¿Nunca te ha ocurrido eso de salir de viaje y pensar que los nombres de pueblos, regiones, ríos y otros lugares son a veces muy sorprendentes o divertidos? A veces simplemente suenan divertidos en otra lengua distinta, como ocurre con el célebre mapa de Google Maps que te indica cómo ir de Repente a Kagar (dos localizaciones en Alemania). En España tenemos otros grandes ejemplos: cuando visitas por primera vez la región de Murcia alucinas con topónimos como Bullas, Mula, Puentetocinos o Alcantarilla. Pero, ¿y en Catalunya?
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En Catalunya ocurre exactamente lo mismo… solo que para nosotros suenan tan rutinarios esos nombres, que ni nos damos cuenta de lo raros que son, o que pueden sonar a alguien que venga de fuera. Es lo que Màrius Serra llamó “potónimos”, aquellos “topónimos malsonantes o con nombres curiosos o sugerentes”.
“Potónimos” catalanes que una vez pensados ya no se olvidan
¿De dónde viene el nombre del pueblo catalán llamado Ultramort? En la Edad Media aparece como Ultramorte y también como Vulture mortuo o Vulturis mortuii, así que puede venir del buitre o no, pero es innegable que suena chungo vivir en la ultramuerte.
Es mucho más divertido vivir en pueblos cuyos nombres tienen claras connotaciones sexuales. Para cualquier español, cardar es algo que haces con la lana, pero para los catalanes tiene un sentido más tórrido, y sabemos que quienes más fardan de cardar son los de Cardona, ¡o los de Cardedeu! Menos deben hacerlo en Verges, y donde más trempados andan es en Tremp. Pero al final todo es un festival de la Berga, o de la Espolla, o la Pera.
Otras veces, los nombres sencillamente cambian de sentido con los siglos. Hoy cuando vas a Porrera lo mismo te suena a gueto de la marihuana, pero parece que lo que se plantaba en aquel valle cuando los romanos debieron llamarlo “Vallem Porreram” eran ajos porros.
¿Y los pueblos con animales en el nombre? Si en Murcia tienen un Puentetocinos, nosotros tenemos un Porqueres, además de un Vacarisses i un Tornabous. También nos tiran los lobos, los que duermen en Llobera, los que cantan en Cantallops y los que se rascan en Gratallops. Tenemos incluso pueblos 100% dedicados a un animal, como en Viladecans, Vilademuls, Viladecavalls, o Viladasens. Y luego tenemos a todos esos catalanes que están como una cabra: los de Cabrera de Mar, o de Cabrils, o de Cabrera d’Anoia, o de Cabra del Camp.
Y si nos vamos a la toponimia menor, a la más local y particular, entramos en terrenos todavía más pantanosos. La geógrafa Assumta Lleonart i Orri, en su artículo “Toponimia recreativa. Una visió diferent dels noms de lloc de Catalunya” ha recogido una enorme cantidad: desde la Illa del Carallot hasta el Cagarro del Diable o el Turó de la Mamella.
Las masías y casas particulares de los pueblos son incluso más espectaculares. Muchos se definen por algún defecto o característica física: la Pedrera del Lleig, el Mas del Geperut, el Mas del Mut, Cal Sord, Mas del Garrut, Mas del Mocós, del Suat o Can Lleganya. Poco apetece pasarse por esos sitios, la verdad.
Otros “potónimos” particulares muy expresivos, aunque no centrados en lo físico, podrían ser Cal Pessetero, Can Poquet, Caseta del Fill Mastegots, Can Poca-Roba, Can Tanoca, el Mas d’en Burro, Can Pixallits, y una aportación que hacemos nosotros a este interesante estudio, que és la casa mataronina de Can Pet i Porró.
Ve fijándote cuando vayas por Catalunya (y por cualquier otra parte), que encontrarás muchos más “potónimos” de los que piensas.