Siete dirhams, 70 céntimos de euro, fue lo que pagaron tres personas por pasar la noche en un bar-hostal de Amizmiz que se vino abajo la noche del terremoto que les mató mientras dormían. Fue uno de los peores de la historia de Marruecos, se llevó la vida de 2.946 personas en el Alto Atlas y Marrakech y dejó a unas 300.000 personas sin hogar y a la intemperie, que ahora viven acampados. Lo cuenta Khalid, propietario junto a su familia de este bar, ahora amasijo de cemento. Como la inmensa mayoría de las decenas de personas entrevistadas por ELNACIONAL.CAT en el Alto Atlas, Khalid sigue sin percibir las ayudas prometidas por el gobierno. Tres meses después de sus promesas, el rey de Marruecos y el gobierno han abandonado a los afectados entre las ruinas y durmiendo en tiendas de campaña donde, con el frío del invierno, a los niños les cuesta horrores dormir.
"Es muy, muy barato, suele dormir gente que baja de las montañas a comprar y al día siguiente regresan a su aldea, no es que nos diera mucho dinero", prosigue Khalid, con una mirada perdida en el horizonte que es en verdad una enfermedad degenerativa que le ha hecho perder prácticamente toda su visión. Pese a esta discapacidad, al ser de los pocos que habla inglés en su municipio y gracias a su don de gentes, Khalid conseguía vivir como guía, un guía casi ciego, de turistas de todo el mundo que querían conocer las remotas aldeas del Atlas.
Aunque el turismo apenas se ha resentido en la región por el terremoto, casi ha desaparecido en esta ciudad que es una de las más afectadas y Khalid ya no tiene tampoco esos ingresos. Ni los de un comercio que alquilaba por 80 euros al mes y que también ha sido reducido a ruinas en una calle en la que murieron 30 personas la noche del terremoto. A falta de los pagos del gobierno, vive de algunas ayudas que le envían turistas extranjeros a los que guió por la región.
Pese a haberlo perdido todo, y pese a sufrir por su hija, "cada dos por tres está resfriada y con fiebre y mocos por el frío que pasamos en la tienda por la noche" (Amizmiz está a 1.150 metros de altitud), cuando Khalid escoge qué explicar sobre sus noches durmiendo en la tienda de campaña también encuentra las risas de cuándo pensó que le estaban robando y era solo un perro que le tocaba con el hocico al otro lado del tejido plástico.
Cuando nos presenta su familia y nos enseña su tienda, el tejido sucio por la lluvia y el barro se sostiene precariamente por dos barras de metal y, dentro, se atisba un desorden de ropa de quien no tiene ni un armario. Antes de entrar en la tienda, su hija de tres años, con restos de mocos resecos por debajo de la nariz, se cae al tropezar en una de las cuerdas que agarran las tiendas al suelo. Todo el mundo tropieza con ellas constantemente, pero los niños, corriendo, caen además al suelo, y la mayoría lucen por ello heridas en la cara y en los brazos de las caídas. Nadie tiene ni idea de cuánto tiempo tendrán que vivir así, pero los más optimistas esperan que un año. No tienen luz y unas 450 personas comparten 6 baños y 6 duchas precarias en estructuras metálicas, a no ser que puedan y prefieran pagar los 10 dirhams, un euro, que cuesta un hammam, baño público.
El gobierno ha puesto escuelas públicas en baracones en los principales municipios del Alto Atles, pero una constante de huelgas en las últimas semanas que aún sigue por mejores salarios (cobran unos 600 euros) ha dejado a los niños y niñas sin clase, obligados a pasar el día en las tiendas.
