el escenario. Cuando empieza a hablar, sin embargo, un miembro del equipo técnico le pide que pare un momento porque el audio no está entrando y aquel silencio de veintidós segundos, de golpe, habla tanto sin decir nada como aquella foto de Pep Guardiola con la mirada perdida la noche que murió el Dream Team, cabizbajo después del 4-0 del Milan. El 130.º presidente de la Generalitat no tiene la mirada perdida, sin embargo, sino que muestra una inesperada firmeza que quizás solo puede ser capaz de asumir alguien a quien hace siete años que dan por muerto y todavía remueve la cola, aunque de la noche de hoy salga más herido que nunca. Su discurso, brevísimo, se resume en felicitar a los socialistas pero entrever que él todavía puede ser investido presidente, celebrar el aumento de diputados de Junts y, sobre todo, asumir la única auténtica muerte de la noche: una manera de hacer política independentista que hoy, con la bajada de votos en los tres partidos soberanistas, reclama una reflexión profunda.
Cuando termina el discurso, la mayoría de los asistentes nos miramos sin acabar de entender demasiado bien qué ha querido decir. Ni si estamos en un tanatorio o todavía en la sala de espera del quirófano. Ni si el hecho de que no suene el No surrender de Bruce Springsteen es también culpa de que 'no entre el audio'. Ni si esto es la final de Atenas o solo la ida de un partido que tendrá la vuelta dentro de cuatro meses, ya que |quién sabe qué pasará mañana, o pasado mañana. Por suerte, yo lo único que sé es que cuando salgo del pabellón me encuentro todavía al feriante de la food truck que tiene una cola de periodistas comprándole latas de Moritz 7, demostrando que es el gran ganador de estos comicios. Quizás él es el único que no recordará Argelers como una 'ciudad de derrota', ya que yo no sé si el postproceso ha muerto hoy o justo acaba de nacer, pero sé, como también todo el mundo sabe ya, que el retorno del presidente en el exilio se ha embarrancado en la misma playa donde Agustí Bartra, el año 1939, sobrevivió para escribir que "haber sido vencido no era lo suficiente". Una frase que se puede leer de muchas formas y que hoy, tantos años después, quizás puede indicar el nuevo camino a algunos, sobre todo ahora que incluso para llegar a Ítaca hay que pasar antes por Madrid.