Hay un tipo de gente que sonríe pase lo que pase, y la vida nos ha enseñado a desconfiar de ellos como si se trataran del mismo Lucifer. Así pasa con Yolanda Díaz, una política criada en Galicia que aterrizó en Madrid a la sombra de Pablo Iglesias, a la que el líder espiritual de Podemos acabó regalando el trono de la vicepresidencia del Gobierno mediante la técnica digital (me refiero al dedo, no a eso de los ordenadores), detalle amistoso que esta maquiavélica abogada laboralista ha acabado retribuyendo con el famoso veto a Irene Montero. Por mucho que Yolanda Díaz haya trabajado de lo lindo para aglutinar la pluralidad de formaciones regionales de España que se encuentran a la izquierda de Pedro Sánchez dentro de este invento llamado Sumar, la candidata no podrá quitarse de encima el hecho de haber asesinado políticamente a la ministra más visible y luchadora de su espacio político dentro del Gobierno.
Por ironías de la vida, Sumar se ha fundado en este ejemplo clarísimo de sororidad entre señoras (a quien conozca mínimamente la tradición política de Díaz la cosa no le resultará novedosa: por si queréis consultar mejor la metódica de esta peña, repasad cómo Xi Jinping pidió a su antecesor Hu Jintao que abandonara un congreso del Partido Comunista porque le parecía que tenía cara de encontrarse mal). Sumar, en definitiva, ha empezado a base de restar. Dicho esto, la táctica de Díaz es comprensible; actualmente, la izquierda radical ya no se encuentra en la tesitura existencial del 15-M. Políticos como Iglesias y Montero todavía gritan demasiado en los mítines y, en el caso de este macho alfa, se le escapan demasiado a menudo citas de autores que no ha leído ni puto dios (seguramente, ni él mismo). Díaz quiere instaurar una izquierda radical pero amable, contundente en la forma pero revestida de seda.
Sumar, como cualquier invento progre español, se regirá por el kilómetro cero
La actual coyuntura de pactos postelectorales (sin Sumar, no habrá gobierno del PSOE) ha favorecido que Díaz pueda tramar una campaña cimentada en las desideratas de la izquierda progre más cuqui. De momento, ha dicho a los españoles que les hará trabajar una hora menos (la rentabilidad del trabajo en el Estado no tiene nada que ver con la duración, sino con la productividad), e incluso se ha permitido excitar las aspiraciones juveniles prometiendo a los chavales un cheque regalo de veinte mil pepinos cuando cumplan dieciocho años. De dónde se sacará la pasta para sufragar todo esto, como os podéis imaginar, son aspectos menores a la hora de elaborar una carta a los reyes bien colorista que contraste con la España negra de Vox. Los años en que Julio Anguita gritaba orgullosamente aquello de "programa, programa, programa" quedan lejos; Díaz ya ha hecho bastante aglutinando un espacio megadiverso como para que le exijan madurez.
De hecho, la apuesta de la izquierda alternativa es intencionadamente nebulosa en el aspecto grisáceo de la gestión. Pero Díaz ha entendido perfectamente las crisis internas de Podemos y, a través del magisterio de su amigo Pedro Sánchez, ha visto muy bien que los liderazgos políticos se tienen que ejercer con mucha mala leche. Antes de constituir Sumar deprisa y corriendo, se aseguró de que su formación se presentaría como un grupo único al Congreso, limitando así las voces de eso que en Madrit llaman "la periferia" y evitando que algún catalanito le toque los cojones en exceso. Por si eso fuera poco, en Catalunya Díaz nos ha enchufado como número uno de la lista por Barcelona a una señora que no conoce ni cristo (y como número cuatro, en un giro poético de altísima calidad, Lilith Verstrynge, hija de uno de los hermanos políticos de Manuel Fraga). Sumar, como cualquier invento progre español, se regirá por el kilómetro cero.
Esto también explica los problemas de Yolanda Díaz con el referéndum. Sobre el papel, of course, la formación es favorable al derecho a decidir de la tribu. Pero como ya se ha visto posteriormente, y en otro clásico del progresismo español, este es un tema sobre el cual —en todo caso— ya hablaremos en el futuro, que eso de votar secesiones territoriales da una pereza sideral y no se puede conjugar entre sonrisas. Poco queda, en resumen, de aquella simpática gallega filocatalana que hace nada más cinco años espetaba lo siguiente a Mariano Rajoy en el Congreso: "La demanda del referéndum es la única salida para Catalunya; será hoy, será en un año, en cinco años, pero habrá referéndum". Sería bonito oírselo decir de nuevo, a pesar de que esto de legitimar votaciones de independencia, hoy por hoy y utilizando una frase de un colega suyo, "le pille muy lejos". Diría que, en Catalunya, lo pagará bastante caro.
Quién sabe si es por todo esto, por desgracia, que Jaume Asens y Ada Colau han decidido mirarse el invento de Yolanda Díaz desde la tranquilidad política de los últimos números de la lista electoral. Pasar desapercibido, dentro de la izquierda progre, evitará cuando menos que la jefa te aplique el derecho de veto.