Nasreen Sheikh es la cara visible de la insumisión de la mujer en Nepal. Cree que tiene 25 años, puesto que no existe un registro claro de su fecha de nacimiento, y nació en un pequeño pueblo situado en la frontera con India de tan solo dos mil habitantes. Su destino pronto se convirtió en la capital del país, Kathmandú, donde buscó una libertad que anhelaba desde muy pequeña. En contra de las directrices que marca la sociedad de su país, pudo escapar del matrimonio forzado, pero no evitó el infierno de las fábricas textiles donde cada día miles de niños y niñas cumplen con una jornada laboral de hasta 15 horas.
Matrimonio forzado
Desde su infancia tuvo que presenciar escenas donde la mujer era la más perjudicada: vejaciones, palizas y un asesinato. “Cuando ocurrió, le pregunté a mi madre si aquello era real. Me respondió que sí”.
A los 18 años, con una vida asentada en la ciudad, recibió la noticia que debía casarse. La joven Nasreen tuvo que hacer frente, nuevamente, al estereotipo que reina en la zona de Asia Meridional: casarse joven con un desconocido y tener hijos. Su negativa a compartir la vida con un hombre escogido por su familia le hicieron huir otra vez.
Explotación infantil
Cuando aun no contaba ni con 10 años decidió mudarse a la gran capital, un mundo diferente para una niña del Nepal más rural. “Los primeros meses no me atrevía a salir y solamente miraba por la ventana”, afirma. Más tarde, su negativa a volver a la pequeña villa de la que salió en busca de una vida mejor hizo que tuviese que trabajar para poder subsistir. En Kathmandú observó una vida distinta: las mujeres eran más independientes y las niñas iban al colegio. Su caso fue muy distinto y se sumó a los miles de niños y niñas que trabajan de forma subcontratada para las firmas que hoy visualizamos en los escaparates europeos. Las eternas jornadas dentro de una fábrica textil y la mala calidad de vida cuando solamente contaba con 12 años, le hicieron cuestionarse el papel de Occidente.
Hoy Nasreen ayuda, a través de su propia organización, a otras mujeres a ser autosuficientes y subsistir para poder tomar sus propias decisiones sin la necesidad de tener un hombre que dictamine su forma de vivir. Independencia económica y educación son elementos clave en los que ella trabaja para acabar con la barbarie que azota al género femenino en esta remota zona y en gran parte de Asia Meridional. Su experiencia, que ya ha dado a conocer a la asociación Aspasia de Madrid, ya ha dado la vuelta al mundo y se resiste a dejar de contarla: "Entre todos podemos dejar de apoyar la oscuridad y decantarnos por la luz".