Cuando entrevistamos a Hadija, de 23 años, su hija todavía no tiene nombre, ya que hace cinco días que ha nacido y, por tradición, no les ponen nombre a los hijos hasta el séptimo día. Nació la madrugada del viernes 15, hacia las 00h, solo 50 minutos después de que terremoto hundiera su casa en Asni, uno de los principales municipios del Alto Atlas de Marruecos, provincia de Al-Haouz, la más afectada por el seísmo de magnitutd 7 y la que ha concentrado más muertos, 1.600 de un total de casi 3.000 víctimas fatales. "En el hospital, aunque estaba a tope por los heridos, me pudieron atender con normalidad y nació bien, afortunadamente," explica la Hadija, que no le saca los ojos de encima ni deja de darle mimos.
Su marido se encuentra viendo a sus padres, también afectados por el terremoto en una localidad próxima. Trabaja un poco del que puede, a la construcción o a la agricultura, por unos siete euros al día, mientras ella cuida de la casa y, sin casa y con la economía de la región casi paralizada, dependen ahora de las ayudas para subsistir y criar sus hijos. Los pañales, además, tienen un precio prohibitivo. Dentro de la tienda azul del campamento del gobierno que impregna con su color y con calor de plástico a los que están dentro, hay también la hermana y la madre de la Hadija. Pronto caerán las primeras nieves a las muntantes del Atlas y la Hadija no sabe dónde estará. "Esperamos tener una solución de cara al invierno", dice.
El rey de Marruecos, ausente durante los primeros días después de una primera respuesta muy lenta de las autoridades, anunció el pasado jueves las primeras ayudas de hasta 13.000 euros para las familias que hubieran perdido su casa, así como calculó que existen 50.000 viviendas dañadas y 300.000 personas afectadas, muchas de ellas acampadas. Mientras van llegando estas transferencias, insuficientes para comprar una casa incluso en las montañas, las familias ocupan los valles y vertientes de las montañas del Alto Atlas, llenas de tiendas oficiales y cassolanes, donde están demasiado ocupados resolviendo su día a día como para romperse a menudo por los familiares perdidos. "Damos gracias a Alá por esta hija, damos gracias por todo", repite una y otra vez.
No hay que ir muy lejos, de hecho en la tienda del lado, para encontrar otro bebé que acaba de nacer. Esta, también niña y que tampoco tiene todavía nombre, ya lo hizo con los padres acampados, el pasado miércoles, también en el hospital de Marrakech y también sin problemas a pesar de los heridos que todavía entraban y salían al centro médico. Leila, de 17 años, y Omar, de 28, sueño los padres de la criatura que tampoco tiene nombre y reconocen que están "asustados". "Nuestra casa está totalmente destruida", explican, y ahora los siete que vivían allí, entre hermanas y madres de la pareja, conviven en la tienda.
"Felices y al mismo tiempo asustados"
Omar trabajaba en la construcción en Amizmiz, otro de los municipios afectadísimos por el terremoto, y su trabajo, por el cual percibía unos 10 euros al día, se ha frenado. "Es extraño, estamos muy muy felices por esta niña y al mismo tiempo muy asustados por el futuro", dice el Omar. Ellos consiguieron salir de la casa mientras tenía lugar el terremoto, pero "diez segundos después de que saliéramos, se hundía". Otros no pudieron. "Algunos murieron porque no podían abrir la puerta para salir debido al terremoto", lamenta. El sacrificio del cordero, que se hace como cerimonia cuando nace un niño, ha quedado pospuesto porque no tienen dinero para comprar la bestia.
El Abdul, que hace de traductor y también ha perdido la casa y vive en el campamento, nos acompaña a conocer a otra familia en la que el Sahad, de cinco años, ya cuida de su hermana pequeña, Awatif, de tres. De camino, sin embargo, conversa con el Jamal, un joven estudiante de enfermería y voluntario de la Cruz Roja que pide más pañales. "Acaba de nacer otro niño, ya van tres esta semana"
Llegamos a la tienda del Sahad. Mientras sus padres están en el hospital con fuertes lesiones en la espalda y en los brazos, ella a la espera de que lleguen placas para poder llevar a cabo operaciones, son la abuela y las familias vecinas de las tiendas quienes cuidan de los pequeños. Pero durante un rato, los niños están solamente en la tienda. Es una escena triste.
