Si hay algo que sirve y mucho para definir grupos eso son los tópicos. Estos, entendidos como rasgos comunes en el imaginario colectivo que nos identifican, también nos remiten a un sentimiento de cierta pertenencia. Pertenencia necesaria para los humanos más que lícita que se intensifica con la llegada de las vacaciones de verano y sus viajes. ¿Y qué es lo que nos identifica como catalanes cuando nos desplazamos a otros lugares del mundo? Hoy en La Tumbona de ElNacional.cat recogemos 10 cosas que revelan que eres catalán cuando te marchas fuera del país a hacer turismo.
😂 Las 10 palabras en catalán más divertidas para enseñar a un extranjero
1. La comparativa constante con Catalunya
Programas como El paisatge favorit de Catalunya o Catalunya des de l'aire, amos emitidos por TV3, han ayudado a consolidar la idea que en casa tenemos de todo. ¿Quieres ir a la montaña? El Montseny te espera. ¿Quieres ir a la playa? La Costa Brava te recibe con los brazos bien abiertos. ¿Quieres visitar joyas arquitectónicas? Tenemos a Antoni Gaudí. ¿Quieres descubrir naturaleza que ahora se está explotando por días? Congost de Mont-rebei es tu mejor amigo para un selfie.
Sí, es verdad que todos estos ejemplos hacen mayor la idea de que Catalunya es un país pequeño, pero donde puedes encontrar todo aquello que necesitarías un país enorme para buscar de punta a punta. También es bien cierto que necesitamos comparar, constantemente, todo por certificar que como casa, en ningún sitio.
Seguro que habréis escuchado decir: "Fui a Playa Bávaro y qué quieres que te diga, me quedo con Llafranc". Y si no lo habéis oído, os certifico que el ejemplo que doy es bien real. También los más atrevidos y que tienen necesitado de ir a la otra punta del mundo para acabar repasando el contador de horas que han volado y han marcado un tiempo récord entre los amigos, te dicen: "La Sierra Azul de Australia es, para que te hagas una idea rápida, como las montañas de Montserrat". Y sin entrar en debatir qué es más bonito porque, al fin y al cabo, la belleza siempre es subjetiva, hay que preguntarse qué necesidad tenemos para hacer paralelismos constantes.
Es bien cierto que en la comparativa de las cosas, ayudemos a hacernos entender y poder explicarnos mejor. Lo podríamos concebir como una forma lúdica de aprendizaje, pero cuenta con las comparativas: son peligrosas, como dice la frase hecha en castellano y, por otra parte, tampoco son necesarias para cada escenario que explicamos donde hemos estado. Corremos el riesgo de hacernos extremadamente pesados.
2. Reparto de gastos
Las aplicaciones de móvil nos han facilitado mucho la vida. Incluso hay apps que te calculan la propina que incorporas a pesar de que, siendo realistas, en los países donde esta es opcional, normalmente no lo añadimos los catalanes y catalanas. Solo allí donde sabes que el camarero, si no cumples, te perseguirá incluso fuera del restaurante, como los Estados Unidos. Pero tenemos claro que todo lo que se tiene que pagar, se reparte a partes iguales.
En este sentido, a menudo entramos en un juego de números que nos puede confundir y que una "mano blanca", el móvil y su app correspondiente, te dicte todo aquello que has pagado o debes es de agradecer. No obstante, me gustaría hacer un matiz que en muchos nos da rabia y agradezco que se tuviera en cuenta si, en un futuro próximo, una app mejora este sistema equitativo. ¿El reparto a partes iguales tiene que ser también lícito si vamos a un restaurante y una se pide siempre un agua y el otro, por ejemplo, una copita de vino? ¿O si aquel día pasas con una ensaladita, en diminutivo para que todavía se vea más ínfimo, y el otro apuesta por un entrecot?
Podemos llegar a la conclusión, fácilmente, que con la excusa de repartirse gastos una siempre acaba financiando parte de los platos y la bebida del otro. La respuesta a esta reflexión podría ser que eso va depende del día, pero desengañémonos, siempre está la persona que es de mucho beber o comer y la otra que no.
