El hecho de que los asesores de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz determinaran que la campaña del 23-J se plantearía como un tour de force de la izquierda contra el fascismo ha configurado el bote salvavidas ideal para la CUP y su candidato. En efecto, Albert Botran y los cupaires pueden reclamar con justicia que, en esto de la lucha antifa, son pioneros y unos putos cracs (a la hora de presionar la esquerrovergència para llegar a la secesión de España también decían ser la gente más adecuada, pero ya tal). En la pasada legislatura, la CUP dio el salto a Madrit por primera vez en su historia y del trabajo de Mireia Vehí y del propio Botran en el Congreso sabemos poca cosa, más allá de habernos jurado que serían ingobernables ante España y haberlo traducido solo a la manera Joan Tardà; a saber, dirigiéndose a los diputados en catalán para que la Batet de turno corte micrófonos y puedas llorar un rato.
Resulta, por lo tanto, bastante lógico que solo el 61% de los militantes de la CUP aprobara repetir el experimento de 2019, ahora con un alehop de candidatos propio de la vieja política, pero bastante astuto si nos fijamos en el cambio de paradigma de los liderazgos dentro de la izquierda española. Porque, con su veto a Irene Montero, Yolanda Díaz también ha provocado un viraje general al centro y la configuración de una izquierda mucho más cuqui y suave en las formas. En este sentido, Botran es el hombre perfecto a la hora de afrontar una campaña de ideas duras contra el PP y Vox pero con una tonalidad de voz tan agradable que cautivaría incluso a una agrupación de suegras convergentes. Este hecho, y la posibilidad de que algunos abstencionistas o indecisos del mundo indepe decidan castigar a Junts y Esquerra por su desunión constante en el Parlament, podría hacer que la CUP mantenga resultados o, incluso, los pueda mejorar.
La CUP se plantea su retorno a la capital española con argumentos de 'peix al cove', por mucha retórica que pongan, y cogerá el AVE con la misma inercia que muchos convergentes
Dicho esto: ¿qué cojones tiene que hacer la CUP en la capital del reino? La respuesta del candidato, como le dijo a nuestro querido Jofre Llombart, se resume en ser más de izquierdas que la peña que se define así y en seguir con la matraca de la autodeterminación de la tribu en el Congreso (incluso contra la voluntad de Esquerra de rebajar el conflicto nacional con esta pamema denominada mesa de diálogo). Todo esto podría ser cierto a nivel programático, manifestando así que los cupaires son de los escasos políticos que mantienen un vínculo genuino con el 1-O, pero es igualmente verdadero que, desde el 2017, el partido ha mantenido esta retórica para disimular su complacencia e inacción contra el procesismo. Digo que los cupaires todavía tienen la fuerza del referéndum en la cabeza, pero aquí también hay matices: el propio Botran todavía compra la tesis de plantear una nueva votación con el beneplácito español.
Por eso también sorprende que el candidato y compañía sigan haciendo una enmienda total al bipartidismo español, insistiendo en que el PSOE se parece mucho al PP en asuntos como la lucha por el cambio climático o la plurinacionalidad estatal. Lo digo porque la CUP critica mucho al procesismo, pero su candidato todavía va repitiendo la idea típicamente masista según la cual un 70-80% de los catalanes quiere decidir el futuro político de la nación en un referéndum. No creo que Botran crea posible convencer al PP o Vox de convocarlo, con lo cual debe opinar (aunque sea en secreto, como todos los indepes) que la única forma de conseguirlo es presionar a Sánchez con un o por las buenas o por las malas que pueda salvarle la investidura. En resumidas cuentas, la CUP se plantea su retorno a la capital española con argumentos de peix al cove, por mucha retórica que pongan, y cogerá el AVE con la misma inercia que muchos convergentes.
En el fondo, Botran y la CUP han sido bien hábiles en el arte de exprimir la ambigüedad independentista de los últimos años. Son críticos con el procesismo, pero todavía esperan a que el PSOE ceda en el ámbito plurinacional; dicen que no tienen ningún interés en cambiar España pero, ya que estamos, pretenden ser garantía de que el Estado no retroceda en derechos y que Europa sea un poquito menos fascista. Los cupaires pueden estar contentos porque, en el ámbito de los catalanes en el Congreso, ni Duran i Lleida fue capaz de urdir tantos equilibrios argumentales y salir indemne. Si siguen así, Botran acabará encontrándose tan cómodo en la capital española como su compañera de viaje en la candidatura de la CUP. Porque en Madrit, quizás por aquello del cosmopolitismo castizo y de las cañitas con una tapa gratis (que ya te sirve para acabar cenado y bien harto de tortilla), todo el mundo acaba saliendo mucho más gobernable.