Carlos Dada (1970) es el fundador y primer director de El Faro, el primer diario digital de América Latina. Es un medio comprometido con los derechos humanos y referencia del periodismo por sus investigaciones sobre la corrupción y la violencia en El Salvador y en Centroamérica. Dada querría seguir siendo solo eso —nada menos— pero hoy es una de esas venas abiertas de América Latina. Hace unas semanas, El Faro —otra vez El Farodesveló que el gobierno negocia con las tres pandillas que aterrorizan al país y trata de ocultar la evidencia. El presidente, Nayib Bukele, se ha vengado, desatando sobre el diario y sus periodistas dos procesos penales y cuatro auditorías del Ministerio de Hacienda, además de acusarles públicamente por televisión y radio de blanqueo de capitales. Esa campaña de desprestigio ya se ha materializado en agresiones a los periodistas en la calle y en un operativo de vigilancia de sus vidas que incluye hasta drones.

La represión de Bukele ha convertido a Carlos Dada en un disidente, un refugiado, un exiliado. Desde hace unas semanas trabaja desde fuera de su país. En la conversación se le nota una carga pesada en el alma, un fondo de inquietud y cansancio en la mirada. Pero habla con el orden, la determinación y el vigor del que lucha por la causa justa. No parece fràgil ni de los que claudican o quitan el hombro. Se sacude el protagonismo con la decisión y el cuidado de quien espanta una avispa sin matarla, con un gesto amable de la mano, a sabiendas de que el bicho volverá. Casa Amèrica Catalunya ha concedido a El Faro el premio Antoni Traveria a la Libertad de Expresión por su “papel vital como medio de comunicación independiente, veraz y riguroso en un contexto como el actual en el Salvador”. Dada lo recogió en Barcelona este miércoles. En su agradecimiento, dijo dos veces que en Nicaragua y El Salvador hay un “exilio silencioso”. Silencioso y combativo.

En un país pobre, muy violento, donde la gente vive en condiciones indignas, ninguna de las dos fuerzas políticas ha sido capaz de mejorar sus vidas. Ahí emerge Bukele.

Carlos Dada, en Barcelona (A.Mª.P)

La conversación que sigue ha sido apenas editada

¿Qué es El Faro?

Es el primer periódico en línea de América Latina. Nacimos en 1998 y seguimos basados en San Salvador. Nos vemos como un periódico centroamericano, no salvadoreño. Somos de una vocación muy centroamericanista y caminamos mucho Centroamérica. Eso es lo que más hacemos: caminar mucho. Nuestros dos fuertes son la gran crónica y el periodismo de investigación. Internet abre la puerta a otro tipo de ensayos periodísticos. Creo que la diferencia fundamental [con los medios tradicionales] es que todos los [nuevos] medios que han funcionado son fundados por periodistas, no por empresarios. Ha surgido una generación de nuevos medios con otros fines: contar cosas que los medios tradicionales no contaban, recuperar géneros que no se explotaban —como la crónica, género muy latinoamericano, que nos gusta mucho, y estaba quedando fuera de los periódicos— o la capacidad de posicionarte contra el poder porque la prioridad no son los resultados financieros sino los resultados informativos.

¿El Faro no forma parte del establishment de los medios tradicionales?
Al contrario. Ese es el motivo por el cual la gran mayoría de quienes están detrás de esos [nuevos] medios decidimos salir de los medios tradicionales, que no satisfacían nuestro sentido del periodismo como servicio a la comunidad o vigilante del poder.

Eso no es gratis. Trae problemas.
(Ríe) Bueno, vienen con el certificado de nacimiento, sí. Nos ha traído problemas hasta hoy con todos los gobiernos con los que hemos tenido que convivir. Con todos.

Bukele rompe con los dos pilares que sostenían nuestra democracia: apartar al ejército de la vida pública y dirimir las diferencias en instituciones democráticas

El actual gobierno del presidente Nayib Bukele ha expulsado a uno de los editores de El Faro, el anterior director es ahora corresponsal en Washington y tú mismo trabajas fuera del país.
Bueno, yo vengo de México, donde estuve haciendo unos trabajos. Ahora estoy en Barcelona. Mi residencia está en San Salvador.

