La Apulia es el territorio situado sobre el tacón de la bota italiana y es la región más misteriosa y enigmática del Mezzogiorno italiano. Desde hace 3.000 años han pasado y han arraigado todos los pueblos que han transitado por el Mediterráneo (griegos, fenicios, romanos, bizantinos, árabes, normandos, germanos, catalanes y, a última hora, la Italia unificada de Garibaldi). Y el resultado es una cultura insólitamente mestiza, pero, a la vez, extraordinariamente ilustrativa de la Italia más profunda y misteriosa.
La Apulia es esa parte más sobria y discreta del Mezzogiorno y la que ha sido capaz de esquivar la vorágine del turismo de masas. Durante seis días nos hemos adentrado en la atmósfera de calma y de misterio que rodea Bari, Grotte di Castellane, Matera, Locorotondo, Alberobello, Tarento y Martina Franca para conocer sus rincones más insospechados, sus espacios más monumentales, su extraordinaria cultura gastronómica y la cotidianidad de su gente.
Bari, nuestro campo base
Bari, la capital de la Apulia, es una ciudad que roza los 300.000 habitantes y debe su existencia a su antiquísimo puerto, construido por los griegos hacia el 500 a. C. Bari explica su larga historia a través de sus calles, sus plazas, su muralla, sus iglesias y su castillo. Bari Vecchia (Bari Vieja) está situada sobre una península y a través de sus calles y callejuelas descubrimos las pequeñas iglesias de Santa Vallissa y de San Marco dei Veneziani (construidas antes del año 1000) y las espectaculares basílicas de San Nicolás y de San Pedro, que contrastan con nuestra idea de un románico de dimensiones reducidas. Paseando por estas calles, tuvimos la oportunidad de adquirir pasta elaborada artesanalmente por los vecinos. Todos los días, las calles de Bari Vecchia se llenan de puestos donde es posible comprar todo tipo de alimentos elaborados artesanalmente.
La barbacana de la muralla medieval —construida sobre los cimientos de la anterior muralla griega y romana, y que rodea las tres cuartas partes de la ciudad histórica— nos regaló unas impresionantes vistas del puerto viejo, de la fachada marítima del primer ensanche moderno y del horizonte del mar Adriático. A partir del antiguo Mercato dei Pesche (Mercado del Pescado), se despliega la elegante trama urbana del siglo XIX, diseñada por Murat —el cuñado de Napoleón, que fue rey de Nápoles (1804-1814)— y formada por edificios señoriales que, siguiendo la línea de la costa, se disponen en cuadrícula sobre el terreno. Bari es la Donosti del Mezzogiorno, con sus grandes teatros y sus grandes hoteles, construidos durante la etapa del Risorgimento, que siguió a la unificación italiana (1861).
Grotte de Castellane
La Apulia, como todos los países mediterráneos de tradición griega y romana, históricamente se ha organizado a partir de una ciudad portuaria que irradia hacia el interior. La Catalunya antigua —la de Emporion, Barcino y Tarraco— también se articularía de este modo. Grotte de Castellane fue nuestra primera inmersión en el traspaís de Bari. Y nunca mejor dicho. Grotte alberga el sistema de grutas más espectacular de la península italiana y, probablemente, de Europa. Tres kilómetros de recorrido a través de largas y empinadas galerías y de grandes y enigmáticas salas modeladas por el agua durante millones de años, que, en su conjunto, son un bosque fantástico de estalactitas y estalagmitas blancas y rojizas. Un recorrido de más de dos horas por las entrañas de la tierra que nos regaló un espectáculo visual y sensorial inimaginable.
