A Jérôme Rodrigues casi le jodieron la vida. Este francés de origen portugués era uno de los líderes del movimiento de los chalecos amarillos. Y se implicó en las protestas en la calle. Hasta que el 26 de enero del 2019, una granada policial le sacó un ojo. Una represión impune: uno de los agentes implicados fue apartado... sólo durante cinco días. El activista supo levantarse, resistir y convertirse en un símbolo contra la represión del Estado. "La batalla sigue, nada se ha acabado", avisa Rodrigues, que nos cita en el barrio de Montmartre. La batalla sigue hasta el punto que el pasado febrero fue detenida, esta vez en las manifestaciones contra el pase sanitario.
Trata de ser activo en las redes sociales, donde acumula miles de seguidores. En Facebook tiene más de 246.000, en Telegram más de 26.000, en Instagram más de 15.000, en Telegram y YouTube unos 8.000 y en TikTok unos 3.500. Intenta ocupar todos los espacios posibles y renovarse para llegar a mucha gente. Porque, sin duda, el contexto de entonces se parece mucho al de ahora.
Era sintomática la portada de Le Monde del domingo pasado, que abría con el gran problema que recorre Europa: "Inflación, poder adquisitivo: la inquietud gana", titulaba a cinco columnas. El diario vespertino destacaba que no sólo afectaba el precio de los carburantes, que venía antes de Ucrania, que es un "tema crucial para los candidatos" en las presidenciales de este fin de semana y, sobre todo, "la primera preocupación de los franceses". De hecho, ya hace años que el aumento del coste de vida está enturbiando el clima.
El movimiento de los chalecos amarillos empezó el 27 de noviembre de 2018 de forma espontánea, convocados por las redes. Más de 280.000 franceses salieron entonces a cortar carreteras y rotondas para protestar contra la subida del precio del diésel (a través de las tasas), pero en realidad era sólo la gota que colmaba el vaso de la paciencia con el Elíseo. Arrastraban un largo malestar por la pérdida progresiva del poder adquisitivo. Unas clases medias cada vez más empobrecidas que multiplicaron las manifestaciones por todo el país durante meses. Y en muchas ocasiones esta rabia y desesperación desembocó en violencia. Quemaron coches, saquearon tiendas y se enfrentaron a la policía. El balance, once muertos (la mayoría atropellos) y al menos 4.190 heridos: 2.448 manifestantes, 1.268 policías y 474 gendarmes. También más de 3.200 chalecos amarillos fueron condenados, un tercio a prisión firme.
Y todavía no han dicho su última palabra. Los intensos meses de disturbios y enfrentamientos en la vía pública parecen haber pasado. Pero los chalecos amarillos siguen allí donde estaban: en la calle. Se pudo ver en las numerosas manifestaciones por todo Francia contra el pase sanitario por la covid-19, en lo que se denominó "convoy de la libertad". Inspirado en un movimiento canadiense, fue una marcha de miles de coches que convergieron entre los pasados 12 y el 14 de febrero en París y Bruselas. El motivo: el poder adquisitivo y contra las medidas sanitarias. Han sido el principal quebradero de cabeza de Macron en estos cinco años. Es sintomática la reacción del Elíseo: con los chalecos amarillos revirtió la subida del diésel; a las puertas de las elecciones levantó las restricciones sanitarias.
Rodrigues: "He perdido un ojo, me paso los días en los tribunales... Pero me da igual, aquí sigo"
La vida de Jérôme Rodrigues ha cambiado radicalmente desde hace tres años. Ya se ve a primera vista (y no por el ojo que le falta): siempre lleva una cámara GoPro enganchada al pecho. Explica que el hecho de haberse convertido en la cara visible le ha comportado también enfrentarse a identificaciones policiales arbitrarias en la calle. Por el resto, quita importancia: "He perdido un ojo, me paso los días en los tribunales, los medios han dicho que incluso trafico con droga. Pero me da igual, aquí sigo". Hacía años que esperaba que naciera un movimiento así.
¿Pueden volver los chalecos amarillos? El activista francoportugués cuestiona la premisa: "Nunca nos hemos ido. La cólera sigue aquí". Sin ir más lejos, cuando empezó el movimiento, el litro de gasolina se situaba aproximadamente en 1,4 euros. Estas semanas ha llegado a superar los 2,2 euros y con la subvención del gobierno se sitúa en torno a los 1,8 euros. Y Rodrigues defiende que la lucha en la calle es útil, "al menos más que estar en el sofá o delante de la máquina de café", como dice que hacía él mismo. Sin embargo, admite que en tres años no ha cambiado nada: "Al contrario, la situación ha empeorado". Y que tampoco ve a sus compatriotas tan movilizados. No hay el caldo de cultivo necesario para una segunda revolución francesa.
