El presidente de Samsung Electronics, Lee Kun-hee, murió ayer a los 78 años. Bajo el liderazgo de Lee, Samsung llegó a convertirse en el productor más grande del mundo de teléfonos inteligentes y chips de memoria, y la facturación global actual de la firma equivale a una quinta parte del producto interior bruto de Corea del Sur.
Conocido por un estilo de vida exclusivo, Lee empezó a sufrir problemas de salud a raíz de un ataque cardiaco en el 2014. Poco se sabía sobre su evolución que la llevó en su estricta intimidad. En un comunicado, Samsung ha publicado: "El presidente Lee fue un auténtico visionario que transformó Samsung en el líder mundial en innovación y potencia industrial de una empresa local. Su legado será eterno".
Samsung es, con diferencia, el mayor de los conglomerados controlados por una familia que dominan los negocios en Corea del Sur. Impulsó la transformación del país de una ruina devastada por la guerra a convertirse en la duodécima economía mayor del mundo. Cuando Lee heredó la presidencia del grupo Samsung el 1987, fundado por su padre como exportador de pez y fruta, ya era el conglomerado mayor del país, con operaciones que van desde la electrónica de consumo hasta la construcción.
También tiene la cara oscura. Samsung y la familia de Lee han sido acusados de lazos políticos turbios, sobornos en el gobierno y delitos penales. Su hijo, el vicepresidente de Samsung Electronics, Lee Jae-yong, ha sido al frente de la compañía desde el ataque cardiaco del 2014. El heredero fue declarado culpable por la justicia de Corea del Sur de soborno en el escándalo de corrupción política que sacó del poder la presidenta Park Geun-hye. Lee Jae-yong consiguió entregarse de acabar encarcelado.