Hace 1.313 años los ejércitos árabes cruzaban el estrecho de Gibraltar y desembarcaban en la Península. Esa operación militar, dirigida por el general árabe Tāriq ibn Ziyād, no tenía el propósito de conquista, cuando menos, inicialmente. Pero la devastadora derrota del ejército visigótico hispánico en los arenales del río Guadalete (en la Andalucía atlántica) y la misteriosa desaparición del rey Rodrigo (el "don Rodrigo" de la historiografía española) en el desierto de Écija (en el valle medio del Guadalquivir) cambiaron el signo de la historia. Tāriq y su lugarteniente Mussa, desobedeciendo las órdenes del califa de Damasco, se adentraron en la Península, y la conquistaron con un curioso sistema de pactos de sumisión (sin grandes derramamientos de sangre) y sentaron las bases de un Estado que evolucionaría de un modo absolutamente genuino y singular.

Alcasser dels Reis Cristians. Font Pinterest
Alcázar de los Reyes Cristianos / Fuente: Pinterest

Al-Àndalus (primero emirato y luego califato) y Córdoba, su capital, se convertirían en un mundo propio y particular dentro del universo árabe, resultado del sincretismo entre la nueva cultura dominante (el árabe con una fuerte influencia de los antiguos territorios bizantinos del Mediterráneo oriental) y la milenaria cultura indígena (la evolución de la sociedad tartesia con las posteriores influencias púnica, romana y visigótica). Este mundo propio y particular tuvo una importancia primordial en la historia de la Europa medieval. Córdoba, capital de al-Ándalus, fue la ciudad más poblada, más rica, más culta y más lujosa de Occidente durante la alta edad media (siglos VIII a XI). La Córdoba de al-Ándalus era una ciudad de 500.000 habitantes, en una época en la que Barcelona tenía 5.000 y Roma, "urbi et orbi" de la cristiandad, tenía 50.000.

Patio cordobés. Font Pinterest
Patio cordobés / Fuente: Pinterest

Los invasores siempre fueron una minoría. Los historiadores estiman que la suma de árabes y beréber que participó en el proceso de conquista y colonización musulmanas no superó nunca el 10% del total de la población peninsular. Incluso en las zonas en las que ese nuevo escenario arraigó con más intensidad. Y eso explica la fuerza del elemento indígena en todas las manifestaciones de la cultura y del arte. Córdoba no fue nunca árabe. Nunca. Fue andalusí, que es la expresión genuinamente autóctona del resultado de ese proceso de sincretismo. Y fue multicultural. Junto a la élite árabe florecieron las comunidades beréber (llegada con la conquista), judía (que ya vivía en la zona desde la diáspora del siglo I) y muladí (la gran masa indígena arabizada e islamizada). Sin olvidar a los misteriosos eunucos, de origen eslavo.

Puerta medieval de accès en la Juderia de Córdoba. Font Pinterest
Puerta medieval de acceso a la Judería de Córdoba / Fuente: Pinterest

Córdoba fue el "faro de Occidente". Ciudad de grandes arquitectos y urbanistas. De grandes médicos y científicos. De grandes astrónomos y filósofos. Árabes, judíos y muladís. Ciudad del poder y cuna de grandes revueltas sociales (las primeras en la Europa medieval). Ciudad pionera de la cultura del agua —¡en plena edad media!— y núcleo de irradiación del conocimiento, muy por delante de la Roma de la época. Córdoba fue la gran capital de la Europa del año 1000 (de la musulmana y de la cristiana). Ciudad de califas pelirrojos y de ojos claros, hijos de concubinas vascas y eslavas. Ciudad de ambiciosos generales, como Al-Mansur, que devastaría Barcelona, y que, sin quererlo, precipitaría la primera independencia de los condados catalanes. O de misteriosos califas, como Al-Hakim, que, víctima de las intrigas de palacio (parientes, eunucos, cancilleres y concubinas), moriría refugiado en Lleida.

Eso es lo que vamos a "descubrir". Esa Córdoba que no nos han explicado nunca. Ese al-Ándalus que la historiografía nacionalista española había presentado, falsamente, como el gran enemigo a abatir de la España del "Cid Campeador". Córdoba y al-Ándalus son algo muy distinto al terrible discurso de la escuela franquista, el del "moro infiel" y el "triunfo de la cruz". Son un capítulo imprescindible de nuestra historia —la de todos los europeos—. Córdoba es la Mezquita, espacio de culto y centro de poder a caballo del año 1000. Es la Judería, el barrio judío más potente de Europa durante la época califal, y que nos ha dejado extraordinarios testimonios de su existencia. Es la Medina Azahara o el Alcázar, el gran palacio-jardín de los califas. Es los Patios, los testimonios de un estilo constructivo que se ha mantenido inalterable durante 2.000 años.

Templo romano. Font Pinterest
Templo romano / Fuente: Pinterest

Córdoba es el sabor a Damasco y el olor a Jerusalén, pero florecida en la tierra de al-Ándalus, en la tierra de Sepharad, en el confín de Occidente, la tierra del mítico rey tartesio Argantoni, que vivió 120 años y que es la representación del elemento étnico y cultural indígena. La tierra de la enigmática sociedad que, con la llegada de Tāriq y su gente, sorprendentemente abrazó la nueva cultura y la nueva confesión sin violencias. Nosotros os proponemos la aventura de desentrañar estos misterios. El descubrimiento de los enigmas que han cubierto la verdadera historia de Córdoba y de al-Ándalus, a través de un viaje inmersivo de cinco días a las raíces de esa genuina y particularísima sociedad. El descubrimiento de la verdadera historia que nos ha sido deliberadamente ocultada por el nacionalismo español. Córdoba es la antítesis del Cid Campeador. Córdoba es cultura y es arte.