El último local del Partido Comunista Italiano (PCI), en la ciudad eterna ha cerrado. Estaba en el corazón de Roma, en Via dei Giubbonari. Al menos en uno de los corazones, porque Roma tiene tantos corazones como colinas. Este ha dejado de latir. Una deuda de unos cuantos millares de euros y el pasotismo más absoluto de los herederos del PCI, que ahora ocupan el gobierno de Italia, ha hecho que desaparezca un espacio mítico, un fragmento de la memoria romana, italiana y también europea. El PCI era el mayor y más poderoso partido comunista de Europa.
Desde los muros del local, los ojos de Enrico Berlinguer (foto) te persiguen como los de La Gioconda en el Louvre. Berlinguer... el mítico Secretario General del PCI. Su corazón dejó de latir en un mitin. Su corazón se detuvo pero él no. Él quiso continuar hasta el final. Un poco como Ramon Trias Fargas. Los buenos hombres de la vieja política. Berlinguer, el comunista que empezó a enterrar el comunismo. Fumaba como una chimenea y acompañaba a su mujer a misa diaria. Él esperaba fuera. Fumando.
Aldo Moro también ocupa un buen espacio de pared. El primer ministro democristiano asesinado por las Brigate Rosse. Adversario acérrimo del PCI en un tiempo en que a los adversarios se los respetaba. Otros tiempos. Tiempos de compromesso storico. El cuerpo de Moro apareció en el maletero de un Renault 4, casi en posición fetal, con las piernas medio dobladas. Un cadáver elegante, porque Aldo Moro era elegante incluso muerto. Otro de los cadaveri eccellenti de la época. Otro hombre bueno de la vieja política.
Por encima de todos, la mirada míope de Antonio Gramsci, el fundador del PCI. Otro hombre bueno de la vieja política. No hay otro mejor que Gramsci. El hombre que articuló a la izquierda y le dio el cuerpo argumental con el que miles, millones, de europeos se identificaron. Político humanista, escritor prodigioso. Los elogios se agotan. Hoy Gramsci decora camisetas con sus frases y su miopía es viral en Facebook.
El alcaldesa grillista de la ciudad descubrió que el contrato de alquiler de la sede de Via Giubbonari había caducado en 1947. Ha decidido que si nadie asumía la deuda de 170.000 euros, el Campidoglio, el Ayuntamiento, se quedaba con el local, situado en una de las calles comerciales más codiciadas de Roma, pues enlaza Campo dei Fiori con el Largo Torre Argentina. El corazón de Roma.
Entre llantos, lágrimas contenidas, rabia e impotencia, la historia ha pasado página. La implacable contundencia del tiempo que no perdona y se lleva por delante iconos y mitos. Son los tiempos de la política líquida. De las declaraciones por Twitter, en Facebook, de likes y followers. La política de frases cortas de 140 caracteres que no permiten matiz ni reflexión. Un escenario que no deja aparecer a ningún Gramsci, Berlinguer, Moro ni Trias Fargas, para citar a alguien del país. Una política pobre, en manos de hombres y mujeres pobres, no materialmente, eso es evidente, pero sí intelectualmente y en muchos casos incluso pobres de corazón y de humanidad.
Hace unos años, la portada de L'Unità, el diario fundado por Gramsci (y también desaparecido), llevaba la imagen de Berlinguer con su sonrisa inteligente, como la de La Gioconda. También recordaba la de Marcello Mastroianni. El titular era "Vuelve". Hay días que añoramos a los muertos, hay días que añoramos el pasado y hay días que añoramos los siglos. El viejo y cutre siglo XX con sus certezas, sus horrores y sus grandezas. La vieja política del buenos hombres y de algunas mujeres. Es una añoranza quizás absurda, quizás poco razonada. Critícala, estás en tu derecho. El siglo XX fue el siglo de la muerte industrial, cierto, y no es bueno contemplar la historia à la Manrique y menos aún dejarse llevar por una melancolía peligrosa. No cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero qué quieres que te diga. Era un tiempo en que sabíamos quiénes éramos.