La plaza Ricard Vinyes de Lleida está dedicada al pianista más universal de la ciudad, con permiso de Enric Granados, pero esta tarde aquí no se oye música de ninguno de los dos compositores. Solo falta un cuarto de hora para que empiece el mitin electoral de VOX y lo que suena, en cambio, es la canción Y viva España de Manolo Escobar que empieza a animar al público. Todavía hace sol y entre los asistentes se ven algunas gafas Ray-Ban Aviator y alguna cazadora verde caqui, pero sobre todo hay jóvenes vestidos de la manera más normal del mundo. Chicos con pendientes, chicas que encajarían de maravilla en un pòdcast de Gen PlayZ e incluso un tipo con peinado mullet, que hasta hace bien pocos años era patrimonio exclusivo de la izquierda alternativa. Todos, eso sí, llevan enganchado a la ropa el adhesivo de la bandera de España que alguien va repartiendo.

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Santiago Abascal afinando la ve antes de su concierto. | Foto: Siu Wu (EFE)

La mayoría se lo ponen en el pecho, como si fuera el logo de una marca, pero dos críos a mi lado se lo colocan en la manga, sobre la cazadora que llevan, como si fantasearan con ser soldados haciendo la mili. "Yo he pillado dos y en el otro cuando llegue a casa me voy a dibujar el aguilucho", le dice uno al otro mientras pienso que, paradójicamente, que sienten fascinación por un símbolo preconstitucional pero están en el mitin de un partido que se vanagloria de ser el gran abanderado de la Constitución y los valores tradicionales de España. De repente, un chico con una Harrington beige se me acerca cargado con un montón de libros, quizás porque yo también llevo una Harrington pero verde, me pregunta si quiero a uno y me explica que son ejemplares de La España que queremos, "una antología de textos de José Calvo Sotelo, que no sé si lo sabías pero fue un gran patriota".

La obra de Ferrer-Dalmau en la cubierta del libro de Calvo Sotelo.

Le digo que sé quién es, sí, pero sobre todo le comento que la cubierta es curiosa. Cuando le pregunto si los soldados con barretina del dibujo son los famosos voluntarios catalanes en la guerra de Marruecos, el librero ambulante me mira sonriente y me dice que sí, que es de un cuadro del pintor Ferrer-Dalmau. Después, con un acento aragonés que me tumba de culo en el suelo, me dice "qué bién conocer a patriotas que conozcan nuestra historia" a pesar de le diga que no quiero el libro y se va. Tanto pensar en la batalla de Tetuán hace que todo me parezca de golpe un poco siglo diecinueve, sobre todo cuando los primeros discursos del acto, a cargo de Toni López y Rafael Villafranca, apelan tanto a la defensa de la gente del campo, la preservación de las costumbres autóctonas contra las costumbres de quien viene de fuera y la contrariedad al progreso de la Agenda 2030 que, salvando las distancias, parecen el discurso que los carlistas habrían pronunciado en Lleida hace más de un siglo y medio.

No hay duda que estamos en el 2024, sin embargo, ya que no había visto tantos móviles haciendo fotos ni vídeos grabando reels en directo en toda la campaña electoral. Cuando Ignacio Garriga sube al escenario, todo el mundo empieza a chillar 'presidente, presidente!'' y me pregunto si soy el único que encuentra curioso desear hacer presidente de la Generalitat de Catalunya a alguien que se presenta a las elecciones queriendo eliminar el Estado de las autonomías. Está claro que esta incoherencia parece no importar al público, que aplaude fervorosamente cuando el candidato dice una cosa tan sorprendente como que una de cada tres agresiones sexuales se producen por culpa del separatismo y el socialismo. Es una de aquellas afirmaciones sin fundamento que desgraciadamente en el estercolero de las redes sociales triunfan, por eso VOX tiene 390.000 seguidores en TikTok por los solo 15.000 de ERC, los 3.300 de Junts o los 1121 de la CUP, cosa que explica porque hoy más de la mitad de las trescientas personas que están aquí no supera los veinticinco años.

Chaparral, Villafranca y Abascal en pleno Congreso sobre Leridanismo. | Foto: Siu Wu

La gente enloquece en aplausos cuando Santiago Abascal aparece en escena, a pesar de la tremenda decepción de saber que no ha llegado a Lleida en caballo. Dice que ha venido en furgoneta y que "cada vez nos tiran más besos y menos huevos, y eso se porque vamos ganando". Habla con frases breves y contundentes, como un cantante de rap en una batalla de gallos, por eso levanta aplausos cuando en una defensa sui géneris del 'leridanismo' dice que a él le da igual decir Lérida o Lleida, pero lo que no le da igual es que la ciudad parezca la Taifa de Lârida. En diez minutos de discurso repite siete veces la palabra 'provincia' y cuatro la palabra 'región', pero sobre todo el término más repetido es 'inmigración ilegal'. Con una especie de lerrouxismo 2.0, Abascal hace calar un discurso que regatea la incitación al odio con una fórmula muy estudiada en la cual todo cae siempre de pie. Por eso, por ejemplo, cuando incita al racismo criticando que haya mujeres con velo por la calle, lo hace porque "para estas mujeres yo deseo su libertad".

La libertad, pienso en oír desde Lleida, es casualmente aquello de que no disfruta desde hace cuatro años un rapero mucho menos sibilino que Abascal, quizás porque es antifascista: Pablo Hasél. En una prisión ubicada a escasos mil cuatrocientos metros de esta plaza, el músico del Segrià cumple condena para escribir cuatro tuits y cantar canciones contra la Corona, pero desgraciadamente el presidente de VOX no aceptaría nunca una batalla de gallos con él porque la libertad de la cual habla, temo, no incluye el derecho a la libertad de expresión vulnerada en el caso de Hasél. Oyendo el rap de Abascal, de hecho, tampoco parece que incluya el derecho a querer vivir en catalán en Catalunya o querer tener medios de comunicación, industria cultural o sistema educativo en catalán, la verdad. Por lo tanto, a pesar del chico de delante mío que aplaude el final del acto lleve una camiseta de campaña donde dice "Para que Cataluña vuelva a ser Cataluña", creo que lo que he escuchado hoy en Lleida es más bien una canción que dice que Catalunya deje de ser Catalunya.