¿Pueden los periodistas trabajar libremente en El Salvador?
No. Lo intentamos, pero el gobierno de Bukele ha desmantelado toda la institucionalidad democrática del país: controla los tres poderes, la policía, la fiscalía, el ejército y, desde esta semana, todos los circuitos de jueces del país. Ya no hay garantías constitucionales. Ya no nos protegen el derecho, el cuerpo de leyes y la Constitución. El términos reales, el Presidente y su grupo en el gobierno pueden disponer de la justicia para dañar a cualquier crítico que se le ponga por delante.

Pero Bukele hizo campaña criticando todo eso que dice y se presentó como un relevo a la vieja política. ¿Qué ha ocurrido?
Primero te cuento nuestro proceso político reciente. Cuando terminó la guerra civil [en 1992], las dos ideologías políticas que se enfrentaban decidieron trasladar su disputa al campo político. Nuestros acuerdos de paz, que ponen fin a la guerra, acuerdan dos pactos fundamentales: separar al ejército de la vida política y dirimir todas nuestras diferencias en instituciones democráticas. Esto marca el inicio de nuestra vida democrática. Pero el sistema político continuó dominado —muy dominado— por los dos extremos, la extrema derecha de Arena [Alianza Republicana Nacional], y la extrema izquierda del FMLN [Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional]. Cada uno monopoliza su lado del espectro político. Lo demás son partiditos que conviven y tratan de colocarse en medio pero que no van a ningún lado. Los gobiernos de Arena se destacan por una serie de políticas neoliberales y, lo más importante, por una escandalosa corrupción. En 2009, por primera vez en la historia de mi país, vence la izquierda. El FMLN y Mauricio Funes ganan las elecciones. Es una gran fiesta: la antigua guerrilla ha llegado al poder. También demostró —y no es poca cosa— que la corrupción no tiene ideología y la izquierda incurrió en escándalos de corrupción tan grandes como los de Arena.

Esta es la cuestión de fondo: ¿Por qué Bukele es tan popular si está desmantelando la institucionalidad democrática? Para la gente de a pie, la democracia no significa nada porque no ha mejorado sus condiciones de vida

Carlos Dada amb el premi de Casa Amèrica Catalunya (Eileen Truax)

Y aparece Bukele.
Mientras tanto, en un país pobre, muy violento, donde la gente sufre todos los días condiciones de vida bastante indignas, ninguna de esas dos fuerzas políticas han sido capaces de mejorar esas condiciones. Ahí emerge Bukele, que viene del FMLN. Diría que viene disfrazado de izquierdista porque su ejercicio del poder demuestra que es todo menos de izquierdas. Es un popular alcalde de San Salvador y eso lo catapulta a la presidencia. Se pelea con el FMLN y hace de eso su principal oferta electoral: romper de una vez por todas con el sistema político binario y “los mismos de siempre”, que es su eslógan de campaña. Apela a las emociones de un electorado que se siente traicionado y engañado por los dos partidos tradicionales. Es una campaña mucho más emocional que racional. Bukele no tiene un oferta de país, una visión política, un proyecto, una utopía, una idea.

Explota la frustración con los grandes partidos, que no entregaban lo que prometieron en 1992. ¿Es eso?
Exactamente. Tras la victoria, Bukele empieza de inmediato a demostrar sus verdaderas intenciones: la acumulación absoluta del poder. Empieza a desmantelar toda nuestra institucionalidad democrática, toma el Congreso con soldados el 9 de febrero [de 2020]…

Lo vimos.
…esto es muy grave, más allá del shock visual que representa ver soldados apertrechados para la guerra en el Congreso. En ese momento, [Bukele] rompe con los dos pilares que sostenían nuestra democracia: apartar al ejército de la vida pública y dirimir nuestras diferencias en instituciones democráticas y no con el ejército dentro del Congreso. A partir de entonces, toda su presidencia es acumular poder y desmantelar las instituciones democráticas. Todas.

¿Todas?
También ha cerrado todo acceso a la información pública. Ni siquiera sabemos cómo gasta nuestro dinero. Hay nombramientos de funcionarios que desconocemos…

¿El gobierno no publica sus nombramientos?
No si a él no le da la gana. Esto ya no es una democracia. Hace mucho que dejó de ser una democracia. Particularmente durante la pandemia, los medios a quienes el gobierno aun no ha cooptado hemos publicado escándalos de corrupción mayúsculos, mayores incluso que los de gobiernos anteriores. Aquí viene lo curioso. Después de todo lo que acabo de contar —de tomar el Congreso, de dar un golpe de estado al poder judicial, de tomar por la fuerza, inconstitucionalmente, la Corte Suprema, de cerrar todo acceso a la información pública, de todos los escándalos de corrupción…—, después de todo eso, Nayib Bukele sigue siendo el presidente más popular de América Latina.

