Algunos pensaban que EE.UU. se alejaría de Oriente Medio para ocuparse de su amenaza número uno: China. Así se dijo en infinidad de ocasiones después de la retirada norteamericana de Afganistán en 2021, tras casi dos décadas de ocupación. A raíz de la matanza del Shabat negro perpetrada por el grupo islamista palestino Hamás, EE.UU. vuelve con toda su fuerza. De hecho, nunca se fue. Parte de sus principales bases militares continúan en países de Oriente Medio como Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Omán, y sigue manteniendo arsenales en territorio israelí. Y en los últimos meses la Casa Blanca dedica esfuerzos en acercar el reino de Arabia Saudí al estado judío.

Sin embargo, tras la masacre del 7-O, la Pax Americana es quizás más notable que nunca. En la misma semana, Israel fue visitada dos veces por el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, quien, por un lado, lloró públicamente al referirse a las imágenes terribles de las atrocidades de Hamás, pero por el otro participó por primera vez en la historia en una reunión del gabinete de guerra del gobierno de unidad nacional del primer ministro Benjamin Netanyahu. El secretario de Defensa, Lloyd Austin, también se desplazó inmediatamente a Israel y desde allí declaró a los medios que él, que luchó contra Daesh personalmente, cree que “Hamás es peor que el infame Estado Islámico”.

Pocos creyeron que once días después de la matanza del sur de Israel, el presidente Joe Biden se desplazaría personalmente a Jerusalén y luego a una cumbre en Amán, para reunirse con el monarca jordano, el presidente egipcio y el presidente palestino, Mahmud Abás. De forma oficiosa, tanto Egipto como Jordania apoyan el golpe israelí contra Hamás, ya que el grupo palestino está vinculado a los Hermanos Musulmanes, que suponen una amenaza para Amán y para El Cairo. Sin embargo, lo único que temen es pagar el precio de la guerra de Gaza con un éxodo de refugiados palestinos que intenten invadir sus países. Los objetivos de Biden son, por un lado, identificarse con Israel y darle luz verde para destruir a Hamás, y, por el otro, evitar poner en peligro los acuerdos de paz ya firmados entre Israel y los países árabes, como Egipto y Jordania. Asimismo, intentar que, después de la “tormenta”, el príncipe Mohamed bin Salman, hombre fuerte de Arabia Saudí, acepte descongelar las negociaciones para la normalización con Israel, que decidió paralizar a raíz de los bombardeos israelíes en Gaza.

La visita de Biden envía, ante todo, un mensaje de disuasión hacia Irán, que es el cerebro de la masacre de Hamás, y que amenaza la existencia de Israel constantemente. Irán advierte ahora de que si Israel invade Gaza por vía terrestre, su brazo libanés, el grupo chiíta Hizbulá, entraría en la guerra lanzando miles de misiles de gran exactitud sobre territorio israelí. Pero Biden no llega solo al estado judío. Tiene por detrás dos de las máquinas de guerra más poderosas del planeta, los portaaviones Gerald Ford y Eisenhower, que esperan en el Mediterráneo oriental, y están preparados para cualquier eventualidad. Hasta hoy, en las diez guerras de Israel, nunca participó de forma directa EE.UU. ni ningún otro país. Sin embargo, y cuando Rusia apoya a su nuevo aliado iraní —que le vende drones para la guerra de Ucrania— y expresa su “comprensión” hacia Hamás, esto es todo menos un conflicto local.

Mensaje de Biden a Xi Jinping y Putin

Con su visita a Jerusalén, Biden envía también un mensaje al presidente de China, Xi Jinping, y a Vladímir Putin, que se reunieron el martes en Pequín. La impresión es que el presidente norteamericano no renuncia a sus planes de cambiar Oriente Medio. Biden es el último presidente que creció con el recuerdo del Holocausto y de la reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Tiene claro que Israel debe reaccionar con gran fuerza militar. Pero él ya está mirando más allá del horizonte. El presidente norteamericano de 80 años, que el próximo año participará en una dura campaña presidencial, no permitirá que el sádico ataque de un grupo terrorista palestino cambie sus planes de crear un nuevo Oriente Medio. Horas después de conocerse la dimensión sin precedentes de la barbarie, y tras ver imágenes que no salen en los medios de comunicación de terroristas degollando cuerpos humanos, violando a niñas pequeñas y a mujeres, y descuartizando cuerpos de soldados, el presidente acudió a los medios de comunicación y no escondió ni un segundo su sensación de repugnancia. Por eso, la Casa Blanca comparó la masacre de Hamás a los horrores del nazismo.

Desde que él dijo eso, los israelíes adoptaron ese discurso y bautizaron a los milicianos de Hamás como "nazis". La historia enseña que los nazis fueron derrotados y que sobre sus ruinas fue construida una nueva Alemania. El presidente Harry Truman declaró un plan de reconstrucción de Europa, el plan Marshall, Alemania se convirtió en una potencia económica y esta semana propuso ayuda militar al Estado judío. Ayer, su canciller, Olaf Scholtz, también visitó Jerusalén para identificarse con el pueblo de Israel. El objetivo de Biden es pensar en el día después de Hamás. Todo pasa por los nuevos aliados de Israel de los Acuerdos de Abraham: los Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Marruecos, Egipto, Jordania y quizás también por Arabia Saudí. El objetivo es devolver la Franja de Gaza —con el apoyo árabe e internacional— a la Autoridad Nacional Palestina, que, a pesar de sus grandes debilidades internas, gobernó el enclave palestino hasta 2007.

Desconfianza en Netanyahu

En Washington creen también que en este momento, tras diez meses de fallido intento de revolución judicial y de división interna en Israel, no se puede confiar en Netanyahu. Según muchos analistas destacados, entre ellos el israelí Ben Caspit, cuando termine la guerra con Hamás, “Netanyahu estará acabado”. En la mesa del primer ministro israelí, se encuentran apilados todos los libros sobre Winston Churchill, el personaje al que más admira. Esta guerra es el momento churchilliano de Netanyahu. Sin embargo, él sabe que, al final de la misma, incluso dentro de su propio partido, el Likud, todos le exigirán explicaciones por la debacle del 7 de octubre: cómo fue posible esta debacle de los servicios de inteligencia israelíes y de su ejército, que no previeron la matanza de Hamás. Todos en la región y en el mundo entienden que, tras la matanza del 7-O, Bibi nunca será el mismo, pero que hay que impedir que el conflicto se generalice.