Cuando hacía un par de semanas que había empezado la guerra de Ucrania, Clàudia Mayans cogió una bolsa, la llenó de cuatro cosas imprescindibles y abandonó Menorca para poner rumbo hacia Polonia. Allí, esta joven de 27 años se dedicó a hacer de voluntaria y ayudar a los refugiados ucranianos que atravesaban la frontera huyendo de las bombas. Años antes, había ido de Erasmus, y habla perfectamente tanto el polaco como el ruso, ya que estudió lenguas eslavas. Por todo ello, Polonia es para ella una segunda casa y no dudó en irse: "Llamé a mi padre y le dije que me iba. Él me dijo que no, que le quitaría la cama a alguien que huía de la guerra, pero sabe perfectamente que puedo dormir en el suelo si hace falta", explica desde Maó, donde ha pasado las últimas semanas, mientras se prepara para volver a irse a mediados de marzo hacia Ucrania. "Yo me fuí sin saber exactamente que haría, pero pensé que aunque fuera jugar con niños, estar con las personas mayores, limpiar... sería más útil allí que aquí".

Mayans ha ido en dos ocasiones al conflicto y ahora se prepara para la tercera. Primero, entre los meses de marzo y junio del 2022, cuando estuvo en Polonia, colaborando con la asociación valenciana Juntos por la Vida. Después volvió a su isla, acompañada de una familia ucraniana, una madre y sus dos hijas, que acogió durante unos meses en casa de su padre, y en el mes de noviembre se volvió a marchar después de haber recaudado dinero, muchos más de los esperados, para comprar alimentos. En esta ocasión sí que entró en territorio ucraniano y se reencontró con un antiguo amigo que se ha convertido en su pareja. Él no puede salir del territorio y sufre por si lo llaman al frente. Con el sueldo que ella ha ganado trabajando de temporada han alquilado un piso en Ucrania, en Vishgorod. Volverá a ir a mediados de marzo, para seguir comprando alimentos para las personas que más lo necesiten con el dinero que ha recaudado a través de campañas en las redes sociales.

Clàudia Mayans, en una visita a Kyiv

"Desde Menorca es muy difícil enviar ayuda humanitaria y la gente desconfía de las ONG porque no saben dónde va el dinero.  Por eso, mucha gente me da dinero a mí, y cuando estoy allí, hago compras para decenas de familias". Mayans recuerda con especial cariño una de las últimas entregas de comida, que coincidió con Navidad y, aparte de alimentos básicos, también compró unas chocolatinas para 170 criaturas. "En aquel momento, para ellos no era una prioridad, si no te llega para vivir no comprarás chocolate, pero los niños no dejan de serlo", reflexiona. Mayans sabe que la ayuda humànitaria es clave para que los ucranianos puedan sobrevivir y cree que muchos de ellos viven engañados, convencidos de que su país está ganando la guerra por lo que ven a las noticias: "Yo la verdad es que no me las miro mucho, solo me centro al ayudar a quien lo necesita. No me importa cuántos tanques Leopard reclamen".

Voluntarios que se llevaban refugiados y después no sabían que hacer

La primera parada de Clàudia Mayans en territorio polaco fue Crakòvia, donde tomó conciencia de la situación y después puso rumbo a la frontera, dónde se encontró con una situación caótica. "Ya habían pasado semanas desde que va había empezado la guerra, pero seguía siendo un desastre", recuerda Mayans, que destaca de aquel periodo en que hizo de voluntaria la problemática con los conductores privados: personas, en general con buenas intenciones, que habían llegado desde diferentes puntos de Europa para ayudar y poner su granito de arena, recoger refugiados y llevarlos a su país de origen.

Aunque puede parecer una buena idea, Mayans remarca que no era la mejor manera de ayudar: "Nos encontrábamos muy a menudo con que cuando llegaban a España, muchos de estos conductores no sabían que tenían que hacer con los refugiados. Para nosotros era mejor que se quedaran en Polonia y desde allí ya les encontraríamos una salida". Además, también se generaron conflictos porque algunos aprovecharon la desesperación de la huida de la guerra para traficar con mujeres y niños ucranianos. La joven menorquina explica que una vez, diez minutos después de que un coche se llevara a dos madres de familia con sus hijos, la llamaron porque no sabían dónde las llevaban y querían volver: "Son personas que están huyendo de las bombas, no pueden estar 40 horas en un coche sin saber dónde van".

"Amor a primera vista" con unas refugiadas ucranianas

Durante su primer periplo como voluntaria conoció a muchos refugiados y conectó amistad con una familia formada por una madre y dos hijas, que viajaron con ella hacia Menorca en verano. Durante esta época, la madre, de solo 30 años, ha trabajado durante la temporada turística para enviar dinero a su familia a Ucrania. "Yo no quería llevar a casa de mi padre gente conflictiva. Y con ellas fue como un amor a primera vista. Sé que hay gente que ha acogido y ha tenido una mala experiencia, porque los refugiados no han querido trabajar, pero no se puede generalizar". En su caso, habla de una experiencia muy gratificante y satisfactoria y ahora, la madre con las dos hijas ha encontrado otro hogar para empezar su nueva vida en la isla.

