Iparralde, en euskera, significa 'País Norte o continental'; en contraposición a Hegoalde, el 'País Sur o peninsular'. Iparralde es la reunión de los tres territorios vascos situados al norte de los Pirineos que, tras el hundimiento del estado angloaquitano (1475) y la desaparición del reino de Navarra-Bearn (1589), quedaron bajo administración francesa. Estos tres territorios son Lapurdi, Nafarroa Behera y Zuberoa, y, junto con el país de Bearn (la parte de la Occitania gascona que limita con Iparralde), fueron el destino de nuestra experiencia inmersiva en esa parte más desconocida del mundo vasco. Iparralde nos condujo al descubrimiento de tres grandes fenómenos que explican el pasado y el presente de Euskal Herria: la brujería, los balleneros y los contrabandistas.
Bayona, nuestro campo base
Bayona, la capital de Lapurdi y también de Iparralde, es una pequeña ciudad de 50.000 habitantes situada en la confluencia de los ríos Ador y Errobi, a tan solo seis kilómetros del océano Atlántico. Durante siglos, el Ador ha sido navegable entre su desembocadura y Bayona, lo que convirtió la pequeña capital de Lapurdi en uno de los principales puertos del golfo de Vizcaya. Bayona es el resultado del mestizaje que impulsó su puerto fluvial (estratégico y seguro) y su arquitectura tradicional, que conocimos paseando por las calles del Viejo Bayona. Es una muestra única y singular de la concentración, en el transcurso de los siglos, de las culturas vasca, gascona (los occitanos del Atlántico), inglesa (por la época medieval de existencia del estado angloaquitano) y francesa.
¿Qué descubrimos en Bayona?
Bayona nos mostró su catedral, un edificio medieval que es una réplica de los templos góticos ingleses de Wessex. Y las fachadas de las casas de su parte histórica, con sus entramados de madera, que te transportan a las ciudades de Bretaña o de York, pero que te revelan que estás en Euskal Herria porque los carteles de los comercios (los viejos y los nuevos) se anuncian con apellidos vascos y con la grafía tradicional vasca. En Bayona también quisimos conocer su parte más cotidiana y la que, probablemente, explica mejor su realidad actual. Visitamos el mercado de los sábados (una concentración de productores agroganaderos del país) y el trinquete (un espacio destinado al ocio, donde se juega a pelota y donde los vecinos también socializan cantando y bebiendo).
La ruta de las brujas
La religión tradicional de los vascos, creada y divulgada hace más de 7.000 años, y practicada, de forma mayoritaria, hasta hace tres siglos y pico; era uno de los "misterios" a descubrir que nos llevó a Iparralde. Y la memoria de las brujas —las sacerdotisas de esa confesión extirpada violentamente a inicios del siglo XVII— nos llevó a las grutas de Sara, uno de los tres puntos culminantes del eje de la brujería vasca (Sara-Zugarramurdi-Urdax). En Sara, nos adentramos en unas grutas que, todavía, conservan la atmósfera mágica de una época no muy lejana (hasta el siglo XVII), en la que habían sido el escenario de grandes celebraciones litúrgicas de la religión tradicional vasca (lo que los perseguidores de esta confesión denominaron akelarres).
La ruta de las "golondrinas alpargateras"
El paraje boscoso donde están situadas las grutas de Sara es, también, el inicio de un camino forestal que cruza la muga. Desde las grutas de Sara, recorrimos este camino, a través de bosques y baserris (el equivalente a las masías catalanas), hasta cruzar el límite fronterizo, y durante ese paseo enigmático rememoramos la entrañable historia de las ainarak (las "golondrinas alpargateras"), grupos de chicas jóvenes procedentes del Pirineo navarro y aragonés que, cada año —entre 1850 y 1920—, protagonizaron una emigración temporal, de agosto a marzo, a las fábricas de alpargatas de Iparralde y del país de Bearn. Aquellas chicas, que viajaban a pie, fueron un fenómeno social, cultural y profesional de una importancia extraordinaria en ambas vertientes de la cordillera pirenaica.
