Con su dimisión, Liz Truss se ha convertido en la primera ministra más fugaz del Reino Unido: tan solo ha durado en el cargo 44 días. Es por eso que se puede hablar de un (efímero) mandato lleno de errores y de poca traza política. Y es que la cosa no empezó nada bien, ya que llegó al poder con la idea de acometer una sacudida neoliberal en el país y resucitó el espíritu de Margaret Thatcher. Todo, en medio de una crisis económica marcada por el alto coste de la vida. No, la cosa no pintaba bien y seis semanas han sido suficientes para demostrarlo.
El aterrizaje en el número 10 de Downing Street fue turbulento. Si bien había ganado las primarias del Partido Conservador para sustituir Boris Johnson al frente del gobierno británico, es verdad que no contaba con la misma legitimidad que su predecesor. Johnson había sido escogido por una abrumadora mayoría a las últimas elecciones generales, pero Truss solo aventajó por unos pocos votos a sus rivales en el proceso interno de los tories. Para más inri, accedió al cargo el 6 de septiembre. Tres días después, el 9 de septiembre, murió la reina Isabel II. Mal augurio.
Liz Truss y un Reino Unido roto
La premier británica se encontró un país roto: Boris Johnson, el Brexit, la covid-19, la guerra de Ucrania, la crisis del alto coste de la vida, la muerte de la Reina y el fin de un reinado de setenta años. El Reino Unido pedía estabilidad, pero Truss y su ministro de Economía, Kwasi Kwarteng, presentaron toda una serie de medidas fiscales que no hicieron más que empeorar la situación. Fue el 23 de septiembre cuando se dio a conocer un programa económico que beneficiaba los ricos, perjudicaba a los pobres y desataba una crisis financiera interna sin precedentes. La libra esterlina se desplomó y los intereses se dispararon.
Diarios británicos como The Guardian se han referido a esta política fiscal como "Trussonomics" y ha sido marcada por el recorte de impuestos (para los ricos) mayor desde 1972. Para financiar el recorte, la premier pretendía llevar a cabo una gran expansión del endeudamiento y esperar de manera optimista un improbable auge económico. ¿El resultado? Críticas por todas partes, furia en los mercados y el hundimiento del Partido Conservador en las encuestas. A nadie le gustaron estas medidas: los pobres, enfadados por la bajada de la recaudación y el previsible empeoramiento del servicio público; los ricos, preocupados por el endeudamiento y la consiguiente volatilidad de las bolsas.
La tormenta de Liz Truss
Para saldar la tormenta política, social, económica y financiera, Truss destituyó a Kwarteng. El cese se produjo tres semanas después de la presentación de las polémicas medidas fiscales, que acabarían siendo fulminadas por el nuevo ministro de Economía, Jeremy Hunt. Con tres días en el cargo, Hunt rectificó con el fin de reducir el endeudamiento público y calmar los mercados. Pero el mal ya estaba hecho y los empujes, rebeliones y cartas de dimisión entre los tories eran imparables. Esto es así hasta el punto que la ministra del Interior, Suella Braverman, dimitió este miércoles por un escándalo político en su departamento... pero en la carta de renuncia se dedicó a atacar a la premier. La pregunta ya no era si Truss dimitiría, si no cuándo lo haría.
Y de esta manera hemos llegado a este jueves 20 de octubre, 44 días después del cambio de liderazgo en el gobierno británico. El momento clave ya lo hemos mencionado: cuando este lunes Jeremy Hunt protagonizó el cambio de rumbo económico más sorprendente en la historia moderna del Reino Unido. En cuestión de horas, el nuevo ministro de Economía no dejó con vida casi ninguna de las polémicas medidas fiscales. Con la Trussonomics desmontada, ya solo faltaba deshacerse de su arquitecta. Truss ha cedido a la presión y ha dimitido.
Permanecerá de interina hasta aquí a una semana, cuando los tories escogerán un nuevo líder — que puede ser Johnson, de nuevo. Pero la oposición reclama elecciones generales y las exigirá hasta el final. Toca esperar... esperar mucho, porque la crisis política del Reino Unido no se resolverá en los próximos siete días. La premier se encontró un país roto y nada de esto ha cambiado. De hecho, la situación se ha agudizado: los independentistas de Escocia aprovecharán ahora más que nunca para celebrar un nuevo referéndum de autodeterminación y proclamar la independencia. I eso que la primera ministra había dicho que no, que "not on my watch". Y no, ya no será sobre la watch de Truss.