La corrupción no tiene ideología. La izquierda salvadoreña incurrió en escándalos de corrupción tan grandes como los de la derecha

¿Cómo lo explica?
No hay una sola respuesta. No he sido capaz de armar todo el rompecabezas. Sigo sin entenderla de fondo. Hay amagos de respuesta y probablemente la respuesta final es una suma de todos. Él sigue presentándose como el que quiere sacar a “los mismos de siempre” del sistema y dice que “los mismos de siempre no me dejan, la constitución no me lo permite… entonces tengo que tomar medidas que ni siquiera son de mi agrado pero alguien tiene que hacerlo”.

¿Bukele habla así?
Nunca ha hablado de violar la Constitución pero la ha violado reiteradamente. Ya lo dijo en su toma de posesión: para los males que tenemos vamos a tener que tomar medicina amarga. Este es su escudo. “Es que los jueces son corruptos”, dice, y entonces toma medidas que no tienen nada que ver con eso pero así las justifica ante la población. Acaba de modificar la ley de la carrera judicial —otra vez inconstitucionalmente— para sacar del circuito a la tercera parte de los jueces y sustiturlos con sus propios jueces.

¿Eran jueces corruptos o jueces que le plantarían cara?
El requisito para sacarlos es haber cumplido 60 años de edad o 30 de carrera judicial. No tiene nada que ver con corrupción. No por cumplir 60 años nos volvemos corruptos.

Parece arbitrario.
Bastante arbitrario. Y tiene consecuencias. Por ejemplo, cierra sin concluir el primer juicio por crímenes de guerra en El Salvador, el de la masacre del Mozote, [por el asesinato en 1981 de entre 800 y 1.200 civiles del que se acusa al Ejército], que lleva más de diez años de instrucción, porque el juez tiene 61 años.

En El Salvador, no hay una oposición política organizada. Eso quiere decir que la gente tardará más en darse cuenta de que estamos ante un gran engaño

También emite el mensaje de que todo tiene “arreglo” para quien esté dispuesto a corromperse o a corromper.
Favorece la impunidad. Directamente. Con este presidente “su” fiscal te puede acusar de algo, “su” policía te puede torturar, “sus” jueces te van a juzgar… Y no tienes a dónde apelar porque la Corte Suprema también está en sus manos.

¿Y el Tribunal Constitucional, que se consideraba el último bastión en defensa de los derechos y libertades?
Esos cinco magistrados terminaron su período y fueron sustituídos por otros que no eran tan destacados pero que estaban, al menos, tratando de guardar las formas. En la primera sesión legislativa de la Asamblea controlada por Bukele fueron destituídos. Bukele nombró nuevos magistrados sin cumplir con el proceso, inconstitucionalmente otra vez, y la primera resolución de los nuevos magistrados no sorprendió a nadie: interpretaron la Constitución de tal manera que permita la reelección de Bukele.

Es el manual que se ha seguido en Nicaragua, Honduras, Venezuela…
Correcto.

…pero es el presidente más popular del país.
Esa es la cuestión de fondo. ¿Por qué es tan popular este señor si está desmantelando la institucionalidad democrática? La primera respuesta que encuentro, y ojalá me equivoque, es que la democracia le vale madres [no le importa] a la gente. La democracia es un concepto casi sagrado para los privilegiados. Para la gente de a pie no significa absolutamente nada. Si la famosa democracia no es capaz de evitar que los pandilleros violen a tu hija, te extorsionen o maten a tu hijo… Si no es capaz de darte mejores condiciones de vida, de evitar que tu bebé se muera de diarrea… Si no es capaz de satisfacer tus necesidades más vitales… ¿Para qué sirve? Para nada. Para nada. Llevamos 30 años de democracia entre comillas que no ha mejorado las condiciones de vida de la gente.