Los chalecos amarillos están implicados de múltiples formas. En el caso de Sophie Tissier, esta semana ha participado de la creación de un partido político, el UCPL (Unión Ciudadana por la Libertad). Su logo es la Marianne del icónico cuadro La libertad guiando al pueblo, de Eugène Delacroix. En lugar de enarbolar una bandera tricolor francesa, levanta una bandera amarilla, como el movimiento. Por ahora, se limitan a hacer un llamamiento al boicot de las elecciones presidenciales. En la cafetería donde nos cita lleva un ejemplar del semanario Le Nouvel Observateur recién salido del horno. Sale un reportaje que le han hecho pidiendo la abstención o el voto en blanco.
La trayectoria de Tissier es de activismo en el ecologismo, el feminismo, las libertades y contra la precariedad. Un activismo que incluso le costó su trabajo en realización y producción en Canal+, cuando entró en plató para denunciar la bajada de sueldo injustificada a los trabajadores. Por los derechos laborales, y en la calle. Entre otros, en 2014 se puso al frente de las manifestaciones contra la reforma laboral del entonces ministro Macron, en 2016 organizó la acampada Nuit Debout y en 2018 estuvo con los chalecos amarillos. Sólo durante el estado de urgencia sanitaria por el coronavirus ha organizado una cincuentena de protestas. Explica que varios partidos de izquierdas han intentado captarla, como la Francia Insumisa de Jean Luc Mélenchon, pero que no ha aceptado.
Vive por el activismo. Pero, con "honestidad", Tissier admite que el movimiento de los chalecos amarillos está más muerto que vivo. "La gente ya está asqueada de las manifestaciones. La manipulación de los medios, pero también la violencia que se ha visto, ha destruido el espíritu ciudadano del movimiento. Los black bloc lo han destruido", lamenta el activista de 43 años. Insinúa que incluso Macron podría haber provocado el movimiento "para reprimirlo" y establecer ciertos límites a la libertad de expresión.
Tissier llama al boicot de las elecciones: "Hay que deslegitimar la macronía"
Y el domingo primera vuelta de las elecciones presidenciales. Jérôme Rodrigues tiene claro qué espera de estos comicios. "Que se vaye Macron", responde sin dudar ni un segundo. ¿Y si la alternativa es Marine Le Pen, la candidata de extrema derecha? "No lo hemos conocido nunca. No sabemos cómo sería. ¿Qué diferencia hay"?, responde en un primer momento, a pesar de declararse de izquierdas. Después matiza que quizás sí que sería peor o que simplemente, como el actual presidente de la República, se doblegaría ante todos los poderes y ante los tratados de la Unión Europea.
Tissier insiste en que hay que boicotear las elecciones, "rechazar este sistema que está viciado" y que parece una "república bananera". Por eso, intenta movilizar la abstención o el voto en blanco. "Eso sí que los interpelaría directamente, deslegitimaría estas elecciones", sostiene. Y concluye: "Hay que retirar la legitimidad a la macronía". Tenga efecto su llamamiento o no, lo cierto es que las encuestas prevén una abstención histórica, que podría situarse por encima del 30%. El resultado sería imprevisible.
Infiltración de la extrema derecha
La etiqueta "fâchés pas fachos" se ha popularizado entre bastantes chalecos amarillos. Es un juego de palabras en francés que sería "enfadados, no fachas". Y es que, en un principio, el gobierno de Macron se limitó a calificar a los manifestantes de ultras. La realidad, sin embargo, es que la extrema derecha ha sabido cabalgar sobre este malestar. No sólo es que el Reagrupamiento Nacional haya sido, en las últimas elecciones, el primer partido de los obreros en Francia. Ni las declaraciones de Marine Le Pen de apoyo al movimiento en los peores momentos. Es que varias encuestas han corroborado que, a la hora de votar, los simpatizantes de los chalecos amarillos también han preferido la papeleta lepenista. Como un sondeo de Ifop, que revelaba que el 44% de los que se sentían parte del movimiento habían votado por la lista de Le Pen en las elecciones europeas de 2019. Sólo el 4% lo habría hecho por el partido de Emmanuel Macron.
Jérôme Rodrigues niega la mayor: "Los chalecos amarillos no tienen partido". Insiste en que es un movimiento muy plural y que "no son de extrema derecha o de extrema izquierda, no están ni con unos ni con los otros". En cambio, Sophie Tissier admite que mucha gente piensa que el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen o la Reconquista de Eric Zemmour pueden llegar a ser vistos como "el voto de la cólera". Ella, en cambio, les ve como "un espantajo que utiliza el poder" para mantenerse. Y lo lamenta: "Los extremos son los mejores aliados para sofocar la revuelta".