El candidato de los republicanos a la alcaldía de Barcelona, Ernest Maragall (Barcelona, 1943), convoca a ElNacional.cat en la calle Girona, 63, ante el edificio donde vivió durante 20 años y donde vio crecer a sus hijas. Hacía vida de barrio, "con relaciones, amigos en este mismo edificio, con los establecimientos que frecuentaba...", recuerda antes de empezar a recitar el nombre de las tiendas y locales del barrio, algunos de los cuales, espacios emblemáticos que los últimos años han bajado la persiana o han cambiado de propietario. La cita es precisamente en la supermanzana del Eixample. En medio del ruido de las apisonadoras que desmenuzan el pavimento de la calle Girona y castigan las orejas de los transeúntes, la conversación se hace imposible.

 

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¿Las próximas elecciones? Ya he dicho que me sentía libre y en esta libertad incluyo esta decisión de mirar lejos

En busca de un rincón menos ruidoso, casi al mediodía, la terraza del restaurante Teruel ofrece un refugio, delante de una ensaladilla rusa y una naranjada. Ernest Maragall, con 80 años, es el más veterano de los candidatos, cuya edad media se sitúa en los sesenta. El alcaldable replica que tener 80 años es un "valor añadido" para aspirar a la alcaldía. "Tiene una ventaja tener esta edad, que es la libertad. Yo ya no tengo que hacer ningún cálculo, no tengo ninguna hipoteca constituida, ni política, ni vitalmente. Soy solo Barcelona. No tengo ninguna otra dependencia ni condicionamiento", argumenta el candidato, que reclama que se lo valore en términos de conocimiento, proyecto y capacidad de liderazgo y no por la edad.

 

Asegura que hoy solo piensa en ganar. En ser alcalde de Barcelona. Con este objetivo, rechaza pronunciarse sobre qué hará en caso de no conseguirlo. Tampoco quiere avanzar si piensa emular al estadounidense Joe Biden, también octogenario, que ha dejado claro que piensa optar a las próximas elecciones. Sin embargo, con su respuesta, no lo descarta. "Eso ya es mucho decir, ya es otro cantar. Yo he dicho antes que me sentía libre y en esta libertad incluyo esta decisión de mirar lejos, sin ninguna obligación y sin ningún contrato indefinido. Desde la libertad absoluta de pensar que lo mejor que se puede hacer ahora es poner a Barcelona en el rumbo adecuado."

[En 2019 con la investidura de Colau] hubo una conjura explícita. Me sorprende que no produzca a sus protagonistas vergüenza

Ernest Maragall entró a trabajar en el Ayuntamiento por primera vez en 1979 y consiguió el acta de regidor, bajo las siglas del PSC, 15 años después, en 1995. Se marchó del consistorio en 2003 para acompañar a su hermano, Pasqual Maragall, al Govern de la Generalitat con el primer tripartito, como secretario de Govern. Con el segundo tripartito, de José Montilla, fue conseller de Ensenyament y, con Quim Torra, conseller de Acció Exterior. Entre las dos conselleries, abandonó al PSC, entró en ERC y fue dos años y medio diputado en el Parlamento Europeo. Volvió al Ayuntamiento hace cuatro años, ya uniformado con la camiseta de los republicanos, para liderar la candidatura de Esquerra.

En 2019 Maragall consiguió la victoria, la primera de ERC en la capital catalana. No obstante, un acuerdo entre comuns y PSC, con el apoyo de los ciudadanos de Manel Valls, le apartó e invistió de nuevo a Ada Colau. "No hubo un acuerdo de gobierno, hubo una conjura, una conjura explícita. Me sorprende aún que eso no produzca en sus protagonistas al menos un mínimo sentido de vergüenza", reprocha, asegurando que el acuerdo consistió en un "reparto de poder, de decisiones, de cargos y de recursos económicos".