¿Democracia entre comillas?
Claro. No estamos analizando qué tan robusta ha sido nuestra democracia, estamos analizando la percepción de la democracia entre los salvadoreños. Y [piensan que] no sirve para nada. El Latinobarómetro [una encuesta anual que incluye unas 20.000 entrevistas en 18 países de América Latina] mide los índices de percepción de la democracia y hace una pregunta muy concreta: si la democracia es preferible a cualquier otro sistema de gobierno sean cuáles sean las circunstancias. El Salvador aparece en el último lugar. Por ahí podemos encontrar explicaciones. Así que lo que el electorado ve y vota es a alguien fuerte, con mano dura, que ni siquiera se deje amarrar por nuestro cuerpo de leyes ni por esta cosa de la democracia con tal de que solucione mis problemas.

Los gobiernos han preferido negociar con las pandillas y las han convertido en protagonistas políticos. Y los pandilleros tienen un arma poderosa para negociar: el número de muertos

Pero Bukele aplica las mismas políticas de gobiernos anteriores. Negocia con la Mara Salvatrucha y las dos facciones de Barrio 18, tres poderosas organizaciones criminales del país, como ya hicieron otros Ejecutivos. ¿Cuánto tiempo calcula que tardarán los salvadoreños en advertir que el presidente usa los mismos enjuagues “de los de siempre”?
Esa es una pregunta clave para la que no tengo respuesta. Depende de un montón de otros factores que ahora mismo no están sobre la mesa.

¿El Faro es uno de esos factores?
Nosotros informamos pero ni queremos ni nos compete ser la voz de la oposición. Y aquí nos acercamos al problema fundamental. Ahora mismo, en El Salvador, no hay una oposición política organizada. No existe. Eso quiere decir que la situación tardará más en revertirse y la gente tardará más en darse cuenta de que estamos ante un gran engaño. Estamos ante un gobierno tan o más corrupto que los anteriores. Estamos ante un gobierno que, al desmantelar las vías democráticas, va a dejarnos sin opciones. Estamos ante un gobierno que ahora mismo ya nos ha dejado sin garantías, sin protección del Estado.

¿Cómo reacciona ante eso la sociedad civil: las agrupaciones profesionales, los sindicatos, el mundo de la cultura, otros medios informativos…?
Por parte de los medios creo que, desde que nacimos, nunca nos habíamos sentido tan acompañados. Nunca.

Ya. Que están más activos, vaya.
Sobre todo en los medios escritos, sean impresos o en internet, hay mucha más conciencia de la gravedad de la situación y hay un periodismo que ha acompañado, digamos, las mismas denuncias que hemos venido haciendo, investigando y publicando. Hacen un periodismo muy metódico, especialmente con la corrupción. Algunos medios que en el pasado no fueron tan metódicos son ahora más rigurosos. Esto es bueno para todo el mundo. En las televisiones ya es otra cosa. Están más sometidas al gobierno y dependen más de la publicidad oficial. También han surgido nuevos medios, como Gato Encerrado, que están poniendo su cuota de sacrificio. Esa es la palabra que yo uso, sacrificio, porque ponen el pecho para parar la bala.

Las pandillas, a diferencia de la mafia, no son una organización para enriquecerse mediante negocios ilícitos. Son también una expresión de marginación social

¿Y la sociedad civil?
La sociedad civil no está organizada en El Salvador. Durante estos últimos años hemos vivido muy engañados. Lo digo en primera persona del plural porque me incluyo entre quienes nos engañamos pensando que teníamos una democracia robusta, la democracia más estable de Centroamérica.

Esa era la fama.
Pues no era cierto. Lo que teníamos era un sistema equilibrado, no un sistema sólido. El sistema encontraba su estabilidad en el equilibrio de los dos polos [Arena y el FMLN]. Cuando derribaron a ambos polos no quedó nada. Toda nuestra institucionalidad democrática, fundada en los acuerdos de paz, estuvo construida sobre las relaciones entre los dos enemigos. ¿Cómo hacer que los dos enemigos diriman sus diferencias en la institucionalidad del Estado? Solo encontraron una manera: que se vigilaran unos a otros, dar presencia a ambos en las instituciones del Estado. Eso nos dio la falsa noción de estabilidad política. Con la sociedad civil pasó algo parecido. Buena parte de lo que llamamos nuestra sociedad organizada en realidad funcionaba como un brazo sindical, social o cívico de cada partido, como en la guerra. Cuando esas organizaciones, que también se sintieron engañadas por ambos partidos, no supieron qué hacer, se desvanecieron. Piensa también que si un presidente tiene el 87% de popularidad es muy difícil que quede oxígeno para nada más.

