Si has visto tuitear a Donald Trump estos días habrás advertido de que repite un mantra para activar a sus seguidores: Obamagate. Trump acusa a Barack Obama del "mayor escándalo de la Historia". El anterior presidente y los funcionarios de su administración habrían espiado ilegalmente la campaña republicana de 2016 para sabotear la presidencia de Trump. Es una cortina de humo para esconder la controvertida gestión de la pandemia por el presidente —100.000 muertos— a cinco meses de las elecciones presidenciales.
La estrategia de Trump para desprestigiar a su antecesor viene de lejos. En marzo de 2017, afirmó que Obama había intervenido ilegalmente el teléfono de la Torre Trump durante la campaña presidencial de 2106 y comparó esa supuesta vigilancia con el escándalo Watergate, que le costó la presidencia a Richard Nixon en 1974. Un año después, cuando el anterior invento había pinchado, Trump dijo que el FBI había infiltrado un informante dentro de su campaña y la llamó Spygate.
El funcionamiento de una y otra conspiraciones inventadas es similar. Trump apunta y su maquinaria propagandística extiende la desinformación vía medios ultraconservadores, redes sociales, servicios de mensajería y foros de Internet. Ya pasó con el birtherism, la teoría conspirativa promovida y alimentada por Trump que afirma que Obama había nacido en Kenia. En el fondo, los negacionistas de la emergencia climática son fans del reciclaje. Del reciclaje de patrones de expansión y distribución de contenidos.
Conspiraciones más virales
Donald Trump no es culpable de TODA la desinformación. Todo el mundo contribuye. En momentos de crisis, las personas se desesperan y buscan consuelo en todo tipo de explicaciones. Las teorías de la conspiración siempre florecen en épocas complejas. Intentan justificar que acontecimientos terribles y difíciles de explicar (y racionalizar) son producto de fuerzas ocultas que han tejido un plan secreto. Cada época provoca sus teorías: las guerras mundiales fueron iniciadas por los fabricantes de armas; Pearl Harbor o el 11-S fueron "daños colaterales" para impulsar invasiones y conflictos armados; la epidemia del crack fue iniciada por la CIA...
Es una constante histórica. Las plagas y pandemias son una fuente inagotable de conspiraciones ocultas. En el siglo XIV, los judíos fueron acusados de extender la peste bubónica envenenando los pozos. Los Protocolos de los Sabios de Sion, una especie de plan secreto judío para dominar el mundo, no son más que propaganda zarista para justificar los pogromos, las aniquilaciones masivas de esta comunidad a lo largo de la Historia.
Las últimas semanas, un documental fake denominado Plandemic ha difundido falsamente que llevar mascarilla hace enfermar, que beber lejía cura y que la vacuna contra la Covid-19 puede matar. Más de ocho millones de personas han visto este vídeo, que promueve de forma peligrosa teorías de la conspiración en términos de salud.
Distribuido por un productor de cine poco conocido, Mikki Willis, Plandemic se ha publicado en Facebook —esa plataforma social que muchos dan por muerta—, Youtube y Vimeo. Aunque el documental ha sido retirado de esas plataformas, grupos antivacunas, de extrema derecha y conspiranoicos todavía propagan sus contenidos en todas las redes sociales. El movimiento Qanon, que aglutina a la masa del trumpismo radical, ha hecho suyo el discurso de que el coronavirus fue creado por el Estado Profundo (el deep state, el gobierno de los EE.UU. en la sombra) para derrocar a su héroe.
En marzo pasado, la Organización Mundial de la Salud (OMS) identificaba el peligro de la infodemia, el exceso de información falsa y rumores. Señalaba también que las fuentes fiables son fundamentales para proteger la salud ante la pandemia. Identificaba igualmente la necesidad de que las fuentes oficiales mejoren su forma de llegar a la gente. Otro tipo de comunicación para tiempos diferentes, comunicativamente hablando, en cuanto a fondo y forma. Y las estrategias audiovisuales son fundamentales en un mundo dominado por plataformas como Facebook, Instagram, Youtube o TikTok.
Descodificar la desinformación es clave en este momento histórico. Hay que encontrar los mecanismos por los cuales los engaños informativos y las falsas teorías y conjuras mundiales tienen efectos más letales que las mismas crisis sanitarias.
El peligro de la desinformación está más presente que nunca si tenemos en cuenta tres factores diferentes, como apunta el analista de seguridad nacional del diario The Washington Post, Max Boot: una más eficiente difusión en las redes sociales de teorías de la conspiración que pretenden anular las fuentes oficiales; el avance y generalización de estas teorías en grupos cada vez más extensos de personas; una generación de políticos populistas, como Trump o Bolsonaro, que ejercen su liderazgo marcial difundiendo teorías anticientíficas.
Preparar a la sociedad es fundamental para no caer en la banalización de la verdad. El escándalo de Cambridge Analytica y las elecciones de 2016 en los EE.UU. pueden convertirse en anécdotas si no se toman medidas contra los intentos de debilitar la democracia a base de mentiras cada vez más virales. Mentiras que matan.
Miquel Pellicer es periodista y editor de Trumpland Media