Liz Truss, la nueva primera ministra británica, ha recortado de golpe 50.000 millones de euros en impuestos. Es más que el total del presupuesto de la Generalitat de 2021, que asciende a 38.200 millones. Una bomba. ABC lo trompetea a toda portada porque rebajas fiscales es la política que aplica el Partido Popular en Madrid, Andalucía y, desde este viernes, en Galicia, y la que promete aplicar en España (por la rebaja gallega titula La Vanguardia, siempre aversa al riesgo). Lo de ABC es un nuevo ejemplo de enreda que te enreda y un planteamiento infantil, porque poco tiene que ver eliminar o rebajar el Impuesto del Patrimonio y lo que pretende el gobierno conservador de Truss, un experimento colosal con 67 millones de británicos como cobayas. El País también lo lleva en portada, pero de cola de la noticia le da un poco más de contexto: la libra se hunde hasta 1,1 dólares por unidad, su nivel más bajo desde 1985. Ningún diario explica, sin embargo, que el Partido Conservador se juega mucho porque, sólo en esta misma legislatura, ha adoptado varias políticas fiscales y de gasto contradictorias: Boris Johnson quería subir los impuestos para gastar más, todo lo contrario que Truss. Los votantes conservadores deben estar hechos un lío. ¿En qué quedamos? ¿Votaron Johnson o Truss, Keynes o Laffer?
Hablemos de este último nombre. Tanto Truss como Kwasi Kwarteng, su ministro de Hacienda, son seguidores de Arthur Laffer y de Alan Reynolds, Martin Feldstein, Robert Mundell y compañía, los teóricos de la llamada Economía de la Oferta (supply-side economics) que siguieron Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los años 80 del siglo XX. Para hacértela corta, estos señores afirman que, a la hora de estimular el crecimiento económico, el Estado debe liberar a los agentes de la oferta —empresas, ahorradores, inversores...— bajando impuestos, motivando el ahorro y las inversiones, y liberalizando el mercado laboral. Sus rivales keynesianos, en cambio, argumentan que el Estado tiene que intervenir en apoyo de la demanda —tú y yo— para garantizar el empleo y el progreso de la economía. En términos prácticos, la Economía de la Oferta favorece la disminución de impuestos porque, dicen, así crecen los ingresos fiscales al liberar dinero en manos de los que suministran bienes y servicios al mercado y pagan los salarios.
Según los supply-siders, un alto nivel fiscal desincentiva la producción y el trabajo —la gente detesta trabajar para el Estado—, mientras que una rebaja fiscal incentiva a las personas a trabajar y producir más y a las empresas a invertir —a trabajar para ellos—, cosa que resulta en un aumento de ingresos tanto del capital como del trabajo y, por lo tanto, el Estado recauda más. Los críticos argumentan que no hay ha ninguna evidencia empírica en apoyo de esas tesis, cosa que es cierta. (Al margen, una nota pedante: a Robert Mundell, Nobel de Economia 2011, se le considera el padre del euro porque demostró cómo podía funcionar una unión monetaria. Dejémoslo aquí, para no agobiar el Quioscos & Pantallas y para destacar la gracia que Truss tenga por maestro a Mundell a pesar de ser contraria al euro).
Es irrelevante si te gusta o no la teoría detrás de las decisiones de Liz Truss. Da igual. Si le funciona y sale adelante, va bien. Repetirá la hazaña de Thatcher y quizás gana cuatro elecciones seguidas como la Dama de Hierro. Pero ay si no funciona... Si no funciona, Truss y su gente saldrán en globo en las urnas y la derrota del Partido Conservador será histórica, como lo fue en 1997 a manos de Tony Blair, que situó al Partido Laborista en el gobierno hasta el 2010. Toda Europa está mirando.