Hace días que la República Democrática del Congo (RDC) ha vuelto a convertirse en un escenario de violencia. El Movimiento 23 de Marzo (M-23), que hace tres años que está en este país centroafricano rico en minerales, ha reimpulsado un conflicto inactivo durante años con la toma de la estratégica ciudad de Goma. La ofensiva de los rebeldes ha avanzado más que nunca, provocando el agravamiento de una crisis humanitaria que asola a millones de ciudadanos. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha informado del desplazamiento masivo de congoleños que huyen de Goma y las zonas más violentas del conflicto para evitar convertirse en víctimas colaterales. El grupo insurgente acusa al gobierno de la RDC de no cumplir el acuerdo de paz y no integrar plenamente a los tutsis congoleños en el ejército del país y su administración.
La toma de Goma supone un paso clave en la estrategia del M-23, ya que es el centro regional de comercio y seguridad para gran parte del país, mientras que su aeropuerto es determinante para el transporte de suministros. Por eso, desde el 2021 el gobierno y las tropas de la ONU habían mantenido a los rebeldes lejos de la ciudad fronteriza con Ruanda. Los acontecimientos de la última semana han generado una situación de histeria colectiva en la zona, con imágenes de centenares de miles de personas que se ven obligadas a huir, desesperadas para escapar del avance del M-23.
El M-23 es una milicia insurgente formada principalmente por miembros de etnia tutsi. Fundado en el 2012, el grupo defiende la lucha contra el gobierno y las milicias hutus, pero en realidad sus operaciones están más vinculadas a intereses económicos. Después del fracaso a la hora de intentar integrarse en las filas del ejército, los rebeldes se han erigido como el último grupo opositor liderado por tutsis que ha tomado las armas contra las fuerzas estatales. Además, su nombre hace referencia al acuerdo del 23 de marzo del 2009, el cual puso fin a una insurgencia anterior al este de la RDC.
Sin embargo, el conflicto se remonta décadas atrás, ya que el M-23 nació como una escisión del Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo. Concretamente en las secuelas del genocidio en Ruanda de 1994, en el que las milicias hutus mataron entre 500.000 y un millón de personas de etnia tutsi. Cuando las fuerzas lideradas por los tutsis contraatacaron, casi dos millones de hutus cruzaron la frontera hacia la RDC por miedo a las represalias. A partir de aquel momento, las tensiones entre tutsis y hutus han formado parte de la vida de los congoleños.
Ahora, tres décadas más tarde, la caída de uno de los bastiones más importantes de las fuerzas gubernamentales suma un capítulo más en la grave situación humanitaria que atraviesa la población del este de la RDC. La portavoz de la Oficina de los Derechos Humanos de la ONU, Ravina Shamdasani, ha afirmado que la captura de Goma tendrá un "impacto catastrófico en centenares de miles de civiles, poniéndolos en riesgo de una exposición mayor a violaciones y abusos de sus derechos humanos." Los expertos de la zona han advertido de una situación sin precedentes. Una muestra es la escasez de alimentos, medicación y, sobre todo, agua, la cual ha llevado a los congoleños a utilizar bidones para recogerla en el contaminado lago Kivu.
Con respecto al impacto económico, el sorprendente avance del M-23 podría traducirse en el control absoluto de las minas de coltán, oro y estaño del país. Durante el 2024, los rebeldes ya han tenido el poder en la región minera de coltán de Rubaya, generando cerca de 800.000 millones de dólares a través de un impuesto de producción. En este sentido, los acontecimientos de los últimos días hacen que la expansión del grupo insurgente no solo sea territorial, sino también con respecto a los ingresos. El mundo depende más que nunca de este mineral a la hora de fabricar dispositivos electrónicos como los teléfonos inteligentes. Según el Departamento de Comercio de los Estados Unidos, la mayor parte de los recursos minerales de la RDC —cuyo valor se estima en 24.000 millones de dólares— sigue todavía sin explotarse, hecho que lleva al M-23 a anhelar el control de la minería. Sin embargo, la realidad de los congoleños es muy distante a la riqueza de sus recursos naturales, ya que cerca del 60% de sus 100 millones de habitantes vive por debajo del umbral de pobreza.
La sombra de Ruanda
Tanto funcionarios congoleños como miembros de la ONU han acusado a Ruanda de alimentar el conflicto al ofrecer miles de sus tropas y armas pesadas al M-23. Este señalamiento se basa en un informe de un grupo de expertos del organismo internacional del 2022 que indicó que tenía "pruebas sólidas" de que las tropas ruandesas habían estado combatiendo junto con los rebeldes. Aunque Kigali niega los señalamientos, en el 2024 reconoció que tiene tropas y sistemas de misiles en el este de la RDC, en la frontera, presuntamente para salvaguardar su seguridad. Además, las autoridades de Ruanda han subrayado la idea de que los miembros del ejército congoleño han protegido y armado a los hutus que huyeron después de participar en el genocidio de 1994.
No es la primera vez que los rebeldes toman el control de Goma. En el año 2012, el M-23 lanzó una ofensiva contra el ejército y consiguió dominar la ciudad. Durante aproximadamente una semana, la insurgencia ocupó la zona, provocando el desplazamiento de miles de civiles e intensificando la crisis humanitaria en la región. No obstante, después de la presión internacional sobre Ruanda, la rebelión cayó. A pesar de su derrota militar, el grupo siguió operando en la zona, y años más tarde ha vuelto a ganar fuerza, desencadenando en una segunda toma de Goma. Un posible escenario de cara a las próximas semanas es que el M-23 utilice el control de la ciudad como moneda de cambio para enfrentar posibles negociaciones con el gobierno.