Suecia ha entrado definitivamente en la OTAN, después de finalizar todos los trámites para su integración en la organización militar una vez Hungría ha depositado el protocolo de adhesión en Washington (EE.UU.). Se acaba así un proceso que se preveía exprés, pero que se ha alargado finalmente 22 meses por las reticencias tanto de los húngaros como de los turcos. El Departamento de Estado ha confirmado que este jueves "se han cumplido las condiciones de la entrada en vigor" de la adhesión del país escandinavo a la Alianza Atlántica.
Una vez los miembros de la OTAN ratifican los protocolos de adhesión, los documentos son enviados a Estados Unidos y depositados en el Departamento de Estado. El país aspirante solo se convierte en miembro de la organización cuando Washington cuenta con todos los documentos de todos los aliados. Este último paso ha tenido lugar este jueves, cuando Hungría finalmente ha depositado el protocolo y Suecia se ha integrado formalmente como 32º aliado de la Alianza Atlántica. La previsión es que el lunes tenga lugar una ceremonia en Bruselas para izar la bandera sueca, acto con el cual los aliados tradicionalmente dan la bienvenida a nuevos miembros.
Se culmina el giro de Suecia y Finlandia
Sea como sea, Suecia se ha unido así a Finlandia, que ingresó en la OTAN hace once meses. Los dos países nórdicos presentaron la solicitud de adhesión en mayo del 2022, poco después del inicio de la invasión rusa de Ucrania, e iniciaron un giro inédito en su política de neutralidad de los últimos siglos. Así, este jueves se ha culminado la respuesta directa a la creciente amenaza de que representa Rusia en el escenario de seguridad internacional después del ataque contra sus vecinos ucranianos.
En mayo se esperaba que la adhesión de Suecia y Finlandia a la organización militar sería exprés, que se culminaría en tan solo unos meses (a finales del 2022 o a principios del 2023). Pero el proceso se ha alargado finalmente 22 meses, ya que los dos candidatos nórdicos han tenido que hacer frente a las reticencias del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, y del presidente húngaro, Viktor Orbán. En el caso de Erdogan, el principal argumento en contra era la supuesta falta de cooperación en materia antiterrorista y la supuesta connivencia con el Partido de Trabajadores del Kurdistán (PKK). En el caso de Orbán, uno de los motivos eran las críticas recibidas por parte de políticos de ambos países por la deriva autoritaria de su gobierno y de su partido.