Palermo, la capital de Sicilia, es una ciudad sorprendente y misteriosa —a partes iguales— y con una larga y a menudo desconocida relación, particularmente con Barcelona, València y Palma y, por extensión, con la parte catalana de la antigua Corona catalanoaragonesa; es decir, con aquella parte de la antigua nación de Jaime I que modernamente denominamos Països Catalans.
Las calles del centro histórico de Palermo alternan edificios históricos monumentales con palacios que duermen el sueño de los justos y con casas de vecinos que conservan y proyectan las formas de vida tradicionales de Sicilia. Y eso es lo que fuimos a descubrir. Y también las calles y callejuelas y las plazas y placitas, y los mercados a pie de calle, donde hace siglos que transcurre la vida cotidiana de los palermitanos.
Quattro Canti
Quattro Canti (las cuatro esquinas) es el cruce más famoso de Palermo. Es donde se cruzan dos de las principales arterias de la ciudad histórica: vía Vittorio Emmanuele, que une —en línea recta— el Palacio Real (el núcleo del poder) con el puerto viejo (el centro del comercio), y vía Maqueda, que discurre —también en línea recta— entre el Teatro Massimo y la estación central del tren. Quattro Canti fue la primera gran obra barroca en Palermo y en Sicilia y fue nuestro primer contacto con la ciudad. Fue por la noche, pero sus chaflanes cóncavos y profusamente decorados —desde el suelo hasta el tejado— nos anticipaban lo que sería nuestra experiencia en Palermo: un viaje fascinante, a través del arte, por casi todas las edades de la humanidad.
El Mercado del Capo
El día siguiente ya era uno de los platos fuertes de nuestra experiencia. Y lo iniciamos con un paseo por el Mercado del Capo. En este caso, el nombre no hace referencia a ningún dirigente de la mafia, sino a que se despliega sobre las calles más altas del mandamento (barrio) de Monte di Pietà. En aquellos puestos de verdura, fruta, pescado, carne, quesos, pasta, pasteles y alimentos cocinados de todo tipo, los vendedores atraen la atención del comprador cantando a viva voz las excelencias de su producto y maldiciendo sin contemplaciones las del competidor que tienen al lado o en frente. En el Capo tuvimos ocasión de proveernos de varios alimentos del país, cultivados o elaborados a poca distancia de esas callejuelas, que son una explosión de los sentidos.
La Catedral y el Palacio Real
Los dos grandes edificios históricos de Palermo son la Catedral y el Palacio Real —llamado también de los Normandos—, en los que nos adentramos. En una de las naves laterales de la Catedral, pudimos admirar las tumbas reales de los monarcas sicilianos (entre 1285 y 1519, del Casal de Barcelona), especialmente la del excéntrico Federico "Stupor Mundi". Y en el Palacio Real, pudimos admirar la Capilla Palatina, un templo y sala del trono al mismo tiempo, que el rey Roger II —de la estirpe normanda de los Hauteville— ordenaría policromar con millones de pequeñas teselas que acabarían formando mosaicos de una extraordinaria belleza. En la Capilla Palatina-Sala del Trono, observamos una reveladora convivencia de las simbologías religiosa y política.
Las catacumbas
Palermo es una ciudad totalmente perforada. Las entrañas de la capital de Sicilia son un hormiguero de galerías excavadas durante la edad media a partir de los cimientos de los grandes edificios de la antigüedad (griegos y romanos). Los palermitanos afirman que es posible cruzar la ciudad por el subsuelo. Pero las catacombe han sido, históricamente, un espacio reservado a los palermitanos y totalmente prohibido a los forasteros. Por ello, son las grandes desconocidas de Palermo. Y también por ello —ahora que sí es posible visitarlas—, no dejamos pasar la ocasión de adentrarnos en ellas.
En Palermo no todas las catacumbas son iguales, ni todas han tenido la misma función. Las más espectaculares son las Catacombe dei Capuccini, un cementerio subterráneo que alberga más de 8.000 cuerpos momificados entre los siglos XVII y XX. Las Catacumbas de los Capuchinos fueron la necrópolis de aquellas clases privilegiadas palermitanas que se podían permitir el lujo de momificar a sus difuntos. En cambio, para nosotros fue un impresionante viaje al pasado, a las fisonomías de las personas —de todas las edades— y al vestuario de la época (la mortaja).
El Teatro Massimo y la Piazza Pretoria
El Massimo (con el Politeama y el Bellini) es uno de los tres teatros de la ciudad. No es el mayor ni el más antiguo, pero, según los palermitanos, su acústica es la mejor de todos los teatros de Sicilia y, probablemente, también de Italia. Al Massimo fuimos una noche (por gentileza de Viatges Viñolas, nuestro agente de viajes) y tuvimos la oportunidad no tan solo de escuchar la Orquesta Sinfónica Siciliana interpretando Beethoven, sino que también pudimos mezclarnos e interactuar —en la platea del teatro— con los amantes locales de la música clásica, que, regularmente, se dan cita una vez a la semana para entregarse a su devoción.
Muy cerca del Teatro Massimo, un edificio construido poco después de la entrada triunfal de Garibaldi en la ciudad y de la unificación italiana (1861), retrocedimos cronológicamente y nos adentramos en Piazza Pretoria, que en un espacio no muy grande cuenta la historia de Palermo y de Sicilia con cuatro grandes edificios y una fuente ornamental: la iglesia de San Cataldo (que muestra unas curiosas cúpulas, herencia de la efímera dominación árabe alto-medieval), la monumental Fuente de las Vergüenzas (de la época renacentista), la espectacular iglesia de Santa Caterina (joya del barroco) y la Concatedral de la Martorana (de estilo neoclásico).
La Vucciria y el puerto viejo
Palermo ha sido, históricamente, una ciudad de mercados callejeros. Habíamos conocido el del Capo y no nos podíamos marchar sin conocer su hermano pequeño: el de la Vucciria. Y paseando por aquellas calles y callejuelas (Via Orologio, Piazza Olivella, Via Ponticello, Piazzeta de la Dogane) "descubrimos" tres joyas impagables: el oratorio de Santa Cinta, con la reproducción hecha con yeso de la batalla de Lepanto; Santa Maria della Catena, en el puerto viejo, un curioso templo edificado por las clases mercantiles medievales, que tiene más aspecto de lonja que de templo, y la Casa Profesa, el antiguo convento de los jesuitas y que es la máxima expresión del barroco (por su riqueza y su calidad artística).
Monreale, la hermana pequeña de Palermo
No nos podíamos marchar de Palermo sin conocer Monreale, situada sobre una escarpada montaña desde la que se divisa la Conca d'Oro (la amplia bahía que dibuja la costa palermitana y su fértil valle). Monreale nació como residencia de los reyes de la dinastía normanda. Y actualmente es una deliciosa villa presidida por su monumental catedral (del característico estilo sículo-normando de los siglos XI y XII sicilianos) y por el también monumental claustro de los benedictinos. Palermo y Monreale fueron una extraordinaria experiencia que nos ayudó a descubrir la guía Noemí Troja, una de las personas que, probablemente, mejor conoce la historia y los secretos de la capital de Sicilia.