Las arrugas de Sevilla
Sevilla es una bellísima dama con el rostro surcado por las "arrugas" que cuentan su historia. Y nosotros hemos ido a palparlas con la punta de nuestros dedos. La Sevilla romana (el yacimiento arqueológico de Itálica); la Sevilla árabe (la muralla, la Giralda, la Torre del Oro y el patio de la Catedral); la Sevilla de los reyes cristianos y de los arquitectos moriscos (los Reales Alcázares); la Sevilla de la era de las navegaciones, cuando fue la capital del mundo (el templo y la grada de la Catedral y el barrio del Arenal), y la Sevilla barroca y contrarreformista (el quemadero inquisitorial del Prado de San Sebastián, el monasterio de San Isidoro del Campo y el barrio de la Santa Cruz, con el Hospital de los Venerables, las basílicas de la Macarena y de Jesús del Gran Poder y la parroquia de Santa Ana de Triana).
La Sevilla romana
Itálica, el yacimiento arqueológico situado en las afueras de Sevilla, nos habla de una ciudad romana destinada a las élites de la Bética (altos funcionarios civiles y militares de la metrópoli, oficiales de las legiones —en activo y jubilados—, y oligarquías económicas de las clases indígenas romanizadas y latinizadas). Itálica, con los restos de su anfiteatro, de sus calles —en otra época porticadas— y de los mosaicos de sus palacios, contrastaba con la Híspalis (bajo la parte histórica de la actual Sevilla), más popular, sencilla y desordenada. El guía Alejandro Paniagua, gran conocedor de los secretos de Itálica, nos ilustró con los detalles de la vida cotidiana de aquella ciudad romana de lujo, que, en la época árabe, sería repentinamente abandonada debido a un desastre natural.
La Sevilla árabe
Híspalis —la ciudad popular y bulliciosa de la región durante la época romana— se transformó en la Isbiliya andalusí de los emires y de los califas cordobeses. Y de la ciudad árabe pudimos observar e imaginar la cotidianidad de aquel enjambre de calles y callejuelas, rodeadas por la muralla de adobe, y cuyo trazado todavía es perceptible en el barrio de la Santa Cruz. La quietud y la calma que se respira a primera hora de la mañana (hacia el mediodía se llena del alboroto de los vecinos y de los comerciantes) invita a imaginar esa Isbiliya genuinamente andalusí, la que sincretizó la cultura y la religión del nuevo poder árabe con la mayoritaria base étnica y cultural indígena, de raíz latina, que haría de aquella ciudad un oasis de tolerancia.
La Sevilla de los reyes cristianos y de los arquitectos moriscos
La Isbiliya andalusí se convirtió en la Sevilla castellanoleonesa. Pero la traza de las calles, de las plazas e, incluso, de los grandes edificios, no se transformó. En nuestra experiencia hicimos una inmersión en esa Sevilla mestiza. Y nos introdujimos en los Reales Alcázares, al anochecer, sin público, en una visita privada y de la mano del guía Manuel González Lucenilla, gran conocedor de aquel fantástico edificio, formado por espacios y elementos de arquitectura mudéjar, que nos trasladarían a la Sevilla de Alfonso X o de los Reyes Católicos. Salas, jardines, fuentes, decoradas con enigmáticas cenefas, trabajados mosaicos y azulejos de vivos colores que reunían los dibujos de la cruz cristiana, de los escudos heráldicos castellanoleoneses y la cita árabe 'Alá es grande'.
La Sevilla de la era de las navegaciones
La Baja Andalucía fue la plataforma de lanzamiento de los viajes atlánticos que dieron nombre a la era de las navegaciones (siglos XV y XVI). Y Sevilla fue su principal punto de partida. Buscando los elementos que nos explicaran esa época estuvimos en la "grada", un estrado de piedra en la pared norte de la Catedral, que sería el mercado de esclavos más importante de la Europa del siglo XVI. Desde aquel estrado, que guarda —bajo las losas y en silencio— el sufrimiento de miles de personas que ahí fueron vendidas, accedimos al templo que, en la época de su construcción (siglos XIII y XIV), sería el más grande de la cristiandad. La Catedral es el punto más alto del barrio del Arenal, que todavía conserva el trazado arquitectónico y urbanístico de la época de las navegaciones.
La Sevilla de las persecuciones a protestantes
Entre la Catedral y el Arenal, el Postigo de la Atarazana nos contó la historia de Julianillo, el impresor que introducía clandestinamente libros protestantes en la Sevilla de la contrarreforma (1557): su detención, en el Postigo, el interrogatorio, en las mazmorras del castillo de San Jorge, y su ejecución, en el Quemadero del Prado de San Sebastián. Recorrimos ese camino para imaginar esa trágica detención y la caída de la red clandestina protestante, con epicentro en el monasterio jerónimo de San Isidoro del Campo. Estuvimos en San Isidoro y nos paseamos por su silencioso claustro y por sus misteriosos pasillos, que, a pesar de la terrible represión desatada, han conservado representaciones pictóricas en clave, alegóricas del oficio religioso reformista.
La Sevilla de la Contrarreforma
Sevilla tiene una cultura religiosa muy arraigada, que es la suma de una tradición que, muy probablemente, se remonta a las civilizaciones autóctonas de la antigüedad tartesia, y a la espesa capa del catolicismo radical y contrarreformista que cubriría aquella sociedad a partir de la caída de Julianillo y de la comunidad jerónima de San Isidoro (1557). Para comprenderlo, estuvimos en el Hospital de los Venerables (un asilo religioso del siglo XVII) y en los templos más populares de la Sevilla barroca: las basílicas de la Macarena y de Jesús del Gran Poder, y la parroquia de Santa Ana de Triana, que explica la historia de un barrio que nació en el otro lado del río en la época de oro de la ciudad para concentrar a los segmentos sociales más humildes (pescadores, jornaleros, esclavos negros liberados).
La Sevilla enogastronómica
Sevilla es un gran centro enogastronómico. Y recorrimos las tabernas y los restaurantes más reputados y más populares al mismo tiempo. Realizamos una inmersión en la cultura gastronómica de la ciudad, en los restaurantes El Sembrao —en el núcleo histórico de la ciudad, junto a la calle Sierpes— y Manolo León —un antiguo palacete nobiliario entre la Macarena y el arenal del Guadalquivir—, con sendas degustaciones de tapas y platillos y de vino de la vieja Bética. Y El Postiguillo —cerca de los viejos astilleros y del lugar donde cayó Julianillo—, con una degustación de guisos y de tortillas. Y realizamos una inmersión en la cultura enológica, popular y festiva sevillana en la cervecería El Tremendo, cerca de Las Setas, considerada por los sevillanos el templo de la cerveza de Sevilla.