Mientras la mayoría juegan por las montañas como si no hubiera pasado nada, el Sahad no puede, porque tiene la pierna enyesada, y además hace cara de preocupado. Unos minutos después, llega la abuela, Batul, de 64 años, con mantas en una bolsa que lleva en una mano y muchísimos kilos de arroz en otra que lleva sobre la cabeza. Ha conseguido recuperarlo de la casa en escombros, después de haberlo guardado durante la pandemia.
La situación de los niños y niñas es la principal de las preocupaciones de las familias y las autoridades están a empezando a tomar algunas medidas. Después de que muchas escuelas quedaran destruidas, el gobierno ha empezado a hacer carpas que harán de escuela. Ayer, se tomó la decisión de que miles de niños de los poblados del Alto Atlas se marcharían a internados de Marrakech con el fin de reanudar la actividad escolar.
El riesgo de los niños y sobre todo niñas huérfanos
En medio de uno de los poblados del Alto Atlas, la fundación Raíces-Wasata trabaja sobre el terreno al acompañar a los niños. "Miirem que tengan juguetes, que tengan pañales, que estén entretenidos. Muchos padres están muy ocupados haciéndose con la ayuda y resolviendo los problemas del día a día y no pueden estarse por los niños, y es importante que alguien ayude", añade. Además, "a los niños huérfanos los acostumbran a cuidar tías y abuelas, pero sueño los más vulnerables".
El rey concedió a los huérfanos el estatus de "apadrinados de la nación" y reconoció los riesgos que afrontan. Entre ellos, la pedofilia y los matrimonios forzosos, prácticas que ya se están incentivando y también censurando desde las redes sociales hasta el punto que hubo un detenido para promulgar ir a las montañas a asediar sexualmente a las niñas huérfanos.
El activista feminista Betty Lachgar, que trabaja sobre el terreno, explica que se trata de un "riesgo real" y reproduce las causas. "Si el artículo 20 del Código de Familia (2004) fija la capacidad conyugal en 18 años, las excepciones sueño habituales y el año 2022 se registraron más solicitudes de autorización de matrimonio y 13.652 fueron concedidas por un juez. Eso es cultura de pedocriminalitat. Y sin contar con los matrimonios sellados por la simple lectura de una sura del Corán (La Fatiha), que no están reconocidos por la ley," denuncia.
"En contexto de crisis humanitaria, las violencias contra mujeres y chicas de explotación sexual aumentan, reducidas a objetos sexuales," añade Lachgar. "Educar y desarrollar la autonomía de las mujeres y chicas en el mundo rural son dos pilares en la lucha contra el "matrimonio" de las hijas menores (el 99% son niñas). El sistema patriarcal y machista hace que las niñas no vayan a la escuela y, según nos reconocía ayer un maestro de la región, la edad media de abandono escolar de las niñas es los 12 años.
Poblados empobrecidos
Los poblados de mayoría bereber del Alto Atlas sueño de los más empobrecidos del entorno de Marrakech. La mayoría de gente vive con economías de subsistencia basadas en la agricultura, el comercio, la construcción y la minería. Muchos de ellos, especialmente en Amizmiz, viven en estas localidades pero trabajan en Marrakech, ya que sueño más baratas. Con una realidad financiera basada en el día a día, el débil alambre de estabilidad que permitía a estas familias no caer en la pobreza puede haberse roto con el terremoto, a no ser que las autoridades se los den una alternativa de vivienda eficiente.
La lentitud de las autoridades, que llegaron a las localidades en muchas ocasiones cuando los vecinos y vecinas ya habían sacado los cuerpos, costó seguramente unas cuantas vidas durante los primeros días. En las localidades más aisladas, los vecinos aseguran que las primeras ambulancias no llegaron hasta el miércoles. Con la esperanza de encontrar personas vivas casi desaparecida con la excepción de algún milagro pasado, todavía retiran cuerpos de muertos en algunos municipios aislados.
Este aislamiento tiene que ver con el abandono de las autoridades de estos municipios y con la falta de cuidado con el tipo de construcción que se hacen, no solo para que algunas sean de adobe, ya que muchas de las destruidas sueño también de ladrillos y hormigón, sino por la falta de control de la calidad de las mismas, en muchos casos de autoconstrucción.
Además, el estado de las carreteras, sobre las cuales han caído toneladas y toneladas de piedras de las montañas, dificulta la distribución de ayuda tanto en los municipios principales como, todavía más, en las douars, que sueño aldeas pequeñas vinculadas con los centros de los municipios pero que pueden llegar a estar a ocho kilómetros de los centros y comunicadas con caminos de tierra que, en ocasiones, han quedado bloqueados.