El Papa Francisco ha hecho este Domingo de Resurrección cinco peticiones comprometedoras a los líderes mundiales para que la erradicación de la pandemia sea el arranque de un mejor orden mundial. Ha pedido que “se relajen las sanciones internacionales a los países afectados”, pues “les impiden ofrecer a sus propios ciudadanos una ayuda adecuada”. También “reducir e incluso condonar” la deuda externa “que pesa en los presupuestos de los países más pobres”. En tercer lugar, terminar todas las guerras y poner fin al comercio de armas: “No es momento para seguir fabricando y vendiendo armas, gastando elevadas sumas de dinero que podrían usarse para cuidar personas y salvar vidas”.
Por último, en alusión al plan de ayudas y reconstrucción económica que debaten los miembros de la Unión Europea, Francisco ha pedido unidad y rechazo de los egoísmos: “Que no se pierda la ocasión para demostrar, una vez más, la solidaridad, incluso recurriendo a soluciones innovadoras. Es la única alternativa al egoísmo de los intereses particulares”.
Francisco se ha dirigido al mundo desde la Basílica de San Pedro, completamente vacía, donde ha celebrado la misa del Domingo de Resurrección. Acto seguido, ha rezado por el mundo entero y ha impartido la bendición Urbi et Orbi.
"Privar de afectos"
En su homilía, ha invitado a mirar a Cristo resucitado para “que sane las heridas de la humanidad desolada”. Ha tenido presentes a los enfermos, a los que han fallecido y a sus familias. Para ellos ha pedido “que el Señor de la vida acoja consigo en su reino a los difuntos, y dé consuelo y esperanza a quienes aún están atravesando la prueba, especialmente a los ancianos y a las personas que están solas”.
También recordó al personal sanitario, a las autoridades y a todos los que trabajan en servicios esenciales.
Enumeró las dificultades de estos momentos de pandemia: lutos, sufrimientos físicos y problemas económicos. “Esta enfermedad no sólo nos está privando de los afectos, sino también de la posibilidad de recurrir en persona al consuelo que brota de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y la Reconciliación”.
No es una fórmula màgica
En este ambiente, recordó el motivo de la fiesta; la Resurrección de Cristo. “No se trata de una fórmula mágica que hace desaparecer los problemas. No, no es eso la resurrección de Cristo, sino la victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que no pasa por encima del sufrimiento y la muerte, sino que los traspasa, abriendo un camino en el abismo, transformando el mal en bien, signo distintivo del poder de Dios”, afirmó.
El Papa aludió a quienes toman decisiones políticas, a los que ha invitado a buscar el bien común “para permitir que todos puedan tener una vida digna y favorecer, cuando las circunstancias lo permitan, la reanudación de las habituales actividades cotidianas”.
También ha recordado que no es tiempo para la indiferencia ni para el egoísmo, sino para actuar en favor de los más débiles: “El mundo entero sufre y tiene que estar unido para afrontar la pandemia. Que Jesús resucitado conceda esperanza a todos los pobres, a quienes viven en las periferias, a los presos y a los que no tienen un hogar. Que estos hermanos y hermanas más débiles no se sientan solos”.
Finalizó su mensaje diciendo: “Las palabras que realmente queremos escuchar en este tiempo no son indiferencia, egoísmo, división y olvido. ¡Queremos suprimirlas para siempre! Esas palabras parece que prevalecen cuando en nosotros triunfa el miedo y la muerte; es decir, cuando no dejamos que sea el Señor Jesús quien triunfe en nuestro corazón y en nuestra vida”.