¿Entonces nadie protesta salvo algunos medios?
Con la resolución del 30 de mayo [de 2021] que permite su reelección [de Bukele] y la entrada en vigor del bitcoin, una locura que nadie entiende, vimos las primeras protestas serias contra este gobierno. Salieron miles de personas, gente no organizada que se encontró en la calle. Hablo de algunos sindicatos, de grupos profesionales, colectivos LGTBI, feministas… Todo eran nuevas banderas en la protesta, no del FMLN ni de Arena. La respuesta de una nueva generación. Incluso colectivos como las feministas o los LGTBI dijeron claramente: este no es el momento para reivindicar nuestros derechos ni nuestra agenda. Eso vendrá después. Este es el momento para hablar de cómo parar una dictadura.

Entre Bukele y el gabinete hay 22 asesores venezolanos, gente del equipo de Leopoldo López y de Juan Guaidó

¿Qué faltó tras los acuerdos de paz de 1992 para que no fracasara la democracia en El Salvador? ¿Una gran clase media? ¿Una sociedad civil más desarrollada? ¿Un estado más social?
[Tras los acuerdos de paz], las instituciones sirvieron como cancha para continuar la disputa. La famosa frase de Clausewitz de que la política es la guerra por otros medios se cumplió a rajatabla en El Salvador. Al pie de la letra. Pese a todo, funcionaba. Alguna gente ya había comenzado a advertir la necesidad de una segunda generación de acuerdos en la línea de lo que dices, porque los de 1992 estaban agotados. Pese a tener visiones tan distintas, necesitábamos acordar unos mínimos que respondieran a las nuevas necesidades del país. Estaban en ello. Las Naciones Unidas habían enviado una misión, el secretario general había iniciado conversaciones para ver la posibilidad de una segunda ronda de acuerdos de paz… En esas reuniones participaban, además de sectores de la sociedad civil, Arena y el FMLN. Pero Bukele acabó con todo al grito de que hay una sola voz autorizada, la suya. No quiere a la ONU, acaba de pelearse con Estados Unidos…

Bukele tendrá su plan.
Mire qué tan poco ideológico es —y esta es la gran paradoja del caso salvadoreño— que Bukele aplica casi al pie de la letra el librito de [Hugo] Chávez y de [Nicolás] Maduro. Debajo de Bukele, de su familia y de su grupo de allegados, quien gobierna el país no es el gabinete [el consejo de ministros]. Entre Bukele y el gabinete hay 22 asesores venezolanos

Pero si no saben resolver la crisis tremenda en su país ¿cómo van a resolver las de otros?
Ahora de verdad le voy a sorprender: son la gente del equipo de Leopoldo López y de Juan Guaidó [la oposición a Maduro]. Hemos publicado notas sobre este gabinete en la sombra de venezolanos…

…los “otros” venezolanos.
Exacto. Ya he dicho a mis amigos venezolanos que los compadezco, porque cuando se libren de Maduro les vienen estos otros, o sea que lo suyo va para más largo. Esos asesores diseñan las políticas públicas —que en El Salvador son, sobre todo, políticas de marketing—, mientras el presidente y sus hermanos acumulan más poder y más riquezas.

Trabajamos en una situación en que no se cumplen las mínimas condiciones para ejercer libremente el periodismo

¿Las maras, las pandillas, son un problema que puede resolverse o es un negocio tan instalado como la mafia en EE.UU que, con sus altibajos, siempre estará ahí?
Nadie ha encontrado la solución al problema de las pandillas. Solucionarlo requiere tiempos más largos que los tiempos políticos, el ciclo electoral. El problema de las pandillas, a diferencia de la mafia, es que no son una organización que existe para enriquecerse mediante negocios ilícitos. Las pandillas son también una expresión de marginación social. Todos los gobiernos, incluido el de EE.UU., han querido tratar a las pandillas como unos criminales que bajaron en una nave espacial y se instalaron en su territorio, en vez de asumir que son producto de la descomposición de nuestras sociedades. Las pandillas nacieron en California. Son una exportación de los EE.UU. a El Salvador. Puedes llenar las prisiones de pandilleros como han hecho todos los gobiernos —y por eso tenemos unos niveles de hacinamiento carcelario inhumanos. Pero nada ha cambiado en las calles. Nada. Por qué iba a cambiar, si un niño de catorce años no tiene otra alternativa…

