Palermo, con 2.500 años de habitación permanente a sus espaldas, es el mejor testimonio de la historia y de la cultura sicilianas. Otras ciudades de la isla son una fotografía de un momento concreto de la historia. Pero Palermo, es una serie de fotogramas. Es la película que explica la historia de Sicilia, desde los griegos antiguos, sobre el 500 a.C. Desde entonces, por Palermo han pasado y ha hecho una larga estancia los romanos, los bizantinos, los árabes, los normandos, los germanos, los franceses, los catalanes, los hispánicos, los austríacos, los napolitanos, hasta que, modernamente, los “camisas rojas” de Garibaldi (1860), la ocuparon y la incorporaron a Italia.
Por todo eso, Palermo es un receptáculo de historia y de cultura. Es una extraordinaria reunión de testimonios monumentales que explican sorprendentes historias personales. En Palermo nació y creció Fadrique, hijo superviviente de Martín el Joven —el desdichado heredero muerto prematuramente—, que estaba destinado continuar la estirpe de los Bellónidas, y que, de haber sido así, habría cambiado la historia de nuestro país. Y sus barrios tradicionales serían la fuente de inspiración de los escritores Luigi Pirandello y Andrea Camilleri, figuras prominentes de la literatura europea, que supieron retratar magistralmente la atmósfera emocional de la Sicilia atávica y eterna.
Palermo, atrapado por la historia, se manifiesta a través de esta atmósfera emocional, que está presente en su puerto viejo, que, durante el siglo XIX, vio zarpar docenas de miles de emigrantes hacia América. De sus edificios señoriales, que han quedado anclados en su espacio temporal, y que se muestran tocados por una melancólica nostalgia. Y sus edificios populares que, a través de su huella y la de sus habitantes, proyectan las mismas formas de vida de hace siglos. Este es el verdadero encanto de Palermo. El de la ropa tendida en las ventanas y en los balcones. El que es nostalgia pura, pero también, es la alegría y el color del día a día de una urbe absolutamente mediterránea.
Todo eso es el que vamos a ver y “descubrir”. Nos sumergiremos en el Palermo histórico y “descubriremos” los vestigios griegos y romanos del Albergheria, el Palazzo dei Normanni, un espectacular castillo-residencia que es el único edificio del mundo que reúne la historia y el arte de los bizantinos (que, en el siglo V relevaron a los romanos), de los árabes (que, en el siglo IX, conquistaron y dominaron efímeramente la isla), de los normandos (aquellos curiosísimos vikingos que, en siglo X y en nombre del Pontificado, llegaron a Sicilia para expulsar el dominio de la media luna), y de los catalanes (que, en el siglo XIII, entraron para restablecer en el trono a su legítima reina, Constanza, esposa del rey catalán Pedro el Gran).
En el Palazzo dei Normanni penetraremos en su enigmática Capella Palatina, que, con sus fantásticos mosaicos murales y el peculiar dibujo de sus figuras, es uno de los escasos testimonios artísticos que quedan del estilo griego-bizantino medieval. Es a través de la Capella Palatina de Palermo (y de algún otro testimonio situado en la península italiana) que conocemos este estilo, desaparecido de Constantinopla después de la ocupación otomana del Imperio bizantino (siglo XV). También nos sumergiremos en la extraordinaria catedral de Palermo, que complementa el conjunto monumental del palacio normando: poder civil, militar y religioso en torno a una plaza.
Palermo, como toda Sicilia, es también barroco. El estilo de los siglos XVI y XVII. Y, para entender el porqué de aquella explosión de ornamentación desbocada que inunda todos los rincones del centro de la trama histórica de la ciudad, nos sumergiremos por las calles y callejuelas en torno a Fontana Pretoria (con las fabulosas iglesias de San Cataldo, Santa Maria Martorana y Jesús de Casa Profesa). Y comprobaremos que la Sicilia de la época barroca fue una sociedad rica, pero que no tuvo continuidad. Este colapso lo entenderemos cuando nos sumergimos por las calles y plazas de la parte popular de la ciudad histórica (piazza Verdi, piazza Olivella, piazza San Domenico).
Palermo es vida. A través de sus mercados tradicionales de la Vucciria, del Capo y de Ballaró, con sus puestos exteriores, situados en calles estrechas y sinuosas que son una explosión de los sentidos (olores, colores y sonidos). Puestos que despachan los productos tradicionales del campo siciliano, bien sea en forma de alimentos frescos o de platos cocinados. Palermo es vida, también, a través de su gastronomía. En esta experiencia nos sentaremos en la mesa de restaurantes que ofrecen una verdadera y sincera inmersión en la gastronomía siciliana, que va mucho más allá de la conocidísima caponata y de los celebradísimos cannolis.
Josep Pla, uno de nuestros mejores escritores del siglo XX, decía que para conocer bien una ciudad se tiene que saber cómo viven y cómo mueren sus habitantes. Conocer los grandes espacios que simbolizan la vida (los mercados) y los que simbolizan la muerte (los cementerios). Y eso es lo que haremos en Palermo. Además de los mercados y de la gastronomía, haremos una inmersión en la curiosísima y antiquísima cultura funeraria siciliana. Y visitaremos las galerías subterráneas del Convento de los Capuchinos, que albergan más de 800 cadáveres momificados entre los siglos XVI y XX. Cuerpos de todas las edades que conservan la fisonomía del día que les abrazó la muerte y del vestuario de la época en la que vivieron.
No nos marcharemos de Palermo sin conocer a su hermana pequeña. Monreale, situada a tan solo 12 kilómetros hacia el interior. Monreale es una inmersión en la sociedad rural de la isla. La de los carretti siciliani, los profusamente ornamentados carros sicilianos de madera que, durante siglos, fueron el medio de transporte de mercancías y de transmisión de noticias. La de los pupi siciliani que, también durante siglos, fueron una forma de expresión y de divulgación de la amarga crítica a la represión y a la injusticia que los privilegiados ejercían sobre las clases populares. Y la de la mafia, aquellas organizaciones secretas que, en su origen, surgen para proteger las clases populares de las injusticias de los poderosos.
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