"Si nos vamos de aquí, tememos quedarnos sin ayudas", reconoce Khalid, como muchos otros de los entrevistados, que se aferran a las ruinas y los campamentos como la única forma de percibir las ayudas de entre 8.000 y 13.000 euros (en función de si tienes que reconstruir o construir casa nueva) en cuatro pagos, más 250 euros al mes que deben dedicar a la reconstrucción de sus casas. "No será suficiente para quienes tenían casas de dos plantas o grandes familias", dice Khalid, y repiten otros varios habitantes de la región. Él, por no recibir, ni tan solo recibió la tienda, que se la dio una vecina, y la comida que reparten los militares destacados en la ciudad dejaron de dársela a quienes no estaban en el campamento donde están ellos. "No sabemos por qué, como tampoco sabemos por qué unos pocos reciben las ayudas y otros muchos no", dice Khalid.
Aunque ni Khalid ni ninguno de los entrevistados culpa al rey por el abandono, Mohammed VI tiene a la postre poderes plenos y fue él quien prometió las ayudas, y controla, cuando le interesa, todo lo que sucede en el país. Como lo que se dice de él. Tal vez por eso, el mensaje que se repite permanentemente entre los vecinos es calcado: "El rey no tiene la culpa. Él le da el dinero al gobierno, pero es el gobierno quien no lo distribuye...o se lo queda". La limitada libertad de expresión permite criticar al gobierno, pero no al rey.
Uno de los tres hombres que murió aplastado por el terremoto mientras dormía el bar-hotel de la familia de Khalid fue justamente el que grabó ELNACIONAL.CAT cuando los cuerpos de bomberos sacaban su cuerpo sin vida. Tres meses después, esa calle, donde murieron 30 personas la noche del terremoto, puede que la calle con más fallecidos de toda la región golpeada, sigue en ruinas. Y a pocos metros, los bares y comercios que siguen en pie están abiertos. Es en uno de ellos en los que Khalid, delante de un café, cuenta su historia de pérdidas.
Amizmiz es, con 11.000 habitantes y junto a Asni (21.000), uno de los mayores municipios de la provincia rural y montañosa de Al Haouz, que fue la más castigada por el histórico seísmo. En una sola calle, la del hostal de la familia de Khalid, murieron 30 personas. Es uno de los puntos con mayor actividad comercial, puesto que la mayoría del resto de la población vive en pequeñas aldeas con pocos servicios que están salpicadas por toda la cordillera con poblaciones de decenas de personas, todas menguadas por las muertes y algunas huidas provocadas por el terremoto.
La dificultad de acceso y la falta de diligencia de las autoridades hizo que en la noche del terremoto y en los días posteriores fueran los vecinos quienes, mayoritariamente, rescataran cuerpos, con y sin vida, de entre las ruinas del terremoto, y la lejanía de los hospitales, el más importante en Marrakech, a casi dos horas e coche, dificultó salvar muchas de las vidas. Ellos mismos contaron los muertos, los enterraron y crearon nuevos cementerios.
Ahora, sin excusa por falta de tiempo para actuar, las autoridades también están fallando en dar una alternativa residencial a las familias mientras empiezan a construir (ni siquiera lo han planteado) y ni siquiera han hecho llegar las ayudas económicas que prometieron hace ya tres meses.
Im'n Tala, ruinas contra el olvido
En Imn'Tala, a 40 minutos de Amizmiz, el pueblo que fue totalmente destruido por la propia montaña cuyas rocas cayeron por el temblor, la situación es idéntica en cuanto a la falta de ayudas pero desoladora por la desaparición del municipio. Vestidas de blanco por la tradición musulmana, dos viudas que perdieron a sus maridos en el terremoto, cuentan que ellas sí que han recibido las ayudas, no quieren abandonar Imn'Tala y esperan instrucciones del gobierno para que les diga dónde es seguro construir.