¿Cómo empieza un pandillero?
Siempre cuento la misma historia. Imagina un niño de nueve años de un hogar descompuesto, cuya madre está con una nueva pareja, un tipo que se emborracha y que ya violó a su hermanita. Un día llega el niño a casa y ve que el señor está golpeando a su mamá. Se mete a defenderla y sale con una costilla rota. Cuando regresa del hospital hay unos chicos en la calle que són súper cool y le dicen: ¿Tienes problemas con ese viejo? ¿Quieres que te los arreglemos? Es muy difícil encontrar un niño de esa edad que diga que no. Ahí empieza. Si no vemos las raíces del problema no podremos resolverlo. Seguiremos pensando que las pandillas son criminales que llegaron en una nave espacial.

Claro. Eso reclama una política duradera.
Implica, primero, que el Estado tenga presencia en gran parte del territorio nacional, de donde está desaparecido. Segundo, que ofrezca verdaderas alternativas a esos jóvenes. Todo eso toma más de cinco años. Por eso los gobiernos han preferido negociar con las pandillas, sin darse cuenta —o dándose cuenta sin importarles— que las han convertido en protagonistas políticos. La política es el arte de negociar y los pandilleros tienen un arma muy poderosa para negociar: tasas de homicidios, cantidad de muertos. Es así de perverso el monstruo que han construido los políticos en mi país.

¿Y los asesores venezolanos van a resolverlo?
Hasta ahora lo que hacen es negociar con las pandillas.

¿Negociar es idea de ese grupo de asesores?
No. Los gobiernos anteriores también negociaron. El gobierno de Mauricio Funes [del FMLN, presidente del 2009 al 2014] negoció con las pandillas. Cuando lo publicamos nos vinieron amenazas absolutamente inverosímiles del ministro de Defensa. Nos acusaron de todo y nos amenazaron con todo. Lo mismo hizo el alcalde de San Salvador, Norman Quijano, de Arena. Negoció con las pandillas a cambio de que se movilizaran para votar por él. También lo hicimos público nosotros. Bukele también negoció cuando estaba en la alcaldía —y también lo publicamos en El Faro. Ahora que está en la presidencia y controla toda la institucionalidad del Estado, su negociación es a gran escala. Entran y salen pandilleros de las cárceles a voluntad del director de centros penales. No creo que sea idea de los asesores venezolanos sino de la gente que ya venía hablando con las pandillas desde que Bukele está en la alcaldía.

Es la misma solución que ofrecieron anteriores gobiernos.
Sí. Y ya sabemos que, lejos de solucionar nada, han convertido a las pandillas en actores políticos y las han sofisticado. Ahora ya saben que pueden negociar. Cuando el gobierno les empiece a fallar, matarán a más gente en las calles, pues eso les da una mejor posición en la mesa. Ahora Bukele también controla a los jueces. Si él o su gobierno necesitan que un pandillero siga en las calles ¿qué van a hacer los jueces? Lo ves ¿no? Hoy, la justicia está a merced de un grupo de gente en el poder. En eso nos hemos convertido. Eso es lo grave.

¿Cómo vive esta situación un periodista en un medio como El Faro? ¿Con miedo?
Más que miedo, la palabra es preocupación. Estamos alarmados por lo rápido, intenso y agresivo que ha sido el desmantelamiento de nuestra democracia. Estamos preocupados por los ataques de Bukele contra el periodismo salvadoreño, contra nosotros en particular: tenemos dos juicios penales abiertos y cuatro auditorías del Ministerio de Hacienda; el presidente nos ha acusado en cadena nacional de blanquear dinero… Además ha desatado una campaña de desligitimación de desprestigio y de acusaciones que se empieza a materializar en agresiones en la calle. Hoy ser periodista en El Salvador significa, como me ha pasado a mí y a otros de El Faro, estar escribiendo y de repente ves por la ventana que te visita un dron una y otra vez. Esto es hacer periodismo hoy en El Salvador: que un policía te golpee y que al día siguiente salgan diputados oficialistas a defender al policía; estar expuesto a que mañana te dicten una orden de captura porque al señor le dio la gana… Trabajamos en una situación en que no se cumplen las mínimas condiciones para ejercer libremente el periodismo.