3. Pacifismo en aviones y autocares
No nos gusta ser los "persons" del vuelo. Incluso, si tenemos un atrevido que se tumba con el asiento en un vuelo low-cost donde hacer eso supone dejar sin sangre las rodillas de la persona de atrás, esta persona de atrás que somos nosotros, preferimos callar y ponernos de lado con la esperanza que si nuestro asiento da al pasillo tendremos un pequeño espacio para reponer los pies de forma decente.
Eso no quiere decir que nos pasemos todo el trayecto renegando de lo que tenemos delante, de su mala educación y del que estamos a punto de decir directamente al maleducado si el tema va más allá de una silla reclinable. Ahora bien, todo este estado de 'català emprenyat' lo expresamos en la más estricta intimidad, hablando prácticamente en la oreja a nuestro compañero de viaje y jugando con la gestualidad para evitar, incluso, que el maleducado en cuestión pueda escucharnos. Aunque los catalanes somos de extremos: esta sería la tendencia o la media normal de actuación hasta que nos calentamos mucho y explotamos con el hecho más irrelevante que nos podemos imaginar.
Por otra parte, especialmente en los autocares, raramente nos veréis haciendo bromitas con el micrófono del guía en la mano o levantándonos para pasearse por un pasillo tan estrecho que las personas tienen que ir haciendo zigzag para no cargarse las caderas con los asientos. Estoy convencida de que si las cortinas se pudieran mover, más de uno pondría la cabeza entre ellas y el vidrio de forma permanente para pasar totalmente por invisible. Como ya hacemos, por otra parte, cuando tenemos la excusa de estar totalmente dormidos.
4. Poca empatía con otros grupos
Estoy totalmente en contra con eso de vender a los catalanes como gente antisocial. Lo que sí tiene una ligera generalización es que no nos gusta, por norma general, empatizar con grandes grupos. Somos más de "conocimos una pareja muy simpática", "hablamos con una chica que ha decidido viajar fuera"... Esta selección minúscula de perfiles.
Sobre el debate de sí la tendencia es conocer catalanes o no, encontramos fuertes divergencias. Sí, si es una única persona y estamos muy lejos. Entonces, nos sale el sentimiento de pertenencia y de grupo, de ayudarnos mutuamente. No, en cambio, si tampoco estamos tan lejos, viajamos por Europa y nos encontramos con un grupo enorme que nos da pereza acabar hablando de los mismos temas que hablaríamos aquí... Por alguna cosa hemos decidido marcharnos fuera.
Ahora bien, no veréis a muchos catalanes fotografiarse con un grupo de pulseritas y después pasando los teléfonos o los correos electrónicos y emplazándose en aquello tan típico del "quedamos que quedaremos".
5. Simpatía por los vascos
Esta es una tendencia que cada vez está más a la baja y que, quizás, forma parte más de la generación boomer que los millenials u, obviamente, la generación Z. Nos identificamos, quizás por una necesidad acomplejada, de mirar siempre con aquellos que creemos que guardamos similitudes: el tema del sentimiento nacionalista o una lengua propia fuera de la castellana pueden ser factores determinantes. También porque tenemos la sensación que ellos nos pueden entender mejor que las otras, o porque la manera de hacer es más fría, a la francesa, y hablar con menos explosividad de las cosas nos hace sentir como en casa.
Es verdad que de los andaluces, acostumbramos a escuchar "eran simpáticos", de los madrileños directamente los citamos únicamente como "los madrileños" y de los vascos recordamos alguna conversación que se alargó más de treinta minutos y, por lo tanto, certifica que nos apeteció charlar con ellos.
Dicho esto, el catalán si sabe hablar alguna lengua extranjera también agradece conversar con franceses, especialmente, pero también americanos o italianos, entre otros.
6. Calzado decente
Los alemanes han popularizado un calzado que ahora, los más hipsters, les gusta llevar día y noche: las famosas sandalias prácticamente ortopédicas, con dos tiras que acaban con una hebilla respectiva y de colores tierra o verdosos tirando a insípidos. Se hicieron famosos, especialmente, por acompañarlos de unos calcetines blancos hasta a la altura del tobillo.