Matera, la ciudad rupestre
Grotte nunca estuvo habitada por los humanos. Las cavidades de Matera, en cambio, han estado ocupadas desde hace 7.000 años. Matera es el asentamiento humano más antiguo de la península italiana. Hasta que en 1962, Antonio Segni, presidente de la República Italiana, proclamó que "Matera era la vergüenza de Italia", y las familias del Sassi (el barrio histórico rupestre) se desplazaron, en masa, hacia casas de construcción convencional que promovía el Estado italiano en la zona nueva. Sin embargo, la gente del Sassi nunca abandonó del todo sus cuevas. Y gracias a eso, pudimos adentrarnos en una casa-cueva, donde el tiempo se detuvo en el siglo XVIII. Penetramos en las enigmáticas iglesias excavadas en la roca de Santa Lucia alle Malve y Santa María de Idris. Y, como no podía ser de otro modo, comimos en un restaurante-cueva.
Locorotondo, el "lugar redondo"
Locorotondo en latín vulgar significa "lugar redondo". Es una pequeña ciudad que se dispuso, a partir de la cima de una colina, en calles que recorren las cornisas naturales del terreno y que forman círculos concéntricos. Pasear por sus callejuelas —admirando la rectoría románica de Madonna della Greca, la iglesia barroca de San Giorgio Martire, el palacio rococó Morelli o las casas paciente e insistentemente blanqueadas, con balcones de forja imposible y de postigos verdes— nos trasladó al siglo de oro napolitano (s. XVII), el de Tomasso Aniello, el líder independentista que imaginó un Mezzogiorno libre de las garras hispánicas, y el de las luchas fratricidas entre lazzaris (los surdatis de las organizaciones mafiosas de extracción popular) y los uomini di mando (los delincuentes reclutados por la nobleza prohispánica).
Alberobello, el pueblo de los trulli
Alberobello fue otra de las etapas de nuestro viaje. Alberobello, el pueblo de los trulli, es, probablemente, el lugar más conocido de la Apulia. Y el más visitado. No obstante, nosotros fuimos fuera de la denominada "temporada alta" y cierta calma dominaba las calles de Monti Rione (el barrio de los trulli). En Alberobello averiguamos que estas curiosas construcciones tenían un origen relacionado con la evasión de impuestos. Durante el siglo XV, el virrey catalán había decretado un impuesto que gravaba todas las construcciones de nueva planta. Y los habitantes de la Apulia —y, especialmente, los de Alberobello— desarrollaron un curioso sistema de construcciones de planta circular y de tejado cónico que, por su naturaleza constructiva en piedra seca, quedarían exentas del impuesto catalán y alojadas en la tradición del país.
Martina Franca
Martina Franca es la pequeña capital del barroco civil de la Apulia (con permiso de Lecce). Martina Franca, sede de los duques de Caracciolo, de infausta memoria para los catalanes (eran oficiales de los Tercios hispánicos que saquearon y asesinaron a la población civil de Catalunya durante la crisis que condujo a la Guerra de Separación, 1640), nos mostró cómo el estilo barroco bajaba de las fachadas y se desplegaba en el trazado de calles y plazas. Martina Franca no es tan solo el palacio de los Caracciolo. Es, sobre todo, Piazza Maria Immacolata, con los porches y las fachadas de sus casas, que dibujan un semicírculo sobre el plano, es la majestuosa basílica barroca de San Martino, con su balcón sobre la puerta principal del templo, y es el palacio rectoral con la Torre del Orologio. Martina Franca es la culminación del barroco genuinamente pugliese.
Tarento
Tarento es la otra capital de la Apulia. Situada justo en medio del puente de la bota italiana —entre el tacón y la punta—, se alza sobre una isla que cierra una bahía natural que ha sido, desde siempre, el mayor puerto natural del sur de Italia. Taranto Vecchia (Tarento Viejo) nos mostró sus dos caras. La de las animadas terrazas de Piazza Castello, de las que disfrutamos mezclados entre la gente de la ciudad, y la de las olvidadas casas de Via de Mezzo, la fabulosa fachada medieval que mira al Mare Piccolo (el puerto natural) y que pide a gritos una rehabilitación urgente. Taranto Vecchia se nos mostró también como una trama laberíntica de calles y callejuelas donde no es posible circular si no es con un motocarro. Por este motivo, es la ciudad con más Piaggio carrozadas de Italia. Es la Italia que queda de Sophia Loren y Marcello Mastroianni y de aquel fabuloso cine italiano de la posguerra.