2.500 euros para comprar alimentos en Ucrania

En noviembre, Clàudia quiso volver a irse, esta vez por libre y entrando en territorio ucraniano. Antes, había empezado una campaña para recoger dinero y allí poder comprar comida para las familias. Aunque esperaba conseguir unos pocos centenares de euros se ha encontrado con una respuesta muy positiva, replegando hasta 2.500 euros en los primeros meses. Algunos de estos provienen de donaciones más pequeñas, sobre todo de personas jóvenes en situaciones precarias que tampoco pueden aportar más, y de otras más generosas. Ahora, se volverá a marchar, acompañada de su padre y su hermana, con 1.000 euros para hacer más compras: "Mi intención era ir una vez y ya, pero claro, con tanto dinero he pensado estaría bien de volver", bromea Mayans.

Mayans, comprando alimentos con el dinero que ha recaudado

La respuesta de los ucranianos ante la generosidad de Clàudia ha estado sido abrumadora, según ella: "La gente es super agradecida, me han dado todo lo que no tienen. A veces llego con una bolsa y me voy con otra de setas o tarros de conserva". Mayans sonríe cuando explica el caso de una señora que le cogió las medidas para hacerle una Vyshyvanka, la camisa típica ucraniana: "Cuando volví a visitarla, no le llevé comida, pero me regaló la camisa que me había hecho a mano".  Clàudia domina a la perfección tanto el polaco como el ruso, pero en algunos casos, los ucranianos se han negado a hablar con ella en el idioma de sus invasores: "Yo lo puedo comprender, pero a veces me ha costado entenderlos y se los pido que utilicen la mímica para hacernos entender".

Emociones a flor de piel en Ucrania

Aunque Clàudia repasa anécdotas sonriendo, esto no quiere decir que no haya sufrido, sobre todo cuando se adentró dentro de territorio ucraniano y paseó por ciudades completamente destrozadas. Para ella, una de las cosas más preocupantes fue ver cómo los niños se habían acostumbrado a las sirenas antiaéreas, como estas habían pasado a formar parte de su vida y han tenido que aceptar que si su escuela no tiene sótano no pueden ir a la escuela, y que si se quedan sin internet, no podrán seguir las clases. En algunas de las fotos que aparece en Ucrania sale con los ojos llorosos, y ella misma reconoce que ha sido su "estado natural" estos últimos meses: "A veces lloro porque me emociono por el trabajo hecho, pero también porque me acuerdo de pueblos y ciudades destrozadas o pienso que en cualquier momento puedo perder mi pareja porque se tiene que ir a la guerra".

Clàudia Mayans, en Ucrania

Al principio de la guerra, algunas figuras públicas de Internet cogieron el coche y se plantaron a la frontera con Polonia para ayudar y retransmitirlo a través de las redes sociales. Estos influencers recibieron apoyos, pero también críticas por hacerse un lavado de imagen de su frivolidad a costa de la miseria y el sufrimiento de las víctimas de la guerra de Ucrania. Y si bien Clàudia no coincidió con ninguno de estos perfiles, coincidiendo con las vacaciones de Semana Santa, si que notó una especie de boom de voluntarios y no eran aptos para hacerlo: "Cuándo llegaban se los preguntabas que podían o sabían hacer y resulta que no hablaban en inglés. Si les decías que entonces podrían limpiar los lavabos se negaban...", recuerda risueño a Clàudia.

Conflictos entre refugiados por unas latas de conserva

La experiencia de la joven en Ucrania y Polonia ha sido lo bastante positiva para querer volver. Aunque en general ha estado por lugares seguros, en su segunda estancia visitó el Dombás: "Allí si que me sentí mal, porque pensaba todo el mundo está huyendo y yo estoy porque quiero y sin ni siquiera formar parte de una misión humanitaria", a pocos kilómetros del frente. Con todo, la reacción de las personas a su presencia hacía que todo valiera la pena: "Piensa que están en una guerra, y tener una persona nueva, poder invitarla, hacer una pequeña celebración para ellos es increíble. Los niños tienen alguien más con quién jugar. Solo por eso, vale la pena". Con todo, especialmente durante la primera etapa, se encontró con algunos conflictos entre refugiados en el hotel donde los atendían en la frontera: "Algunos se enfadaban porque otros cogían latas de comida comunitarias y se lo llevaban a su habitación. Yo les intentaba hacer entender que esta gente había sobrevivido a Mariúpol y lo habían perdido todo. Por eso, si necesitaban guardar una paquete de judías para oír que todavía tenían alguna cosa que era suya, nadie se podía quejar".

"Si me das diez euros, yo los puedo hacer felices con una compra"

Cuando la conversación con Clàudia ya se está acabando, antes de colgar la vídeollamada, su padre, Eduard, que ha seguido la entrevista, pide intervenir. Él la fue a visitar durante su primera estancia en Polonia y ha convivido con la familia ucraniana que Clàudia llevó con ella a su vuelta. Ahora, la acompañará junto con su otra hija otra vez a Ucrania. "Hay gente que me para por la calle que sabe que hemos tenido una familia en casa y me dicen "Ay, si hubiera más gente como vosotros". Y yo los contesto que es tan fácil como ayudar aportando un paquete de arroz, una botella de aceite". Su hija le da la razón: "Si tú me das diez euros, que es menos de lo que te cuesta salir de fiesta, yo puedo hacer una compra. Pero si me das cinco, o uno, ya me sirve también. Cada uno tiene que hacer el que puede".