El sábado 7 de octubre por la mañana, un grupo de terroristas de Hamás que se habían infiltrado en territorio israelí desde Gaza derrumbaron la puerta de la casa de Rajel y David Edri. La pareja vive en la ciudad de Ofakim, situada a 20 km de la Franja. Lo último que se imaginaron a sus 70 años es que verían enmascarados al estilo Isis, armados hasta los dientes, secuestrándoles en su propio salón. Rajel, de 68 años, que habla perfecto árabe, no perdió el temple. Les propuso tomar café y comer de su tarta para ganar tiempo, presentándose como una anfitriona perfecta. Al mismo tiempo, enviaron un WhatsApp de socorro a su hijo, que es agente de policía. Durante 17 horas aguantaron como pudieron la situación en la que estaban, sin ser ejecutados como tantos otros (más de 1.300 personas). Lo último que se esperaban los terroristas que llegaron más lejos en la sádica matanza del sábado negro, era que las fuerzas policiales les sorprendieran en el salón de Rajel, matándoles a todos hasta que rescataron a la pareja de jubilados. La casa quedó destruida, pero ellos se salvaron, y tampoco fueron llevados secuestrados a Gaza, como muchos otros israelíes.
Ayer, en Ofakim, en su mayoría votantes del primer ministro Netanyahu, protestaban preguntándose: “¿Dónde está el gobierno?”. Y es que, ¿cómo es posible que los más de 1.500 hombres de Hamás lograran infiltrarse en Israel sin prácticamente resistencia del ejército? “¿Dónde están los ministros? ¿Dónde está el primer ministro?”, se lamentaban ayer en la ciudad del sur de Israel. Otros les respondían: “Espera, déjales ganar la guerra, y luego nos ocuparemos de ellos. No podemos cambiar de caballo en medio del río. La guerra puede durar meses. Pero al final no pueden quedar impunes”.
En los últimos 10 meses desde la formación del sexto gobierno de Netanyahu, todo se centró en un intento de revolución judicial que el gobierno de Bibi define como “reforma”. El sector liberal israelí organizó, cada semana durante 8 meses, protestas con cientos de miles de personas, que ahora están en gran parte movilizadas militarmente o en la sociedad civil en la lucha contra los islamistas de Hamás. En el propio partido Likud, que lleva en el poder desde 1977 con cortos paréntesis, reconocen que la reforma está muerta, que Netanyahu es un “cadáver” político y él lo sabe.
El fracaso más terrible
Numerosos ministros del gobierno más nacionalista de la historia de Israel admiten públicamente que “la culpa es de nuestro Ejecutivo. No logramos aportar lo mínimo necesario, la seguridad de nuestra población.” Un ministro del Likud citado por el diario Haaretz declaró que “al final de la guerra, Bibi tiene que irse. Quien crea que se va a librar de responsabilidad en el fracaso más terrible desde la creación del Estado se equivoca. Quien intente evadir su responsabilidad solo agrava su situación”. El ministro de Defensa, el jefe del estado mayor del Ejército, el jefe de la inteligencia militar Amán, el jefe de los servicios secretos internos Shin-bet, todos ellos afirman que es su responsabilidad y admiten su fallo. El único que no lo hizo hasta ahora fue el propio Netanyahu.
El primer ministro que lleva más años como jefe de gobierno, 16 en total (no consecutivos) tiene siete vidas. Sin embargo, esta vez parece más difícil que pueda sobrevivir políticamente. Le acusan de haber apostado por el diálogo con Hamás en vez de negociar con la Autoridad Nacional Palestina. Lo hizo, según le acusan sus rivales políticos, precisamente porque Hamás no puede ser un interlocutor en el proceso de paz, ya que rechaza la existencia de Israel. Netanyahu permitió que bajo Hamás 20.000 trabajadores gazatíes entrasen en Israel diariamente y maletines con millones de dólares en efectivo procedentes de Qatar aterrizasen en aviones procedentes de Doha y partiesen cada mes hacia el paso fronterizo de Erez, al norte de la franja de Gaza. Ese paso fronterizo fue también destruido por Hamás el día de la masacre. En los últimos dos años, Hamás durmió al liderazgo israelí, no participando en las escaladas de violencia protagonizadas por la Yihad Islámica, mientras preparaba en total secreto la matanza del 7 de octubre.
Destacados analistas políticos, como Ben Caspit, afirman que el futuro de este gobierno fue sentenciado el 7 de octubre, así como el futuro político del Likud, dictaminado en el "sabbat negro". Hoy en día es casi imposible encontrar en el partido de Netanyahu algún ministro o activista que defienda al jefe de gobierno. Quizás con la excepción de una de las “adquisiciones” más recientes, el ministro de comunicaciones Shlomo Karhi, que se preguntaba ayer: “no entiendo por qué debemos disculparnos. No hicimos nada malo”. Ayer en el hotel de Tel Aviv, en el que tuvieron lugar las reuniones del presidente Joe Biden con Netanyahu y los otros miembros del gabinete de guerra israelí, lo primero que vio el presidente norteamericano en la entrada del hotel fue un grupo de manifestantes con un cartel con la foto de Bibi y una palabra escrita “Resign!” (¡Dimite!).
Cuando hace 50 años Israel se vio sorprendido por los ejércitos de Egipto y Siria, en el Yom Kipur, el shock vivido en el estado judío fue tremendo. Siempre se ha dicho —hasta esta semana— que fue el mayor trauma de la historia del país. Si bien Israel terminó obteniendo una victoria táctica en la guerra, el no estar preparados causó la muerte de 2.500 soldados, y la sociedad israelí vio al evento como un verdadero desastre nacional. Al finalizar la guerra se creó una comisión investigadora, la Comisión Agranat, por el nombre del juez que la presidió, a fin de analizar los fallos en la inteligencia que permitieron el ataque sorpresa, y los altos cargos militares tuvieron que dimitir. Si bien los cargos políticos, con la primera ministra, Golda Meir, y el ministro de Defensa, Moshé Dayan, fueron eximidos de culpabilidad, la sociedad israelí no les perdonó y fue el juicio público el que les obligó a dejar sus cargos políticos.
En esa guerra participó como combatiente, en una unidad de élite, el actual primer ministro Netanyahu. El político con más experiencia de la historia de Israel, de 74 años de edad, sabe exactamente cuál será la sentencia de la opinión pública y de su partido el día después de la guerra. No hace mucho el prestigioso Time Magazine le definió como “King Bibi” el todopoderoso. La pregunta ahora es cuándo será destronado.