"El apellido Maragall es una exigencia imparable y un privilegio. Lo peor que se puede hacer es el uso y todavía menos el abuso"

La sombra de Pasqual Maragall es una presencia constante cuando el candidato evoca su recorrido político y vital. Está presente en los momentos clave de su carrera en el consistorio barcelonés: en el mejor momento —la explosión de alegría con la proclamación de Barcelona como sede olímpica en octubre de 1986—; y también en el más difícil, precisamente la marcha de Pasqual Maragall de la alcaldía, en septiembre de 1997, que los dos hermanos habían preparado el verano anterior durante un viaje familiar con las respectivas esposas por California, "un viaje maravilloso, que dio lugar también a mucha, mucha conversación, mucha reflexión". Admite que el apellido pesa; que es al mismo tiempo "una exigencia imparable y un privilegio"; pero también un patrimonio colectivo. "Lo peor que se puede hacer en estos casos es el uso y todavía menos el abuso", advierte consciente de que cada vez que se convocan elecciones también sus rivales reivindican la herencia del alcalde de la Barcelona Olímpica.

A pesar de los años vividos en el Eixample, los orígenes del alcaldable republicano se sitúan en el barrio de Sant Gervasi, en la calle Brusi, cerca de la plaza Molina, donde todavía vive parte de la familia. En casa de los Maragall i Mira eran ocho hermanos, tres chicas y cinco chicos. "Con toda la maravilla que eso significa y también con toda la complejidad que siempre ha tenido", recuerda con tono nostálgico, repasando los nombres de todos los hermanos, entre los cuales, Pau Maragall, representante de la contracultura barcelonesa, que murió a finales de los noventa por una sobredosis, en uno de los episodios públicos más dolorosos —y controvertidos— que vivieron los Maragall.

Los 45 Maragalls

El padre del candidato, Jordi Maragall i Noble, era el último hijo del poeta Joan Maragall, el número 13. El autor de la Oda a Espanya murió a los 51 años, cuando el más pequeño de la prole a penas tenía diez meses. Y no obstante, Ernest Maragall asegura que la figura del abuelo siguió marcando mucho a la familia, que, con 45 primos hermanos, se reunían en la casa del poeta en la calle Alfons XII, donde aún vivían las tías solteras. De aquellos encuentros, los Maragall todavía mantienen una cita antes de Navidad, a la cual están todos convocados.

Paseo con el candidato de ERC, Ernest Maragall, por la calle Girona / Foto: Montse Giralt

Una tortilla histórica

Maragall y su esposa, Pepa de Gispert Val, tienen dos hijas y cinco nietos. Para desconectar después de la jornada de campaña, a Maragall le gusta ver deportes por la tele, o alguna película. Entre sus referentes cinematográficos, que comparte con su esposa, destaca La soledad del corredor de fondo, de Tony Richardson, que cita en inglés The Loneliness of the Long Distance Runner. "Películas que te acerquen a la vida", explica. Se resistió durante muchos años a las series, pero confiesa que se dejó vencer por títulos como Breaking bad u obras más amables como Todas las criaturas grandes y pequeñas.

En cuestión de música se confiesa ecléctico, desde Bach hasta Bruce Springsteen, pasando por Keith Jarrett. Ernest Maragall no tiene problemas para cocinar. De hecho, forma parte de la historia del país que una noche de septiembre de 2005, siendo secretario de Govern del tripartito, se tuvo que plantar un delantal para preparar una tortilla al entonces portavoz del grupo parlamentario de CiU, Francesc Homs, con quien se citó en el piso de la calle Girona para intentar cerrar un acuerdo para el Estatut. Asegura que no es un gran cocinero, que se dedica a ello especialmente por la noche, para hacer la cena, básicamente platos de batalla, arroces, pastas, ensaladas... El Estatut, sin embargo, se acabó pactando y votando dos días más tarde de preparar la tortilla. Eso fue mucho antes, claro está, del cepillo del PSOE en el Congreso y del recorte en el Tribunal Constitucional en 2010.