Neveras, colchones, coches aplastados, una escalera que acaba en el cielo, puertas dobladas o hierros de la estructura de los edificios asoman aún entre las ruinas de Imn'Tala, tan clavada en la noche del terremoto que incluso alguien ha pintado en una pared la fecha: "08-09-2023". Si en puntos como Amizmiz las ruinas sin recoger muestran de nuevo inacción del gobierno, en Imn'Tala están como reivindicación. "Vinieron a sacar las ruinas, pero todo el pueblo se plantó delante de los tractores y lo paramos. Dijimos: primero, "dadnos el dinero". Es la única forma de que no nos olviden", relata Yasser, un vecino de Imn'Tala que perdió a su hermana en el terremoto y que tampoco ha recibido dinero para la reconstrucción de su casa.
Los supervivientes del terremoto están escritos en una hoja de dos caras, con el número de familiares. En unos meses, esperan poder realojarse en unas estructuras metálicas que el gobierno de Qatar ha donado. Estas estructuras, esperanza de una vida mejor en varias de las localidades que visitamos, tan solo están visibles en Imn'Tala, puestas en fila a la entrada del pueblo a la espera de que las autoridades decidan dónde instalarlas, aunque es difícil encontrar un huco entre las ruinas, sobre las que están también las tiendas de acampada en la ladera de Im'n Tala.
A la hora de comer, los 5 hombres que comparten un tajin de pollo y un couscous en una de las tiendas no aceptan un "no" por respuesta del periodista. Ninguno de ellos, confirman mientras comen, ha recibido las ayudas. Uno de los comensales perdió a su mujer en el terremoto. Tan solo hace que sí con la cabeza cuando lo explica otro de ellos, se le quedan los ojos vidriosos y no dirá ni una palabra en toda la comida. Vive solo en una pequeña tienda.
Carreteras vacías y heridas abiertas
Las carreteras entre las aldeas del Alto Atlas, llenas de coches de todos los puntos del país en septiembre y de camiones de ayuda humanitaria, están ahora vacías. "Nos sentimos olvidados", reconocen varios de los entrevistados en las tiendas. La mayor muestra del, en ocasiones, absurdo de la ayuda está en Imn'Tala, donde una montaña de ropa se enreda con las piedras de las ruinas. "Llegó demasiada ropa, no nos hacía falta tanta", dice Yasser.
Las heridas por el terremoto siguen abiertas allí donde vas, a poco que te acerces a las miles de tiendas de acampar que se cronifican en el Alto Atlas. Los problemas surgidos por el terremoto agravan otros. Abdul, en Asni, no solo perdió su casa, sino también el taller de carpintería en el que trabajaba. Cobraba unos 5.000 euros al mes, 500 euros, que le bastaban para pasar el mes y ahora cobra la mitad ayudando a un chatarrero que vende los hierros que recogen de los escombros del terremoto.
Con esa precaria situación económica, para Abdul resultaba muy cara la operación de circuncisión de su hijo Abdelhak, de 1 año de edad. Decidió pagar a una persona de las aldeas que lo hacía de forma irregular y ahora tiene una herida. "Cuando va al baño, llora de dolor. Y por la noche, los niños no duermen por culpa del frío. Yo no puedo dormir, no puedo parar de llorar por las noches, he perdido mi vida", cuenta Abdul en su tienda, acompañado también de su mujer y sus hijas de 14 y 4 años.
Como la mayoría de la población del Alto Atlas, ha pasado de tener una vida normal, pobre pero digna, cobrando al día lo justo para comer y afrontar un par de gastos, a vivir entre plásticos y tierra a la espera desesperante de recibir un dinero que será insuficiente para recuperar la normalidad o una alternativa de vivienda que ni se ha mencionado. Tampoco el ministro de Exteriores, José Luis Albares, mencionó el terremoto públicamente en su reciente visita a Marrruecos.
Como el rey, como los medios marroquís y como el resto del país y del planeta, parecen haber olvidado una tragedia que está lejos de cerrarse para los afectados. Y eso que no ha nevado ni apenas llovido en el Alto Atlas este invierno, algo que todos temen y podría convertir los campos en barrizales inundados.