La reina Isabel II ha gobernado durante más de setenta años el Reino Unido, así como varios países que la reconocen como jefa de Estado como Canadá y Australia, pero también ha tenido que gobernar con mano de hierro sobre su propia familia, que no le ha ahorrado escándalos a lo largo de su reinado, que tuvieron su clímax el año 1992, que la misma monarca definió como Annus Horribilis. Con todo, si Isabel II ha podido reinar, también ha sido gracias a un escándalo, el que protagonizó su tío Eduard cuando renunció al trono para casarse con una divorciada. Sea como sea, los Windsor son una familia que acumula escándalos en sus vidas privadas, suponiendo, claro, que los miembros de una casa real tengan derecho a vida privada.
🔴 Muere la reina Isabel II de Inglaterra | DIRECTO
Empezemos por el principio, el tío Eduardo, coronado en enero de 1936, abdicó en diciembre del mismo año para casarse con una mujer dos veces divorciada, la norteamericana Wallis Simpson. En aquel momento aquello no estuvo muy bien visto -recordemos que la reina Letizia de España, también es divorciada, aunque sólo una vez- y Eduardo prefirió abdicar a renunciar a la mujer que amaba. Todo ello se puede vender como una bonita historia de amor, que en todo caso se oscurece a causa de las veleidades nazis que Eduardo mostró antes y durante los primeros años de la Segunda guerra Mundial. Miembro incómodo de la familia, se le nombró Duque de Windsor para guardar las apariencias y se lo mandó de gobernador a las Bahamas. Eso sí, gracias a su abdicación, el padre de Isabel II accedió al trono, convirtiéndose en 1936 en Jorge VI.
Muerto hace poco más de un año, el marido de Isabel II, Felipe de Edimburgo, estuvo toda la vida al lado de su esposa, aunque una cosa era lo que se mostraba de cara a la galería, y la monarquía tiene mucha, de galería, y otra cosa lo que pasaba de puertas adentro de los numerosos palacios que la familia real británica todavía mantiene en varios puntos del Reino Unido. Las sospechas de infidelidad fueron una constante de su vida, pero con toda probabilidad Isabel debió poner por delante su responsabilidad como gobernante antes que ser ella misma la protagonista de otro escándalo.
Con todo, si hay un familiar que ha dado problemas de verdad a Isabel II, este ha sido Carlos, su hijo mayor y, por lo tanto, heredero de la corona, condición que ha tenido que arrastrar a lo largo de sus 73 años de vida. Más allá de la tempestuosa relación que mantuvo con Diana de Galles -hablamos de ello más adelante-, Carlos no sólo protagonizó una infidelidad sonada con la que ahora es su esposa, Camilla Parker-Bowles -también divorciada, por cierto- sino que avergonzó su madre con las célebres y desenfrenadas declaraciones en que soltó algo parecido a un 'me gustaría ser tu tampax' que le dedicó a Camilla. Y que la prensa hizo público sin perder ni un segundo.
Ahora bien, si alguien le hizo sombra a Isabel II respecto a las páginas del corazón, esta fue su nuera, Diana Spencer, esposa de Carlos. Su candidez y el hecho de no pertenecer a la realeza -aquello que los monárquicos denominan plebeyos- le valieron el título honorífico de princesa del pueblo, además del de Lady Di con el que fue conocida por todo el mundo. Madre de los príncipes Enrique y Guillermo, sus últimos años de matrimonio fueron, desde su punto de vista, un infierno. Divorciada en 1996, murió el año siguiente en un aparatoso accidente de tráfico en París, asediada por los paparazzis. Tenía 36 años. Si hizo algo malo en vida, la muerte se lo perdonó todo.
Sarah Ferguson, mujer del príncipe Andrés, siempre fue por libre. Su relación con los Windsor duró lo que su matrimonio, entre 1986 y 1992 -el annus horribilis-, pero como le pasó a su cuñada Diana, una princesa divorciada es necesariamente carne de la prensa del corazón. Fotografías con supuestos amantes -uno de ellos lamiéndole los pies-; motes referidos a su físico -duquesa de Pork le llegaron a decir- e incluso acusaciones de soborno no fueron comida de buen sabor para Isabel II.
Más disgustos. El tercer hijo de Isabel II -después de Carlos y Ana-, es Andres, duque de York, que ha protagonizado escándalos por, dicho finamente, amistades inadecuadas. Su relación con Jeffrey Epstein, acusado por tráfico de menores, fue el inicio de unos problemas que desembocaron a principios de año con fundadas acusaciones de abusos sexuales. Andres evitó el juicio llegando a un acuerdo con Emma Giuffre, la parte acusadora. Elisabet II reaccionó retirándole todos los cargos honoríficos.
De entre los nietos de Isabel II, el más problemático ha sido Enrique, segundo hijo de Carlos y Diana y, por lo tanto, apartado de la línea directa de sucesión en beneficio de su hermano mayor, el príncipe Guillermo -apunte al margen: que las reglas de sucesión beneficien la primogenitura no parece nada razonable en un estado de Derecho-. En todo caso, su papel de segundo le permitió comportarse como el miembro díscolo de la familia real durante su juventud. Uno de los momentos más sonados de este Froilán británico fue cuando en 2005 se dejó fotografiar con un brazalete nazi. La prensa le asignó el nombre de Harry el nazi, pero él se defendió diciendo que todo era porque lo pasaba muy mal desde la muerte de su madre.
Meghan Markle, mujer del príncipe Enrique, ha sido la última espina clavada de Isabel II, aunque en este caso, más bien por los prejuicios racistas de los Windsor ante una mujer que no es de raza blanca. Nunca encajó bien en el entorno de la familia real y por suerte, consiguió que su marido le apoyara a la hora de alejarse de toda la parafernalia monárquica. La gota que hizo colmar el vaso fue un comentario, atribuido a la princesa Ana, sobre como sería de oscura la piel de su hijo. ¿Un escándalo? Sí, pero Meghan fue la víctima, no la causante.