La ruta de los contrabandistas
El camino de la muga, entre las grutas de Sara (Lapurdi) y de Zugarramurdi (Navarra), también inspiraba historias de contrabandistas. Durante las guerras carlistas del siglo XIX o durante la posguerra española del siglo XX. Pero para conocer, aún mejor, este fenómeno, subimos al tren-cremallera de Larrun, que desde Azkaine realiza un recorrido de cuatro kilómetros, salvando un desnivel de casi mil metros, para llegar a la muga. En la cima de Larrun, la hija y nieta de una estirpe de contrabandistas locales nos explicó la historia de este fenómeno: la vida y las experiencias de los contrabandistas, la repercusión de esta actividad en la economía y la cultura de ambas vertientes, y la difícil relación de la sociedad vasca con los cuerpos policiales fronterizos.
La ruta de los balleneros
Euskal Herria pasó de la antigüedad a la modernidad casi sin transitar por la edad media. Al menos el mundo rural, que —hasta la revolución industrial del siglo XIX— fue el cuerpo demográfico mayoritario. Y el vehículo que impulsó esa formidable transformación fue la pesca de la ballena. Los balleneros vascos impulsaron una industria naval y pesquera que transformaría la fisonomía de esa sociedad (siglos XIV a XVII). Para conocer mejor ese proceso, visitamos el astillero artesano de Albaola, en Pasaia (Guipúzcoa), donde nos mostraron cómo construyen, con los mismos métodos, un ballenero del siglo XVI. Y poco después, nos embarcamos en el atunero "Mater", para realizar una navegación recorriendo la escarpada costa de Jaizkibel.
Las dos etxeak: Ortillopitz y Lohobiage
La etxea ('la casa', en euskera) es el elemento más importante y más definitorio de la cultura vasca. Absolutamente todo (la vida y la muerte, la lengua y la cultura, la tradición y el progreso) ha gravitado en torno a la etxea. Y para conocer la evolución de esta curiosa arquitectura familiar-profesional, nos adentramos en el baserri rural de Ortillopitz, una explotación agroganadera del siglo XVI emplazada en los bosques de Sara, y en la etxea de Lohobiatge —también conocida como Maison de Louis XIV—, el caserón urbano de unos armadores-corsarios de Donibane Lohitzune (Saint-Jean-de-Luz, en francés) del siglo XVII. Los actuales descendientes de sus propietarios originarios nos mostraron cómo se desarrollaba la vida durante esos siglos iniciáticos.
Sara, Ainhoa y Espeleta
En Sara, Ainhoa y Espeleta vimos las fachadas de sus casas, engalanadas con tiras y tiras de piperrak (pimientos) colgados que se secan al sol. Pero el más sorprendente no está a la vista. Y por eso, nos adentramos en el interior de sus templos parroquiales. Las iglesias de Sara, Ainhoa y Espeleta explican la terrible represión que la monarquía francesa desató contra la brujería vasca (siglo XVII), en una maniobra que los antropólogos modernos han catalogado como el primer ataque orquestado contra la lengua y la cultura vascas. Las solemnes galerías de madera instaladas en las paredes laterales para ganar aforo, explican la historia de sus constructores (los marginados agotes) y de la violenta evangelización y aculturación del pueblo vasco.
El país de Bearn
No podíamos marcharnos sin conocer la parte occitana que limita con Iparralde. Una vecindad que siempre se ha caracterizado por la rivalidad. En el país de Bearn, conocimos Sauvaterra y Ortés, dos pequeños pueblos que duermen el sueño de los justos, pero que durante la edad media fue dos villas importantes. En el país de Bearn conocimos la terrible historia de las guerras de religión del siglo XVI, que motivaron la gran emigración occitana hacia Catalunya. Y tuvimos ocasión de escuchar a algunos hablantes de lengua occitana en el territorio y a interactuar con ellos. No parece, sin embargo, que esta lengua goce de buena salud, y el porqué se explica por el histórico genocidio lingüístico y cultural perpetrado por el Estado francés y, también, por el abandono de sus propios hablantes. Tomemos nota, catalanes.