Ahora, de este calzado que entonces requería una definición, lo conocemos por su nombre de marca: Birkenstock. Los catalanes las llevamos ahora que han traspasado la pequeña frontera de cuando eran horrorosas, las vestían los alemanes o personas muy rojas quemadas por el sol e iban con calcetines. Más allá de esta excepción, lo que tenemos claro es que el calzado tiene que ser cómodo pero también decente. En ningún caso vayamos con unos pies que dan, literalmente, asco. Apostamos más por tapar, aunque esté lleno mes de agosto, los dedos de los pies con unas menorquinas o unas alpargatas.
Y si tenemos que andar mucho, aprovechamos las rebajas para comprar unos zapatos deportivos que tengan una única misión de entrada: andar muchos kilómetros por todo tipo del suelo, desde uno montañoso hasta el asfalto de la ciudad. Y si pasan esta prueba del algodón, los zapatos pueden tener una segunda vida para los fines de semana. Pero lo que no hará nunca un catalán es ir con calzado roto que roce la vergüenza.
7. Frutos secos en la mochila
Nueces, avellanas o almendras. Es importante siempre está hidratado, pero también con fuerzas para los maratones que los turistas se autoimponen como una especie de reto u obligación. Del apartado del agua ni hablemos, y más ahora: estamos en pleno cambio climático y poca broma con el hecho de no beber agua cuando toca. Ahora bien, aquella pequeña comida, el picoteo constante que nos da a los catalanes, se tiene que mantener. Y una buena manera de hacerlo es con bolsitas o pequeños papeles de aluminio con los cuales envolvemos unos cuantos frutos secos.
He citado algunos en el inicio de este apartado, tampoco me olvido de los clásicos pistachos. Son una fuente energética muy bestia y que se conserva en cualquier temperatura. Seguramente, fruto de nuestra influencia árabe en la Península Ibérica, les hemos incorporado mucho más que otros ciudadanos de este mundo que apuestan más por fruta prácticamente pasada, bocadillos con mantequilla con el pan bien seco o barritas energéticas que acaban siendo pienso para el ganado.
8. Camisetas recicladas
Las camisetas de la ANC del 11 de septiembre acaban saliendo del armario cuando llega la próxima temporada veraniega. La vida de estas son Festividades y los 30 días de agosto del siguiente año. Pero no hay que centrar este aspecto en una camiseta política o ideológica.
También encontramos propaganda de grupos y actos asociativos que un día emprendieron la idea de tener una camiseta oficial y que, después, no tienen más utilidad. O incluso están las camisetas que se aprovechan de otros miembros familiares, sobre todo adolescentes, que tienen un consumo más extremista de la ropa y de un año para el otro ya no quieren saber nada de ella.
9. Evitar cena cada día
Los catalanes y catalanas no nos gusta pasar hambre. Sin embargo, de la misma manera que no perdonamos la comida y en segundo término, el desayuno, sí somos de pasar más por alto las cenas. Sobre todo porque, a diferencia de otros países, nos va bien comida a las tres o incluso cuartos de cuatro del mediodía.
Así pues, no tenemos un vacío en el estómago tan pronunciado como un danés que a las doce del mediodía ya empieza a comer y con quince minutos tiene toda la comida en los pies. Este retraso en los horarios hace que, si la comida ha estado abundando, ya nos dé el pase definitivo para volver a sentarnos a la mesa hasta la mañana siguiente.
Por otra parte, las cenas si son necesarios a pesar de una comida fuerte, se pueden rematar con alguna pieza de fruta, un platillo que ha sobrado del mediodía o un pequeño bocadillo. Mejor evitar, si viajamos, la inversión en otro restaurante para cenar. Total, después ya vamos a dormir y tampoco somos de los que alargamos la fiesta porque el día siguiente hay muchos monumentos y museos que tenemos que visitar.
10. Muestra de colonia en el neceser
Hay excepciones en todas partes, pero, en general, somos limpios y aseados. Por eso nos resulta tan indispensable ir a la colección de muestras gratuitas de perfume y recuperar algunas para poder rociar el cogote cada noche de turista que tengamos un compromiso que nos requiera ir bien engalanados y dejar atrás las chancletas de la playa. Es un detalle que marca la diferencia y otros seguro que no caerán.
Otra forma de detectar rápidamente a un catalán haciendo turismo es, precisamente, el uso del catalán. En este sentido, aquí tienes otros artículos de la Tumbona donde descubrir las mejores playas para pasar con tu perro, o los mejores helados de Barcelona.