Margaret Thatcher, la primera mujer que ocupó el cargo de primera ministra en el Reino Unido, quería que la trataran de igual en un mundo lleno de hombres y que lo que llamara la atención sobre ella no fuera su género. Pero la llamada Dama de Hierro comprendió de seguida que la ropa también era una herramienta potente para contrarrestar los golpes y desprecios que le podían saltar de cualquier lugar, no solo por sus políticas durante sus 11 años de mandato, sino por ser mujer.
Quizás Thatcher puso de moda las blusas con lazo, llamadas 'pussy bow', pero la vicepresidenta Kamala Harris, y candidata demócrata de los Estados Unidos a las elecciones del próximo 5 de noviembre, también las utiliza en mítines, entrevistas y apariciones públicas. Desde la conferencia nacional demócrata en agosto, hasta el debate presidencial con Donald Trump, o su entrevista con Orpah en septiembre. También en uno 60 minutos, donde habló de política exterior y economía, destaca la CNN. Ahora, este lazo se ha convertido en un uniforme habitual para Harris, aunque estuvo a mediados de siglo pasado cuando se estableció como elemento básico en el vestuario de una nueva oleada de mujeres trabajadoras.
La progresión de las blusas 'pussy bow'
Tal como destaca la cadena norteamericana, entre 1950 y 1970, la proporción de mujeres casadas de entre 35 y 44 años que participaban en la fuerza laboral norteamericana se disparó del 25% al 46%. La cuestión de que tenían que vestir, sin embargo, era algo que generaba ansiedad por la falta de adaptación a los códigos laborales y lo que requería el mercado. En su popular libro The Women's Dress for Success, publicado el 1977, el autor John T. Malloy recomendaba las blusas con lazo en el cuello como uniforme innegociable para la mujer ambiciosa, común y corriente. Se tendrían que usar con vestidos de falda, añadía, porque en aquel momento no era apropiado para la oficina. Un código que, evidentemente, ya ha quedado atrás.
Pero volviendo a la época, en los años 70 y 80, muchas mujeres que acababan de empezar a trabajar estuvieron de acuerdo, porque hay que añadir, las opciones eran muy limitadas. Las blusas con lazo inundaron las oficinas y se acabó consolidando como símbolo del feminismo corporativo de segunda oleada. Pero el empoderamiento femenino quedó en gran medida en el vestíbulo. Las mujeres eran al puesto de trabajo, sí, pero no se las consideraba iguales. Los hombres solían tener expectativas rígidas sobre como tenían que vestir las nuevas colegas femeninas, como había demostrado Malloy. En 1973, el presidente Richard Nixon reprendió a la periodista Helen Thomas para llevar pantalones, diciendo que prefería los vestidos.
¿Por qué ha tenido tanta importancia?
El look de esta camisa, que recuerda en una corbata, ha tenido tendencia a indicar una cierta equivalencia, es decir, una permanente búsqueda para un trato igualitario entre hombres y mujeres. Todavía ahora, recuerda la misma cadena, décadas después, esta prenda de ropa sigue estando en muchos armarios de mujeres poderosas. A pesar del intento de tener una igualdad laboral –y en general en todos los ámbitos–, la camisa también ha generado polémicas. Lo que unos constatan como una liberación femenina, otros también lo subrayan como un recordatorio de la presión que las mujeres enfrentan para mantenerse de igual a igual. Sea como sea, Harris ha optado por utilizar estas blusas para mantenerse en el mismo peldaño que el resto de hombres que tiene alrededor, sean compañeros o rivales políticos.